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Muxía, Finisterre, Langosteira... Cómo disfrutar de la vida en la Costa da Morte
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Muxía, Finisterre, Langosteira... Cómo disfrutar de la vida en la Costa da Morte

Nos vamos al fin de la tierra, allí donde la costa, los faros, las playas, los acantilados son un espectáculo. Donde el mar habla de leyendas y naufragios. Y donde se sabe vivir muy bien

Foto: El faro del cabo Vilán, uno de los de mayor alcance de nuestra geografía. (Foto: Turismo Galicia)
El faro del cabo Vilán, uno de los de mayor alcance de nuestra geografía. (Foto: Turismo Galicia)

Atención, porque todo lo que viene a continuación es altamente emocionante, peligrosamente bello y muy muy evocador. Que se preparen los marineros en tierra, amantes del mar y otros seguidores de Maqroll el Gaviero, Corto Maltés y otra fauna de cantina, porque esta tierra es inmensamente (otra vez los adverbios) oceánica (y los adjetivos). En la Costa da Morte se respira mar, pero un mar que no es playero, aunque sus playas estén ahí y resulten pluscuamperfectas (ejemplo, praia de Arnela, con forma de concha, la del Lago en Muxía o el playazo de O Rostro, maravilla salvaje), y mucho menos chiringuitero o vacacional, a pesar de los jinetes acuáticos (surferos), que los hay.

Esta costa que subraya el perfil del noroeste de nuestra península, que se enmarca en La Coruña y que va desde la punta donde está anclado el faro Roncudo hasta el bien amado cabo Finisterre, es otra cosa. No negaremos que le pone a uno nostálgico, pero con las nostalgias hay que atreverse. La belleza también está entre la bruma y tras la tempestad, y además siempre sale el sol (un sol de carallo). Te decimos cómo puedes disfrutar de la vida en la Costa de la Muerte. Su historia no la ha escrito el boom inmobiliario, sino que la han narrado los naufragios. Nunca lo olvidarás. Y entreverándose, el Camino de Santiago, para ganarse definitivamente el cielo. Nos vamos.

1. El fin de la tierra. Sí, hay que desplazarse hasta el cabo Finisterre, que era para los romanos el 'finis terrae' y para nosotros un lugar de extraordinaria belleza, porque es donde empieza (o termina) todo, para luego seguir los caprichos del mar hasta dar con la punta Roncudo, cuando ya las olas roncan sin piedad y donde dicen que están los mejores percebes del país (galego), pasando por Malpica, Vimianzo (con su imponente castillo), Camariñas, Muxía y más. Todo cuajadito de historias (de navegantes) y leyendas (la de la ciudad sumergida en la Lagoa de Traba, en Laxe, o la de las piedras de Muxía). No hay nada por estas latitudes que no resulte estremecedor. Y no digamos el sol en su ocaso bañándose en el Atlántico, más tarde que en ningún otro sitio de nuestra geografía, o las playas de Langosteira o Mar de Fora, rondando Fisterra. Pero donde el astro se pone más tarde en la Europa continental es, ojo al dato, en el cabo Touriñán (Muxía).

2. Un faro en la noche más oscura. Más allá de Camariñas, la de los encajes, se encuentra este que fue el primer faro eléctrico de España, el de Vilán, que se alza majestuoso sobre una roca a más de 80 metros de un mar furioso y en un pedazo de costa de una belleza sin igual. Una tragedia marinera en 1890 en Punta do Boi, donde murieron 172 ingleses -allí está su cementerio-, tripulantes del Serpent, fue lo que trajo paradójicamente esta luz. Bajo ningún concepto hay que perdérselo. Tiene algo de fin del mundo también. La oscuridad poblada de monstruos marinos no es solo metáfora, no hay ni pizca de contaminación lumínica por aquí.

3. De cabo en cabo. Del de Finisterre al de Touriñán y luego al de Vilán, esta tierra y este mar conservan lo que fuimos antes de las redes sociales y el centro comercial. Mucho misterio de navegación y de mito, mucha historia de percebeiros batiéndose en las rocas en duelo con el mar, pero también de tantos dólmenes y otros vestigios de quienes nos precedieron (el dolmen de Dombate o el castro A Cibdá de Borneiro, en Cabana de Bergantiños).

placeholder Hórreo de Ozón, de 27 metros. (Foto: Concello Muxía)
Hórreo de Ozón, de 27 metros. (Foto: Concello Muxía)

4. Peregrinar a Muxía. Aunque no sea de romería, por cierto una de las de más raigambre en Galicia, hay que ir sí o sí al santuario da Virxe da Barca, que desemboca en el mar, junto a esas hipnóticas piedras que, dicen, tienen poder de curación. Y si no curan, qué más da... De camino a Muxía, el Cadaqués de Occidente, por la bohemia que lo habita, está la iglesia románica de San Martiño de Ozón, que presume del hórreo más grande de los alrededores, solo superado por los de Araño, Lira y Carnota (con excelsa playa), que le dejan a uno, con tanto pie, literamente sin palabras. Cuando llegues aquí ya tendrás en las entrañas esta tierra. Muxía fue la zona cero en el desastre del Prestige. Cómo olvidar.

5. Los encajes de Camariñas y la cerámica de... Buño. Galicia nunca dejó de ser slow ni de tener huertos ni practicar eso tan de moda ahora del DIY (háztelo tú mismo). Galicia siempre fue rural y artesana. Solo hay que ir a Camariñas y alucinar con su ría... y con los encajes de bolillos a cargo de las palilleiras locales -un espectáculo- o a Buño para dar cumplida cuenta de la tradición alfarera. Para saberlo todo de la vida 'pacega' de la Galicia rural, nada como entrar en el pazo del siglo XVI en la aldea de O Allo, las Torres do Allo, que es un centro de interpretación. O acercarse directamente a ver el secadero natural de congrío de Miguel Diz, con lo que ha llovido y en pie.

placeholder Malpica, marinera. (Foto: Turismo Galicia)
Malpica, marinera. (Foto: Turismo Galicia)

6. ¿Un pueblo pintoresco? Que sea Malpica (de Bergantiños), muy cerquita de Buño, ya que estamos, que no puede ser más marinero ni gustarnos más, con sus casas colgadas de las rocas como una Cuenca de mar, asomadas al puerto y el Atlántico. Desde Malpica los pies se irán solos hasta el cabo San Adrián y a su santuario con vistas a las Islas Sisargas, donde las aves marinas, muchas, toman tierra. De Fisterra a Malpica se puede ir, qué mejor, al borde del mar y por el Camiño dos Faros.

7. Dónde dormir. Sin duda en O Semáforo, un hotel presentado como 'delicatessen' en pleno cabo Finisterre que en tiempos formó parte del complejo de vigilancia. Hoy cuenta con cinco habitaciones que solo podían ser exclusivas y unas terrazas cuyas vistas efectivamente dan al infinito, más O Refuxio, que da acogida al peregrino, una taberna mariñeira con picoteo y hasta take away (en Galicia, es sabido, siempre se come bien). En Muxía, ese pueblo encantador y marinero como el que más, está A de Loló, que curiosamente es moderno en medio de tanta tradición y perdido entre sus callejas. Y a su vera, haciendo juego, ese tienda tan azul, de catalejos, nudos y anclas, la del viejo capitán.

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Atención, porque todo lo que viene a continuación es altamente emocionante, peligrosamente bello y muy muy evocador. Que se preparen los marineros en tierra, amantes del mar y otros seguidores de Maqroll el Gaviero, Corto Maltés y otra fauna de cantina, porque esta tierra es inmensamente (otra vez los adverbios) oceánica (y los adjetivos). En la Costa da Morte se respira mar, pero un mar que no es playero, aunque sus playas estén ahí y resulten pluscuamperfectas (ejemplo, praia de Arnela, con forma de concha, la del Lago en Muxía o el playazo de O Rostro, maravilla salvaje), y mucho menos chiringuitero o vacacional, a pesar de los jinetes acuáticos (surferos), que los hay.

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