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Coctelerías de autor: los antros capitalinos más poéticos y canallas
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Coctelerías de autor: los antros capitalinos más poéticos y canallas

Di adiós al fino y al vermú, porque llega "la copa inteligente". El fenómeno coctelería arrasa. Era de esperar. Un nuevo 'hipsterismo' viene pidiendo vasos con bayas de enebro de barra en barra

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Al tiempo que España juega a ser Europa, y el país entero olvida el fino y el vermú para instalarse en la copa “inteligente”, se consolida el fenómeno coctelería, donde un nuevo hipsterismoreclama vasos con bayas de enebro.

Madrid es la capital darwiniana que selecciona “al más apto o al más cabrón”, que decía Umbral, la ciudad de la que toda la península tiene un “complejo sádico-anal”, la capital que todos odian y aman, a partes iguales. Lo que aquí pase, para mal o para bien, sucederá luego en provincias. Y lo que aquí sucede, que España es provincia del mundo (y una provincia bien paleta), está tomado de Europa, ese continente vecino. O de la América rica, a la que no llegaron los cruzados de Isabel la Católica por frío o por despiste. Esos vecinos pudientes nos enseñaron eso del cóctel como se le enseña a un indio un espejo.

Yen el Chicote de Gran Vía empezó a abrevar una generación de snobs cuando Madrid aún era una ciudad de vacas y tranvías. Los pedos de Grace Kelly y Hemingway han alimentado otros tantos locales de copa sesuda que se han hecho fuertes en el centro y rescatados por una generación de hipsters de bici fixie y barbita imposible, que antes de venir a Madrid sencillamente eran chavalotes manchegos, astures o murcianos.

EL JOSEALFREDO. Este localcito (del que hay que decir que fue un prostíbulo, hasta el peor periodista lo haría) es todo un revitalizador del fenómeno cóctel, antes de que se saliese de madre, arrancándolo de la calle de la Reina y su museo de Gran Vía. En una esquinita en la plaza de la Luna, a las afueras de Malasaña, unos argentinos llegaron con impulso de corralito para recolocar la movida de la capital en los albores del año 2000, aquel fin del mundo cuya mayor catástrofe fue que nos dieran el palo con el euro.

Y lo han hecho tan bien que se han expandido hasta el vecino café Berlín. A medianoche,se pone hasta la bola y sus rincones de terciopelo son imposibles de conquistar. Entonces, el bar entero se refleja en sus espejos, donde una treintañada que aún encuentra ilusión entre las decepciones, bebe elegante y sin barroquismos. Se está bien porque nadie pretende hacerse el escogido. Lo que las guías llaman “buen hacer” es aquí la amabilidad calculada de su encargado, Pato, que tiene voz aguardentosa y pose natural de mesonero de película, armonizada con la música, una electrónica floja que ataca discretamente al corazón y que se expande por debajo de la bulla del personal.

EL SANTAMARÍA, LA COCTELERÍA DE AL LADO. Un recién llegado que, en los microtiempos internos de la noche, cuando la llaman “hostelería nocturna”, ya se ha convertido en clásico. Apareció en la calle Ballesta casi como parte de la estrategia de Triball, esa cosa de echar a yonquis y prostitutas gentrificando unas calles del centro que venían de perlas para nuevos negocietes. Con más entusiasmo que eficacia, con más pose que destreza y con más dinero que humildad, el Santamaría ha sido otro de los iconos de una nueva juventud moderna que, además de smartphone, le pedía a la vida un gin tonic de ginebrón exótico “y nada de tónica Schweppes”, porque el paladar ya se había refinado. Su barra totémica sirve para apuntalarse a la espera de un trago y soportar con las costillas al faranduleo amable que siempre ha llenado sus muros, y últimamente, qué cosas, no tanto.

THE PASSENGER. La calle Pez es otro de los ejes de la Malasaña palpitable (que no palpitante), donde este nido de gente guapa recrea un vagón con proyectores para viajar a eso de la madrugada (o lo que los horarios de cierre de Madrid entienden como madrugada). Limpio, ex novo, como “de fuera”, el equilibrio del atrezzo multimedia se le olvida a uno enseguida, entregándose a la socialización de primera hora (cuando los saludables se acercan a beber porque tienen sed de licor y de gente) o al baile de primates de después (como pasa siempre), mientras se espera por unas copas que tardan, porque saben.

Al tiempo que España juega a ser Europa, y el país entero olvida el fino y el vermú para instalarse en la copa “inteligente”, se consolida el fenómeno coctelería, donde un nuevo hipsterismoreclama vasos con bayas de enebro.

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