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Más allá de Sevilla: cinco procesiones en España que no te puedes perder
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Más allá de Sevilla: cinco procesiones en España que no te puedes perder

Los tambores de Calanda que suenan a devoción y a Buñuel, un Cristo universitario en Alcalá, una Pasión viviente a un paso de Madrid, un Santo Entierro muy real y una madrugá en Córdoba

Foto: Un penitente de la procesión de La Sangre en Córdoba. (Foto: Reuters)
Un penitente de la procesión de La Sangre en Córdoba. (Foto: Reuters)

Más allá de la ínclita Sevilla, que siempre es un derroche de pasión, saliendo de Triana y llegando al barrio de Santa Cruz, que parece no haber más devoción popular que la del Guadalquivir, hay otras procesiones y escenificaciones que hacen grande la Semana Santa de nuestro país y vuelven a guiar nuestros pasos a pueblos tan singulares como el Calanda del no tan impío Buñuel, donde redoblan los tambores como en ningún lugar (quizás sí como en San Sebastián), para ir a caer en los brazos de Córdoba, cuya algarabía popular, dicen, es menor y su recogimiento, lo confirman, mayor. La cuestión es que nos vamos de viaje, de procesión en procesión, hasta la 'madrugá'.

1. La rompida de la hora en Calanda

Cuando dan las doce del Viernes Santo en todos los relojes, pero no de la noche ni en silencio, sino a plena luz del día y con el mayor estruendo. El de los tambores y los bombos, sobre todo el del más grande, apostado junto a la puerta de la que fue casa de Luis Buñuel, un devoto de la Semana Santa calandina. Porque esto es Calanda, el lugar de ese Teruel que sí existe y ve cómo cientos de tamborileros ataviados con sus túnicas moradas y visitantes abarrotan su plaza de España y alrededores para dar alas a esta tradición que se prolonga hasta las dos de la tarde del Sábado Santo. Definitivamente, el tamborilero no es solo una canción de Navidad.

Un plus: "Fue como el anuncio de un maremoto, algo catástrofico que se avecinaba, lejano de todo conflicto bélico. ¡Cuarenta tambores, desgajados de los más de mil que acompañan en Calanda en la noche solemne y agónica de Viernes Santo!". Ante el espectáculo, Alberti se quedó mudo. Lo habló en un homenaje a Buñuel en Venecia y lo recogió en su 'Arboleda perdida'.

2. El Entierro en San Lorenzo de El Escorial

Y ahora no hablamos del rey Felipe II, ni de ningún otro, pues estamos en el muy insigne panteón real, sino de una de las procesiones de mayor arraigo de la noble villa madrileña de San Lorenzo de El Escorial, cuya tradición, eso sí, se remonta a aquel entonces. Es la del Santo Entierro, de Viernes Santo, en la que las siete cofradías recorren el camino que va de la parroquia de San Lorenzo al Real Monasterio a partir de las siete de la tarde. Luego, cuando llegue la medianoche y la luna se ponga lorquiana, será la hora del Silencio (con mayúsculas) para acompañar al Cristo de la Buena Muerte, esta vez desde el santuario de la Virgen de Gracia hasta su capilla en el cementerio parroquial. El silencio es sobrecogedor, solo roto por el redoble de los tambores y los pasos de los penitentes, y en semejante entorno. Estremece.

Un plus: aprovecha que es primavera para subir al monte Abantos, a un poquito más de 1.000 metros de altitud, y sentarte a ver el monasterio en su contexto serrano cual Felipe II en la época del VI.

3. Un Cristo universitario en Alcalá de Henares

Seguimos en Madrid, ahora en la cuna de Cervantes, territorio universitario y tunero por antonomasia. También la ciudad complutense se llena de procesiones al calor del fervor popular y de su historia, que sale a relucir el Jueves Santo cuando la cofradía del Cristo Universitario de los Doctrinos, que data del XVII, como el Quijote, se echa a la calle a eso de las ocho y media de la tarde, desde la muy barroca ermita del mismo nombre (s. XVI). Lo curioso es que el Cristo viste sayón negro con cola blanca de puntillas, el mismo de los estudiantes del siglo de Oro, y un birrete rematado con borlón de color rojo y guantes blancos. Todo muy estudiantil. De hecho, la comitiva arranca de la calle de Los Colegios.

Un plus: podríamos hablar de los monumentos que embellecen la ciudad cisneriana, pero vamos a pecar de prosaicos y a quedarnos con un dulce de chocolate que se vende estos días en las pastelerías del lugar. Se llama penitente, muy ad hoc, y tiene forma de capirote.

4. Mucha pasión en Morata de Tajuña

Como íbamos diciendo, a veces no hay que ir al sur en busca de una procesión espectacular -solo hay que ver Valladolid, a la cabeza de la religiosidad norteña-, porque está más cerca de nosotros de lo que nos creemos. En el caso de este pueblo de La Alcarria que no está en Guadalajara sino en Madrid, en la ribera del río de su nombre, no se trata de una procesión al uso, sino de la representación de la Pasión, Muerte y Resurrección de Jesús, que pone en danza a todo el pueblo del día de Jueves Santo, y van ya 31.

Hasta 450 personas pisan las tablas de once escenarios, lo que incluye no solo a los actores, el pueblo hebreo, la centuria romana y la guardia del sanedrín, sino a las azafatas de información, voluntarios y demás personal necesario en un evento multitudinario de semejante talla. La España profunda e intensa también es esto. No es casualidad que sea fiesta de interés turístico y turistas al final somos todos.

Un plus: el mercadillo hebreo artesano, los pasioncitos, dulces que se elaboran para la ocasión en las panificadoras y pastelerías del pueblo, y la música sacra que alienta la jornada.

5. En Córdoba hasta la madrugada

No hemos llegado hasta Sevilla, pero sí a Córdoba, donde se cuentan hasta 37 cofradías, que son las que organizan las procesiones que dan cuerpo a una Semana Santa que se enorgullece de ser “a diferencia de otras, silenciosa y recogida”. Y no podía tener un escenario mejor: el casco histórico de esta ciudad que es patrimonio de la humanidad, con parada en la mezquita-catedral. No le falta su madrugá, a las doce de la noche del jueves, ya viernes; procesión que arranca en la Real Colegiata de San Hipólito, a cargo de la Buena Muerte, que acompaña a su Cristo Crucificado y a la Reina de los Mártires.

Ellos darán el relevo a la Virgen de los Dolores, la imagen más venerada, que sale poco antes de la siete desde la iglesia hospital de San Jacinto, su casa, en la plaza de los Capuchinos. A más de uno y de una se le escapará una lágrima... y una saeta. Cantar del pueblo andaluz y esa machadiana fe de los mayores.

Un plus: el tapeo en lugares tradicionales como La Cazuela de la Espartería, junto a la plaza de la Corredera; Casa Salinas, muy cerquita, o la Sociedad de Plateros, con bodega propia de Montilla-Moriles y un bacalao para pecar incluso ahora.

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Más allá de la ínclita Sevilla, que siempre es un derroche de pasión, saliendo de Triana y llegando al barrio de Santa Cruz, que parece no haber más devoción popular que la del Guadalquivir, hay otras procesiones y escenificaciones que hacen grande la Semana Santa de nuestro país y vuelven a guiar nuestros pasos a pueblos tan singulares como el Calanda del no tan impío Buñuel, donde redoblan los tambores como en ningún lugar (quizás sí como en San Sebastián), para ir a caer en los brazos de Córdoba, cuya algarabía popular, dicen, es menor y su recogimiento, lo confirman, mayor. La cuestión es que nos vamos de viaje, de procesión en procesión, hasta la 'madrugá'.

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