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Aveyron, mucho más que la patria del roquefort y casi un 'juego de tronos'
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Aveyron, mucho más que la patria del roquefort y casi un 'juego de tronos'

Uno llega aquí porque dio el paso de cruzar los Pirineos. O porque iba siguiendo las huellas de Toulouse-Lautrec. O tras el olor del queso verde que nació por amor

Foto: Najac. (©Turismo de Aveyron)
Najac. (©Turismo de Aveyron)

Uno llega aquí porque dio el paso de cruzar los Pirineos y seguir. O porque iba tras las huellas de ese pintor opaco que se volvía milagrosamente traslúcido en la oscuridad de los burdeles (por supuesto, Toulouse-Lautrec), que nació en Albi. O porque el destino era la fastuosa Toulouse, ya sin Lautrec, la ciudad sonrosada de tanto ladrillo. O porque hasta aquí llega el olor de ese queso de aquel pastor que lo dejó pudrir, según cuenta la leyenda por amor: el roquefort. Y de repente, perdido (o encontrado como nunca), estás en el Aveyron, como atendiendo a la llamada de una tierra encantada a la que hay que saber llegar, que se esconde por carreteras estrechas como callejuelas por el placer de descubrirse y dejar ver sus empinadas torres, sus gozosos castillos, sus puentes antiguos y una estampa que queremos a toda costa grabar. ¡Ay, Instagram!

Estamos tardando en decir que el Aveyron es el departamento, de la región del Midi-Pyrénées (capital Toulouse), que concentra mayor cantidad de pueblos con la denominación Los Más Bellos de Francia -un total de diez-, esa condecoración tan del gusto de los franceses. Es para volverse loco y ciego de tanto mirar. Hay mucha reliquia y mucha religiosidad por aquí. Este camino también es el de Santiago.

Para enamorados de la Edad Media

Si eres de los que rinden pleitesía a la Edad Media, prepárate: los escenarios son de película. El Brousse-le-Château está encaramado en un espolón rocoso desafiante, con su camino de ronda y sus cinco torres defensivas. Al pueblo de Brousse le sobran las casas con encanto. Como a Conques, parada de los peregrinos que iban a Compostela, arte románico. O a Estaing, otro de los bellos, historia: su castillo, del siglo XIII, fue comprado en 2005 por el expresidente de la República Valéry Giscard d’Estaing. ¿Cuestión de árbol genealógico? Hay que parar a tomar aire y tal vez tomarse un vino de la cooperativa de Olt, la más pequeña de Francia.

placeholder Brousse-le-Château. (©Turismo de Aveyron)
Brousse-le-Château. (©Turismo de Aveyron)

Tierra de ovejas y cabañas (burons)

Esta estepa se llena de luz, con sus eróticas lomas dibujando sus contornos, y en invierno de nieve, como una tierra norteña donde permitirse el lujo de esquiar. Son las tierras altas del Aubrac, en las que se ubica Laguiole, con su queso, que se elabora desde el siglo XII (cosa de monjes) y con el que se hace el famoso aligot, plato tradicional (puré de patatas untuoso y muy elástico) y sus cuchillos de igual o más fama, que ya quisiera Albacete, de fabricación local y símbolo del Aveyron (hay fábricas para aburrir). Por cierto, lo suyo es degustar el aligot en un buron, la cabaña de pastor donde se hace el queso, aunque te lo ofrecerán en cualquier restaurante de la zona. Y es también para apuntar la fiesta de la trashumancia, a finales de mayo. Si quieres mercadillo y folclore, no te faltarán. Aún queda fama para el té de Aubrac.

placeholder Meseta del Aubrac. (©Turismo de Aveyron)
Meseta del Aubrac. (©Turismo de Aveyron)

Rodeados de bastidas, ¿por dónde salir?

Estas plazas fuertes están por todo el Aveyron. La Bastide-l’Eveque domina las gargantas del Aveyron (el río) y conserva el trazado típico de este urbanismo defensivo y feudal. No te pierdas el Martinet de la Ramonde, fragua hidráulica donde se elaboraban ollas, que ha sido restaurada (había quince en el valle vecino del Lézert, siglo XIII). Y ve abriendo los ojos porque estás a punto de toparte con La Couvertoirade, sitio templario bello de más, con sus dos torres emergiendo entre las rocas y su entramado de callejas y todo el encanto en el corazón del Larzac. La mejor vista la tienes desde la colina del Rédounel, donde te toparas, cual Quijote, con un molino de viento, el único de los suyos que ha sido restaurado en la comarca. También lo ha sido el horno medieval, que fue del señor local y ahora es de todo el pueblo: sirve deliciosas especialidades.

placeholder La Couvertoirade. (©Turismo de Aveyron)
La Couvertoirade. (©Turismo de Aveyron)

Y por fin Najac, la estrella de la película

Uno de los ‘pueblos más bonitos de Francia’, ‘país de arte e historia’ y la última en llegar, uno de los ‘sitios mayores del Midi-Pyrénées’, junto con Villefranche-de-Rouergue (nombre antiguo del Aveyron), que también es de escándalo. A nadie se le ocurre preguntar por qué cuando está delante de este pueblo desparramado por una cresta rocosa larga y estrecha sobre el río Aveyron y con una única calle vestida de casas antiguas. Además, Najac es verde a rabiar y tiene un soberbio castillo del siglo XIII; puede imaginarse que con leyenda. Desde lo alto, uno se siente el rey.

placeholder Najac. (©Turismo de Aveyron)
Najac. (©Turismo de Aveyron)

Adonde nos llevó el olfato: Roquefort

Llegamos al sur del altiplano del Larzac. O lo que es igual, al reino de la oveja que da la leche que luego alumbrará ese prodigio que se derrite en la boca y todos conocemos por el nombre de roquefort. Es en este pueblo, con el apellido Sur-Soulzon, donde se afina como un piano el queso, que luego se cura en las grutas, bodegas naturales ventiladas por las fleurines (fisuras naturales), que los más queseros han de visitar. Encima, estamos también al sur del Parque Natural Regional de los Grandes Causses. ¿La leyenda? Un pastor enamorado de su pastora olvidó su cuajada de oveja en una gruta del Cambalou. Cuando volvió el queso había enmohecido, pero, ¡oh, cielos!, lo probó y lo encontró riquísimo (como nosotros). No dejes de comprarlo: te lo prepararán en una bolsa refrigerante y hará el viaje sin problemas (y sin olores).

placeholder Bodegas naturales del roquefort. (©Turismo de Aveyron)
Bodegas naturales del roquefort. (©Turismo de Aveyron)

Un viaducto-velero surcando la autopista

Ya solo nos queda, a grandes rasgos, pasar por el viaducto de todos los récords, el de Millau, casi un velero sobre el valle del Tarn: 343 metros de altura y 2.463 de longitud, asentado sobre siete pilares, diseñado por el arquitecto y lord inglés Norman Foster (insigne marido de nuestra Elena Ochoa) y hecho realidad por el ingeniero francés Michel Virlogeux. Está en la autopista A75, La Méridienne, que une Clermont-Ferrand con Béziers y Narbonne. O sea, París y el Mediterráneo. Hay un área panorámica que es también punto de información turística y espacio gourmet (¡y en Francia!). Y está cerca de otro de los pueblos bellísimos, Peyre, plagado de casas trogloditas y mil flores. Para verlo, échate al río como si fuera la mar, por ejemplo, en canoa: pasarás también por debajo del viaducto.

placeholder Viaducto de Millau. (©Turismo de Midi-Pyrénées)
Viaducto de Millau. (©Turismo de Midi-Pyrénées)

Uno llega aquí porque dio el paso de cruzar los Pirineos y seguir. O porque iba tras las huellas de ese pintor opaco que se volvía milagrosamente traslúcido en la oscuridad de los burdeles (por supuesto, Toulouse-Lautrec), que nació en Albi. O porque el destino era la fastuosa Toulouse, ya sin Lautrec, la ciudad sonrosada de tanto ladrillo. O porque hasta aquí llega el olor de ese queso de aquel pastor que lo dejó pudrir, según cuenta la leyenda por amor: el roquefort. Y de repente, perdido (o encontrado como nunca), estás en el Aveyron, como atendiendo a la llamada de una tierra encantada a la que hay que saber llegar, que se esconde por carreteras estrechas como callejuelas por el placer de descubrirse y dejar ver sus empinadas torres, sus gozosos castillos, sus puentes antiguos y una estampa que queremos a toda costa grabar. ¡Ay, Instagram!

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