Es noticia
Menú
Tiempos de Carnaval y Cuaresma
  1. Estilo
EN EL DIVÁN

Tiempos de Carnaval y Cuaresma

En este intermedio entre tiempo de Carnaval y tiempo de Cuaresma que es la vida misma, recién me desprendo de mi disfraz de filibustero y aún

Foto: Tiempos de Carnaval y Cuaresma
Tiempos de Carnaval y Cuaresma

En este intermedio entre tiempo de Carnaval y tiempo de Cuaresma que es la vida misma, recién me desprendo de mi disfraz de filibustero y aún no reintegrado al gris de mi traje, me topo con la exhibición de los michelines lúbricos y el antagónico pecado de la sangre caliente y voluptuosa. Los ojos que miran sin querer ser vistos, se juntan en el espejo con los que desean la mirada y no mirar, y como en ese terreno inconsutil en que sueño y vigilia cohabitan y juguetean esquivos. Me niego lo que anhelo, anhelo lo que me niego y me doy lo que no me conviene.

Desprovisto de la máscara que es escudo y agresión, me pregunto si disfrazarnos de lo que no somos implicaría saber quienes somos en realidad. Y la busca de ése conocimiento que como por una maldición antigua nos está vedado, nos convierte en víctimas de nuestras propias pasiones u odios más destructivos. Nuestra auto observación modifica lo observado: si nuestras gafas son de crueldad o de indulgencia, nuestra visión de nuestras propias miserias se empequeñecen o se magnifican. Juntamos pecado y arrepentimiento, y ganamos ligas como Capello, intentando empatar todos los partidos.

En este suplicio de Tántalo interno donde el “nosce te ipsum” (conócete a ti mismo) es tan volátil a nuestros dedos como un rayo de luna, se labran muchas ansiedades y tristezas. Y es que no conocerse, siquiera un “fisquito”, andar preguntándose quién es uno y qué pinta en este mundo, culparse porque uno desea lo que no debería y tiene lo que no quieres, es el primer paso para acabar desquiciado, con corbata y camisa de fuerzas, “arreglao” pero informal, que es como andamos los locos sueltos.

Si ésa camisa de fuerzas y el yugo postindustrial que es la culpa los firman Giorgio Armani o los heredamos de segunda mano de nuestro padre poco importa. Para muchos el Carnaval, como el sexo, un lago en la campiña o una playa nudista, es una excusa, no para vestirnos, no para disfrazarnos, sino para desnudarnos de nosotros mismos. Lo diferencial del Carnaval es que desnudarse de lo que uno es se muestra a algunas personas rígidas tan imposible a las manos, que prefieren ponerse cuatro trapos encima y una máscara. No se atreven a desafiar la maldición bíblica de Eva estando tan calentitos los obispos, pero en cuanto a conducta se refiere lo llevan todo al aire. Disuelven en etanol el mismísimo San Pedro del Vaticano, y se olvidan por un rato de la formación reactiva, que es el mecanismo de defensa por el critican en otros lo que abominan y no pueden tolerar de sí mismos.

En El Bosque Night Shyalaman nos explica que “a veces no hacemos cosas que queremos hacer sólo para que los demás no sepan que queremos hacerlas”. Su conducta es renuncia. Sin embargo también hay muchos seres humanos que hacen lo que hacen para que los demás sepan que quieren hacerlo y que encima pueden. Su conducta es desafío. Aunque en ocasiones ambos seres cohabitan en un único individuo, podría decirse que hay “vividores” y “apologetas de la muerte”. Unos y otros andamos a la gresca, nos intentamos persuadir, limitar, perder de vista, excomulgar o llevar al paredón. Como mediadores entre unos y otros, entre santos y pecadores, siempre ha habido un Santo Sanedrín, una Inquisición o una Conferencia Episcopal. Gracias sean dadas al cielo por la cantidad de sufrimiento, torturas, guerras y muertes evitados por su intercesión.

Escribía Agustín de Foxá que los españoles siempre vamos detrás de los curas, bien con un cirio o bien con un palo. Yo creo que es más bien al revés, la jerarquía eclesiástica anda siempre buscándonos el rebufo, con intenciones bien distintas e inescrutables: a algunos para “salvarlos” aligerando el montante de sus bolsillos y agrandando el ojo de la aguja, a algunos infortunados para con el primer descuido de sus progenitores perderlos a través de cierta clase de “amor”, a los más amargándonos un poquito más el paso por este valle que si es de lágrimas se debe a que ellos lo siembran de amargura.

Vivimos tiempos confusos: los curas se visten de políticos y ladrones, y van a la oficina, los políticos se disfrazan de reyes magos y nos visitan en febrero. Uno ya no sabe de quién fiarse. Vivimos tiempo de Carnaval y de Cuaresma al mismo tiempo. Y eso no puede ser bueno. O malo.

En este intermedio entre tiempo de Carnaval y tiempo de Cuaresma que es la vida misma, recién me desprendo de mi disfraz de filibustero y aún no reintegrado al gris de mi traje, me topo con la exhibición de los michelines lúbricos y el antagónico pecado de la sangre caliente y voluptuosa. Los ojos que miran sin querer ser vistos, se juntan en el espejo con los que desean la mirada y no mirar, y como en ese terreno inconsutil en que sueño y vigilia cohabitan y juguetean esquivos. Me niego lo que anhelo, anhelo lo que me niego y me doy lo que no me conviene.