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Cócteles: cuestión de saber medir
  1. Gastronomía

Cócteles: cuestión de saber medir

¿Cuánto tiempo hace que usted no disfruta de un buen cóctel?. Y no nos estamos refiriendo al clásico gin&tonic de las salidas nocturnas, porque aunque se

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Cócteles: cuestión de saber medir

¿Cuánto tiempo hace que usted no disfruta de un buen cóctel?. Y no nos estamos refiriendo al clásico gin&tonic de las salidas nocturnas, porque aunque se le incluya muchas veces en la relación, un gin&tonic, por perfecto que pueda resultar, es, fundamentalmente, una copa. Un cóctel es, en principio, otra cosa.

Una cosa llena, entre otras cosas, de liturgia y glamour. La coctelería no deja de ser un capítulo más de esa materia interdisciplinar y amplísima que llamamos gastronomía. Tiene su momento y su lugar, circunstancias que, cuando son las correctas, multiplican el placer que proporciona el arte de un buen coctelero o, como se dice ahora, un buen bartender.

Aunque apunta una prudente recuperación, el momento actual de la coctelería no es ninguna Edad de Oro. Fueron otros tiempos. Hoy no son muchos quienes saben beber un cóctel, conocen una serie más o menos interesante de combinaciones y saben situarlas en el tiempo y el espacio. Tampoco son abundantes los grandes profesionales, aunque los hay magníficos. La verdad es que, pese a que podría recetarse un cóctel para cada momento del día, su consumo es, todavía, poco significativo.

Y, sin embargo... Sin menospreciar las innegables virtudes que aportan a la hora del aperitivo, incluso ya en la barra de espera o hasta en la mesa del restaurante, cosas tan de carril como una cerveza, un jerez o un espumoso, sigue siendo cierto que el rey del aperitivo es esa genialidad que conocemos como dry martini. En una cálida tarde veraniega son apreciables todas las combinaciones que apelan al zumo de limón como elemento refrescante, desde el daiquiri al pisco sour, del margarita -dejo el femenino para la flor- al whiskey sour u otras variedades que acentúan esa sensación fresca, como el mojito o el mint julep evocador de Tara o Los Doce Robles del Sur de antes de la guerra de secesión...

No cabe duda de que si no bebemos más cócteles es, ante todo, por la sencillísima razón de que no los conocemos. Hay, naturalmente, otras causas: un montón de bebidas mucho más fáciles de preparar, la certeza de que un cóctel es más alcohólico que los aperitivos convencionales o los combinados de consumo habitual... Conocer más una cosa, decía Bertrand Russell, hace que esa cosa nos guste más. Los cócteles pueden estar incluidos en esta afirmación.

¿Cuánto tiempo hace que usted no disfruta de un buen cóctel?. Y no nos estamos refiriendo al clásico gin&tonic de las salidas nocturnas, porque aunque se le incluya muchas veces en la relación, un gin&tonic, por perfecto que pueda resultar, es, fundamentalmente, una copa. Un cóctel es, en principio, otra cosa.

Una cosa llena, entre otras cosas, de liturgia y glamour. La coctelería no deja de ser un capítulo más de esa materia interdisciplinar y amplísima que llamamos gastronomía. Tiene su momento y su lugar, circunstancias que, cuando son las correctas, multiplican el placer que proporciona el arte de un buen coctelero o, como se dice ahora, un buen bartender.

Aunque apunta una prudente recuperación, el momento actual de la coctelería no es ninguna Edad de Oro. Fueron otros tiempos. Hoy no son muchos quienes saben beber un cóctel, conocen una serie más o menos interesante de combinaciones y saben situarlas en el tiempo y el espacio. Tampoco son abundantes los grandes profesionales, aunque los hay magníficos. La verdad es que, pese a que podría recetarse un cóctel para cada momento del día, su consumo es, todavía, poco significativo.

Y, sin embargo... Sin menospreciar las innegables virtudes que aportan a la hora del aperitivo, incluso ya en la barra de espera o hasta en la mesa del restaurante, cosas tan de carril como una cerveza, un jerez o un espumoso, sigue siendo cierto que el rey del aperitivo es esa genialidad que conocemos como dry martini. En una cálida tarde veraniega son apreciables todas las combinaciones que apelan al zumo de limón como elemento refrescante, desde el daiquiri al pisco sour, del margarita -dejo el femenino para la flor- al whiskey sour u otras variedades que acentúan esa sensación fresca, como el mojito o el mint julep evocador de Tara o Los Doce Robles del Sur de antes de la guerra de secesión...

No cabe duda de que si no bebemos más cócteles es, ante todo, por la sencillísima razón de que no los conocemos. Hay, naturalmente, otras causas: un montón de bebidas mucho más fáciles de preparar, la certeza de que un cóctel es más alcohólico que los aperitivos convencionales o los combinados de consumo habitual... Conocer más una cosa, decía Bertrand Russell, hace que esa cosa nos guste más. Los cócteles pueden estar incluidos en esta afirmación.