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Martes, 8 de septiembre de 2009

Resulta llamativo como en tiempo de crisis las firmas más elitistas del mundo miran para otro lado y continúan con su política de expansión. En menos de un mes, en la Milla de Oro madrileña se han abierto más tiendas de lujo que en todo el año pasado. La última puesta en escena fue la inauguración oficial de Tiffany (Ver álbum), la firma de las cajitas azules, la de los diamante de Audrey Herpburn y Truman Capote, la elegida por un jovencísimo Clinton que compró en la tienda de la Quinta Avenida el primer diamante para Hilary, el lugar de encuentro de la mayoría de las películas de amor y lujo que se ruedan en NY.

Tiffany es una especie de icono para los neoyorquinos. Es la única joyería que funciona casi como centro comercial con muchas puertas, varios pisos y entradas por dos calles. Fue la pionera en dar clases a sus vendedores para que no se fijaran en la apariencia de los clientes. El más extravagante puede ser el mejor comprador. Y en cambio, la dama con guantes y pamela, la petarda de turno que sólo gasta el aire que respira. En NY, la tienda forma parte del recorrido turístico. No hace falta comprar y nadie te mira mal por no hacerlo. Y tampoco por fotografiarte dentro de la tienda con el megadiamante amarillo más grande del mundo de 128,54 kilates. Una pieza única que forma parte del museo de la casa. Fue descubierta en la mina de Kimberley en Sudáfrica en 1878 y más tarde Charles Tiffany la compró. Después de estudiar la piedra durante un año la talló tal y como se puede ver en la actualidad.

Para la apertura madrileña se trajeron el pedrusco y lo colocaron en una vitrina custodiada por varios mocetones de seguridad. Según la leyenda, el brillante sólo se puede tocar con guantes de algodón. Lo curioso del caso, y así me lo hizo ver una invitada ilustre que controla el joyerío porque ella es propietaria de las mejores alhajas de Madrid, fue que al fijarse aparecían dos huellas en la parte superior. ¿De quién serían? ¿Quizá del fundador de la saga? Estuve por preguntárselo a Naty Abascal, que esa noche apareció reluciente con la réplica del collar que lució Audrey Hepburn y del que sólo se han hecho dos piezas. Una para la promoción de Desayuno con diamantes y otro el que se colocó la estilista, que el día de la fiesta ejercía también de madre amantísima. Sus niños Luis y Rafael se estrenaban junto a Lara, Patricia e Irene como organizadores a través de Showme, su agencia de comunicación.

Después del paseo por las nubes que suponía sentirse por unas horas como el Marajá de Kapurtala porque hubo posibilidad de probarse anillos. Los invitados se trasladaron a un palacete cercano donde continuó la fiesta y donde llegó Elle MacPherson cubierta de pieles de Nelsy Chelala. La modelo llevaba aderezo, pulsera y sortija de la firma. Salvo el anillo, todo era préstamo. Llegó, posó, sonrió, dio las gracias, se tomó tres copas de champán, cuatro sushis y una espuma de cabrales que la dejó impactada. Preguntó cual era la esencia de la mezcla y con la gran visión empresarial que tiene no me extrañaría que decidiera colocar el queso cabrales en Estados Unidos. Y si no, al tiempo.

Por la fiesta se dejaron ver Priscila, Pedro y Begoña Trapote, Juncal Rivero, Boris Izaguirre, Cuqui Fierro, la vizcondesa de Villamiranda, Ana Castor y sus joyas, Cuqui Fierro y sus topacios, Helen Lindes y sus piernas, Nelsy Chelala y sus pieles,  Inés Sanz, María Hohenlohe, ex nuera de Cayetana Alba, Maria Eugenia Fernández de Castro y su hijo Jacobo, que estudia Filosofía y saca matriculas de honor -creo que en casi todo-, Patricia Olmedilla y su marido Gonzalo de la Cierva, el maestro de la decoración Ramiro Jofre y María José Cantudo, que lució una aguamarina del tamaño de una ciruela claudia. “Es una pieza de los años treinta de Tifanny que compré en una subasta”, explicó. La actriz, que tiene un ojo espléndido para encontrar piezas únicas, acaba de recibir un premio por restaurar una talla de una Virgen Inmaculada del siglo XVIII.

Y si Elle Macpherson fue la nota visual, Elsa Peretti, la diseñadora estrella de Tifanny, fue la profesional. Hace años introdujo la plata como elemento de lujo en la joyería moderna. Sus corazones, abejas, manzanas, serpientes, lágrimas y estrellas de mar, ruedas de la suerte, collares, pendientes  y pulseras de red, anillos de diamantes con una talla especial, el broche amapola, cerámicas… son algunas de las piezas más vistosas que se pueden ver en la tienda de la Quinta Avenida y desde ahora en Madrid.

Resulta complicado ubicar a Peretti en un lugar concreto. Viaja constantemente -Nueva York, París, Londres…- aunque tiene su Sangrila particular en Sant Martí Vell (Girona). Hace años adquirió varios edificios y masías que restauró y reconstruyó. Allí tiene su fundación a través de la cual organizan exposiciones de pintura, encuentros musicales, concursos de cine y todo aquello que tenga que ver con el arte en todas sus dimensiones. “Para mí, la buena línea y la buena forma son atemporales”, afirma Peretti, cuyos diseños también pueden verse en colecciones permanentes, como las de los museos de Bellas Artes de Boston, Massachusetts y Houston.

Se trata de una mujer extraordinaria que apareció en la inauguración de “su” tienda con unas sandalias planas con el pie al aire a pesar de la noche invernal. Hubo algún despistado que la confundió con Pilar Bardem. Las dos artistas tienen cierto parecido -pelo blanco a lo garçon, ojos grandes y negros y mucha plata- aunque la italiana tiene más envergadura. Al día siguiente se marchaba de viaje para presentar un nuevo proyecto. Por cierto, Jaime de Marichalar estaba invitado pero no fue. Algunos de los invitados que le suelen frecuentar comentaron la ausencia.

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