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El reducto slow: Cascais, vistas al océano, spa, planes de gastronomía y excursiones en bici
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PORTUGAL

El reducto slow: Cascais, vistas al océano, spa, planes de gastronomía y excursiones en bici

El hotel de los herederos de la familia Champalimaud es una invitación a mimetizarse con el océano y descansar a solo 20 minutos de Lisboa

Foto: Rincón del hotel The Oitavos en Cascais (Cortesía)
Rincón del hotel The Oitavos en Cascais (Cortesía)

Portugal está de moda, sus dos ciudades principales son imprescindibles, Lisboa y Oporto, visitas obligadas. Pero además de estos dos emblemáticos emplazamientos, hay mil rincones para pasar unos días que vale la pena descubrir. El momento en el que se traspasa la frontera portuguesa, cambia la luz y varían los tempos, todo se ralentiza, se pausa, no hay un país como el vecino para frenar el ritmo loco que llevamos.

A tan solo 30 minutos en coche de Lisboa hay uno de los emplazamientos más privilegiados de la costa lusa. Hablamos de Cascais. Rodeada por el océano y por un Parque Natural y a tan solo unos minutos de la maravillosa Sintra. Este lugar invita a la desconexión y a dejar pasar el tiempo sin mirar el reloj.

Su mar bravo, y el viento, recomiendan que las visitas se hagan en los meses de junio y septiembre, julio y agosto son perfectos para los aficionados a los deportistas que buscan vientos que se empeñan en soplar y que buscan olas que batir. Paraíso del surf, sí, y también de los amantes de los rincones donde se esconde la decadencia aristocrática y los pequeños encantos. Cascais tiene un faro con el que soñar, una arquitectura sublime, una costa salvaje, un casco histórico que vivir y muchas historias.

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¿Qué visitar?

La Ciudadela de Cascais: una antigua fortificación para proteger al pueblo de los ataques españoles y que, ahora, se puede ver su imponente estructura de piedra desde fuera o, incluso, entrar en ella para conocer algunas de sus piezas de artillería más antiguas.

El faro de Santa Marta: Un lugar icónico decorado con los típicos azulejos blancos y azules portugueses. Su estructura de 20 metros está rodeada también de muros blancos que guardan el museo, dónde se encuentran los documentos y objetos que se emplearon como defensa militar durante el siglo XIX.

La playa de Guincho: Sin duda la más bonita de la zona, ideal para practicar la contemplación o todo tipo de deportes Un lugar que permite refugiarte del viento y disfrutarla a fondo en los días de verano tardío y durante el otoño. Es ideal para surfear y tomar algo en el Bar do Guincho, respira un ambiente cool y cosmopolita.

Foto: El Palácio Nacional da Pena de Sintra, realmente un sueño. (Chris Barbalis para Unsplash)

Sintra: No puedes dejar de visitar el Palacio de la Pena, y el Castelo dos Mouros, una muralla china en pleno Portugal. Imprescindibles, aunque más conocidos, el Palacio de la Villa, o el de Setais. Paseando llegarás a la Quinta da Regaleira, del siglo XIX, a la que llegarás sorteando sus callejuelas.

Casa da Guia: un antiguo palacete al borde de los acantilados. Sus jardines están repletos de cafés, restaurantes y tiendas con productos muy especiales. No hay nada más señorial que acudir a este lugar.

Cabo da Roca: Su faro marca el punto más occidental del continente europeo y al que es obligado ir (la belleza manda).

¿Dónde dormir?

Seguro en el hotel The Oitavos. La propiedad de una de las familias más emblemáticas de la zona, y del país, Los Champalimaud, han creado un reducto único por su diseño y la calidad de sus intalaciones. La historia del lugar tiene miga, todo comenzó un francés que llegó a Portugal a principios del siglo pasado: Carlos Montez Champalimaud descubrió unas dunas entre el mismo Cascais y la incomparable Sintra; las compró, plantó pinos y se las legó a su hijo Miguel. Él las desarrolló y enseñó a Carlos, uno de sus vástagos, el negocio. Hace diez años, el bisnieto del primer Champalimaud, Miguel Jr., cogió las riendas de la finca familiar. En una octava parte del terreno erigió The Oitavos, una megaconstrucción con forma de 'Y griega' que mira al mar. Un hotel de cinco estrellas en el que uno querría quedarse a vivir. Y que su interior y el exterior están permanentemente fundidos y conectados, forman parte el uno del otro. Suites de sesenta metros cuadrados enmarcadas por el paisaje, consagradas al descanso y al placer.

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A este alojamiento se puede llegar por tierra y aire. A tan solo 20 minutos de Lisboa, The Oitavos cuenta con un servicio de transfer del aeropuerto al hotel. Pero también tiene un parking para los turistas que lleguen en coche. Un canto a la vida placentera y regalada.

Un impecable y copioso desayuno para empezar en una planta baja diáfana, muebles diseñados para rediseñar y mover los espacios al antojo de las necesidades del cliente; una infinity pool sobre el campo de golf de 18 hoyos, que ocupa el puesto 65 en el top de campos de la revista Golf. En 2001, el arquitecto americano de campos de golf Arthur Hills diseñó sobre las 168 hectáreas que ocupa la finca de la Quinta da Marinha el Oitavos Dunes. Y un spa que incluye todo tipo de tratamientos recuperan cuerpo y alma, imprescindible darse uno de los masajes de la carta. Utiliza el Área de Balneoterapia para relajarte y desconectar gracias a los efectos medicinales del agua de mar calentada, haz un poco de ejercicio nadando o utiliza los potentes chorros de la piscina para aliviar los puntos de estrés. Si lo que quieres es desintoxicarte, aprovecha los circuitos de sauna, baño turco y fuente de hielo

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La oferta gastronómica no se queda atrás: numerosa y tentadora. Sin embargo, lo más aconsejable para el almuerzo es disfrutar del restaurante de la piscina o comer en el golf. La casa club se mimetiza con los pinos del entorno y está elevada, por lo que el cliente come mirando el Atlántico. Una delicia incluso antes de entregarse a los manjares de una carta en la que manda el bacalao, el plato portugués por antonomasia, y de la que hay que probar sí o sí el steak tartar.

Por la tarde, y después de la siesta, recomiendan un paseo en bicicleta o a caballo que el hotel pone a disposición de los clientes y pedalear hasta Cascais por el carril bici que discurre por la costa, para los más vagos existe la opción eléctrica.

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Al atardecer, es el momento de la lectura o de escuchar música en la chaise longue de la terraza de la habitación y, por supuesto, ver la puesta de sol antes de bajar a cenar.

Para cerrar el día es muy recomendable el Ipsylon. Un rincón gastronómico donde, además de probar cualquier plato de la carta, más allá de los platos principales, la carta de postres, diseñada por Joaquim de Sousa, es muy llamativa. Ningún huésped que se tenga por sibarita puede perderse la flor de chocolate, un postre mágico.

Tras cenar y disfrutar del café en la zona de estar colindante al restaurante, donde, además, se puede jugar al billar, llega la hora de tumbarse en la horizontal de la soñada habitación, en la que los colchones, las almohadas y la ausencia de ruido invitan al huésped a un sueño profundo, y recuperador.

Portugal está de moda, sus dos ciudades principales son imprescindibles, Lisboa y Oporto, visitas obligadas. Pero además de estos dos emblemáticos emplazamientos, hay mil rincones para pasar unos días que vale la pena descubrir. El momento en el que se traspasa la frontera portuguesa, cambia la luz y varían los tempos, todo se ralentiza, se pausa, no hay un país como el vecino para frenar el ritmo loco que llevamos.

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