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Sidi Bou Said: por qué tienes que viajar a este pueblo costero de Túnez tan azul
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Sidi Bou Said: por qué tienes que viajar a este pueblo costero de Túnez tan azul

Por su asombrosa estampa, por sus vistas sobre la bahía, por su artesanía y su ambiente bohemio. ¿Santorini? ¿Chaouen? No, este es el otro pueblo que amaron los poetas

Foto: Sidi Bou Said es todo en blanco y azul. (Foto: Turismo de Túnez)
Sidi Bou Said es todo en blanco y azul. (Foto: Turismo de Túnez)

¿Un verano azul? Nada como viajar a Sidi Bou Said para conseguirlo. En este pueblo costero de Túnez a solo veinte kilómetros de la capital podrás pitufear como en ningún otro lugar, con permiso del marroquí Chaouen. La sensación de entrar en un universo artístico es brutal y encima junto al mar. Y dicen que la culpa de esta armonía en blanco y azul fue de un barón, Rodolphe d'Erlanger, que levantó junto al acantilado su propia Alhambra (todo es muy del estilo arábigo-andaluz) y la llenó de musas. Él también era pintor. Además no hay que irse muy lejos: lo tenemos a poco más de una hora de vuelo desde Madrid (unos 400 euros ida y vuelta).

placeholder Sidi Bou Said se asoma al mar. (Foto: Turismo de Túnez)
Sidi Bou Said se asoma al mar. (Foto: Turismo de Túnez)

1. El lugar de veraneo más cool. A este rincón mediterráneo que mira a Sicilia desde África le pasa lo mismo que a las Cinque Terre, allá en el mar de Liguria, dejado ya Génova camino de Livorno. Que no podía ser más bello ni levantar más pasiones. No hay muchos pueblos que se suban a una atalaya para asomarse a una bahía y además como esta. Músicos, pintores y escritores de todo el mundo han caído rendidos a sus pies y terminado tomando té en alguna de sus maravillosas terrazas.

2. Conservado tal cual. Lo que emociona de Sidi Bou Said, además del nombre y su ubicación -toda una filigrana orográfica-, es la manera en que ha brincado sobre la modernidad y se ha mantenido fiel a aquellas pautas que a principios del siglo XX marcó el barón d'Erlanger, quien puso todo de su parte, con decreto por medio, para que este paraíso tunecino siempre fuera igual. Callejuelas laberínticas y adoquinadas, fachadas blancas inmaculadas, puertas, ventanas, celosías moriscas y rejas en azul, y jardines ocultos y patios sombríos. Un sueño.

placeholder Las vistas desde el Café des Délices. (Foto: Wikipedia)
Las vistas desde el Café des Délices. (Foto: Wikipedia)

3. Esos míticos cafés... Sobre todos, el Café des Nattes, que antaño fue una mezquita, al que se accede por una proverbial escalinata y en el que estuvieron gentes como Simone de Beauvoir o Paul Klee. Lo suyo es sentarse en sus alfombras, como Aladinos pero sin volar (o quién sabe) y entregarse al té de piñones con pastas. Para entrar, tendrás que traspasar su umbral azul. Es único pero no el único. También está el Sidi Chabaâne (Café des Délices), con magníficas vistas sobre la bahía de Túnez y la doble cima del Djebel Boukormine, de casi 600 metros de altura. También este, como casi todo aquí, tiene un origen espiritual: se construyó a partir de la 'zaouia' del místico, poeta y músico que le da nombre. Sidi Bou Said fue bautizada así en el siglo XIX por el místico sufí llamado igual que lo habitó en el siglo XIII. Hasta el siglo XIX era Diebel el Manar. O sea, la montaña del faro.

placeholder El café en el que te sentarás sobre una alfombra.
El café en el que te sentarás sobre una alfombra.

4. La artesanía que buscabas. Si te volviste loco en el bazar de Estambul o en el de Marrakech, prepárate para sucumbir a la artesanía tunecina que se vende al mejor postor en este zoco (no temas regatear). Tejidos, marroquinería, cerámica, objetos de plata... conviven con las obras de arte que animan las galerías y las antigüedades. Encontrarás muchas cosas que llevarte para darle a lo tuyo ese toque boho-étnico que siempre resulta chic. Todo mientras te envuelve un rico olor a café y/o té. Y el 'maluf', la música tradicional tunecina, de fondo.

placeholder El palacio del barón d'Erlanger o palacio Ennejma Ezzahra.
El palacio del barón d'Erlanger o palacio Ennejma Ezzahra.

Probablemente terminarás tarde o temprano en el Centro de Músicas Árabes y Mediterráneas, el palacio Ennejma Ezzahra, que fue la casa y el Olimpo del barón y es una joya de la arquitectura tunecina. Está llenito de instrumentos de aquí.

5. No te pierdas por nada del mundo... Además de lo ya dicho, hay que subir al mirador de Daar el Annabi por una escalinata que sale de la casa del mismo nombre, o al Ras Qatarjamah, junto al faro llamado igual. Por supuesto, te esperan, como en Oia, allá en Santorini (Grecia), las puestas de sol más asombrosas. De pronto, todo se vuelve dorado.

6. Otras cosas que ver. Más allá del fascinante museo del Bardo, el reino de los mosaicos y de otros tesoros arqueológicos, en la capital Túnez, y de las ruinas de la vieja Cartago en lo alto de la colina, junto a la nueva, que es residencial de lujo, esta Gammarth, una zona turística de altos vuelos, y La Marsa, ciudad balnearia con una playa de arena blanquísima que acoge el Café Safsaf, que se alza alrededor de un pozo público de donde todavía se extrae agua por medio de una noria que impulsa un camello que da vueltas y vueltas. Hay que ver para creer.

7. Comer con vistas. En Dar Zarrouk te podrás dar un homenaje mientra le tomas las medidas a la bahía. Está en todo lo alto y ofrece una cocina mitad mediterránea mitad tunecina. Pescado fresco y cuscús.

placeholder El hotel Dar Said tiene todo el espíritu de Sidi Bou Said.
El hotel Dar Said tiene todo el espíritu de Sidi Bou Said.

8. Para dormir como... un barón. El Dar Said es un hotel de lujo igualmente en blanco y azul, con piscina, hammam, jardines y vistas al mar, y con el mismo encanto arrebatador. Precio: desde 111 euros.

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¿Un verano azul? Nada como viajar a Sidi Bou Said para conseguirlo. En este pueblo costero de Túnez a solo veinte kilómetros de la capital podrás pitufear como en ningún otro lugar, con permiso del marroquí Chaouen. La sensación de entrar en un universo artístico es brutal y encima junto al mar. Y dicen que la culpa de esta armonía en blanco y azul fue de un barón, Rodolphe d'Erlanger, que levantó junto al acantilado su propia Alhambra (todo es muy del estilo arábigo-andaluz) y la llenó de musas. Él también era pintor. Además no hay que irse muy lejos: lo tenemos a poco más de una hora de vuelo desde Madrid (unos 400 euros ida y vuelta).

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