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Estrellas, diosas... centollas
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Estrellas, diosas... centollas

¿Qué imagen les sugiere el nombre 'Maya? Es muy posible que a alguien que ande por los cuarenta le suene a cierta abeja, un poco bastante

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Estrellas, diosas... centollas

¿Qué imagen les sugiere el nombre 'Maya? Es muy posible que a alguien que ande por los cuarenta le suene a cierta abeja, un poco bastante cargante, protagonista de una serie japonesa de dibujos animados basada en el libro "Die Beine Maja", de Waldemar Bonsels. Para un amante del ballet, la imagen será la de Maia Mijailovna Plisétskaia, extraordinaria bailarina rusa. Para quien conozca la vida de Buda, el nombre quizá evoque a Maia Devi, madre (sobre el padre hay un montón de teorías) de Siddharta Gautama.

Un estudioso de la historia de Roma puede asociar el nombre con la diosa Maia Maiestas, también conocida como Bona Dea; en la fiesta de la Bona Dea del 63 antes de Cristo, Clodio se coló en la celebración, en la que no podían participar varones; el guateque era en casa de Julio César, que se divorció de su esposa, Pompeia Sila, diciendo aquello de que "la mujer de César no solo debe ser honesta, sino que debe parecerlo".

Un astrónomo, incluso aficionado, dirá que Maia es la tercera estrella más brillante del grupo conocido como Pléyades. Por fin. Alguien que esté familiarizado con la mitología griega dirá que hablamos de Maia, hija de Atlas y Pléione, que a su debido tiempo fue seducida por el dios más golfo de todos (o sea: Zeus) y, como consecuencia, concibió nada menos que a Hermes.

Esta diosa dio nombre al mes de mayo, en principio el tercero del año romano, cuando este empezaba en marzo. Y, vaya uno a saber por qué, fue el elegido por el naturalista alemán Johann Friedrich Wilhem Herbst como nombre genérico de un crustáceo al que ingleses y franceses llaman "araña" por su nada atractivo aspecto ("spider crab" y "araignée de mer", respectivamente). Habrá que aceptar que herr Herbst, autor de un apasionante "Ensayo sobre la historia natural de los cangrejos", era amante de la belleza interior...

Porque, por fuera, la centolla, que de ella hablamos, es todo menos bonita. Tal vez para compensar el nombre genérico dedicado a una de las más bellas diosas, le colocó el nombre específico de "squinado", palabra que deriva del provenzal y vale por "espinoso": la centolla no tiene espinas por dentro, aunque sí protuberancias espinosas por fuera. Así que su nombre oficial es Maia squinado.

En Galicia, donde mientras no se demuestre (que no se demostrará) lo contrario viven las mejores centollas de todos los mares, al bicho le llamamos centola. Centolla. En femenino. Lo de centolo queda para decir que alguien está muy colorado ("coma un centolo", o sea, como un centollo). Pero el Diccionario insiste en la voz centollo, en masculino, sin que, que sepamos, hasta la fecha haya expresado su indignación ninguna de esas asociaciones dedicadas a denunciar el lenguaje sexista (o sea: machista). Lo veo una incoherencia.

Lo que yo quería decirles es que el día que escribo este artículo se abre, en Pontevedra y La Coruña, la veda de la centolla, que empezó el primero de junio. Las centollas suelen reproducirse en época primaveral y veraniega, así que parece sabio dejarlas en paz esos meses. Uno de estos años, la Xunta, en lo que a mí (y a los pescadores) me pareció un error, autorizó la pesca en julio y agosto... para que los turistas pudiesen comer centollas. Pues no. Que se esperen, como los demás. O que, como buenos turistas, coman centollas de cetárea, francesas. Si les valen...

Con estas centollas pasa como con las setas: cuanto más bonitas, menos buenas. Ustedes ven una cajita de setas cultivadas y están limpitas, inmaculadas. Las silvestres, pobres, traen tierra; en ella viven, y es mejor que las cultivadas no traigan rastros de su substrato, que suele ser estiércol.

Bueno, pues las centollas francesas son unos animalitos sonrosados, quizá algo paliduchos, perfectamente lampiños; las gallegas son más feas (las centollas, ¿eh?), peludas, llenas de algas y otros elementos que les sirven para camuflarse, necesidad que no tiene una centolla en la cetárea.

La centolla es, para mí, la reina del marisco en cuanto a sabor. En textura lo es la cigala y, combinando ambas cosas, la muy mediterránea gamba roja. Pero una centolla es algo muy serio. Hablo de sabor, pero no de uno, sino de todos los que encierra en sus diversas partes. Saborear despacio una centolla, con un albariño, que es su vino... una delicia.

Ciertamente, ahí es nada tener en la mesa a una diosa que compartió lecho con Zeus. O a una estrella, y no fugaz como las de cine. Teóricamente, no tendría precio. Pero la centolla no es, para nada, el más caro de los mariscos. Y devuelve con creces lo que se paga por ella: es algo que cuesta lo que vale, sí, pero, sobre todo... vale lo que cuesta, que es una cosa que cada vez pasa menos, para nuestra desgracia.

¿Qué imagen les sugiere el nombre 'Maya? Es muy posible que a alguien que ande por los cuarenta le suene a cierta abeja, un poco bastante cargante, protagonista de una serie japonesa de dibujos animados basada en el libro "Die Beine Maja", de Waldemar Bonsels. Para un amante del ballet, la imagen será la de Maia Mijailovna Plisétskaia, extraordinaria bailarina rusa. Para quien conozca la vida de Buda, el nombre quizá evoque a Maia Devi, madre (sobre el padre hay un montón de teorías) de Siddharta Gautama.

Un estudioso de la historia de Roma puede asociar el nombre con la diosa Maia Maiestas, también conocida como Bona Dea; en la fiesta de la Bona Dea del 63 antes de Cristo, Clodio se coló en la celebración, en la que no podían participar varones; el guateque era en casa de Julio César, que se divorció de su esposa, Pompeia Sila, diciendo aquello de que "la mujer de César no solo debe ser honesta, sino que debe parecerlo".

Un astrónomo, incluso aficionado, dirá que Maia es la tercera estrella más brillante del grupo conocido como Pléyades. Por fin. Alguien que esté familiarizado con la mitología griega dirá que hablamos de Maia, hija de Atlas y Pléione, que a su debido tiempo fue seducida por el dios más golfo de todos (o sea: Zeus) y, como consecuencia, concibió nada menos que a Hermes.

Esta diosa dio nombre al mes de mayo, en principio el tercero del año romano, cuando este empezaba en marzo. Y, vaya uno a saber por qué, fue el elegido por el naturalista alemán Johann Friedrich Wilhem Herbst como nombre genérico de un crustáceo al que ingleses y franceses llaman "araña" por su nada atractivo aspecto ("spider crab" y "araignée de mer", respectivamente). Habrá que aceptar que herr Herbst, autor de un apasionante "Ensayo sobre la historia natural de los cangrejos", era amante de la belleza interior...

Porque, por fuera, la centolla, que de ella hablamos, es todo menos bonita. Tal vez para compensar el nombre genérico dedicado a una de las más bellas diosas, le colocó el nombre específico de "squinado", palabra que deriva del provenzal y vale por "espinoso": la centolla no tiene espinas por dentro, aunque sí protuberancias espinosas por fuera. Así que su nombre oficial es Maia squinado.

En Galicia, donde mientras no se demuestre (que no se demostrará) lo contrario viven las mejores centollas de todos los mares, al bicho le llamamos centola. Centolla. En femenino. Lo de centolo queda para decir que alguien está muy colorado ("coma un centolo", o sea, como un centollo). Pero el Diccionario insiste en la voz centollo, en masculino, sin que, que sepamos, hasta la fecha haya expresado su indignación ninguna de esas asociaciones dedicadas a denunciar el lenguaje sexista (o sea: machista). Lo veo una incoherencia.

Lo que yo quería decirles es que el día que escribo este artículo se abre, en Pontevedra y La Coruña, la veda de la centolla, que empezó el primero de junio. Las centollas suelen reproducirse en época primaveral y veraniega, así que parece sabio dejarlas en paz esos meses. Uno de estos años, la Xunta, en lo que a mí (y a los pescadores) me pareció un error, autorizó la pesca en julio y agosto... para que los turistas pudiesen comer centollas. Pues no. Que se esperen, como los demás. O que, como buenos turistas, coman centollas de cetárea, francesas. Si les valen...

Con estas centollas pasa como con las setas: cuanto más bonitas, menos buenas. Ustedes ven una cajita de setas cultivadas y están limpitas, inmaculadas. Las silvestres, pobres, traen tierra; en ella viven, y es mejor que las cultivadas no traigan rastros de su substrato, que suele ser estiércol.

Bueno, pues las centollas francesas son unos animalitos sonrosados, quizá algo paliduchos, perfectamente lampiños; las gallegas son más feas (las centollas, ¿eh?), peludas, llenas de algas y otros elementos que les sirven para camuflarse, necesidad que no tiene una centolla en la cetárea.

La centolla es, para mí, la reina del marisco en cuanto a sabor. En textura lo es la cigala y, combinando ambas cosas, la muy mediterránea gamba roja. Pero una centolla es algo muy serio. Hablo de sabor, pero no de uno, sino de todos los que encierra en sus diversas partes. Saborear despacio una centolla, con un albariño, que es su vino... una delicia.

Ciertamente, ahí es nada tener en la mesa a una diosa que compartió lecho con Zeus. O a una estrella, y no fugaz como las de cine. Teóricamente, no tendría precio. Pero la centolla no es, para nada, el más caro de los mariscos. Y devuelve con creces lo que se paga por ella: es algo que cuesta lo que vale, sí, pero, sobre todo... vale lo que cuesta, que es una cosa que cada vez pasa menos, para nuestra desgracia.