¿Quién es el cura que casó a Julio Iglesias?

Luis Lezama -el 'cura Lezama', como le conoce todo el mundo- se ha convertido en el protagonista de la noticia de la ‘década’, tal y como han definido los expertos en BBC (Bodas, Bautizos y Comuniones) al enlace de Julio Iglesias y Miranda Rijnsburger, al ser el oficiante de la ceremonia religiosa. De continuar con el aplazamiento, Julio José habría cambiado de estado civil antes que su padre.

Según las declaraciones que realiza en  sus publireportajes varios, le quedan doce meses para convertirse en señor de Charisse. Por una vez, el papá Julio se adelantó, aunque nadie se lo esperaba. Hay quien dice que ni él se lo creyó cuando por decimocuarta vez se lo planteó a la madre de sus cinco hijos y ella dijo que sí.

El caso es que si el  noviazgo de Julio y Miranda empezó hace veinte años -según la leyenda en el aeropuerto de Indonesia-, la amistad del cantante y el cura Lezama viene de antes. Casi cincuenta años de amistad, de apoyo mutuo y, en el caso del cura de Amurrio, de refuerzo espiritual. Los inicios de estos lazos se remontan a la época  en que el sacerdote se plantó en el arzobispado de Madrid ante el cardenal Tarancón -ese  monseñor al que odiaba el franquismo- y le dijo que quería su permiso para montar una taberna. Las razones eran irrefutables. Lo que quería era enseñar a pescar y no dar peces, que se acaban y vuelta a empezar.

Fundó la taberna del Alabardero donde los trabajadores, en su mayoría ex-reclusos, eran carne de cañón sin futuro ni horizonte. Al principio, el “bar del cura” sólo tenía tapitas, pero era uno de los lugares donde mejor se tiraban las cañas. Con el tiempo, el trabajo se profesionalizó y se convirtió en referente. Y no sólo en el apartado gastronómico, sino en el lenguaje carcelario. Se corrió la voz de que había un cura que no te daba la brasa con el pecado original, que te conseguía trabajo, que no te preguntaba de donde venías ni que delito habías cometido y que, incluso si sisabas, no pasaba nada. Bueno, sí pasaba porque Lezama le daba doble turno de fregar.

Después, vino el Café de Oriente con la misma estrategia, aunque, esta vez, la inversión económica era muy fuerte y, en aquel momento, los créditos no estaban al alcance de la clase media. Y mucho menos “prestar” dinero  a un  cura que había cambiado el púlpito por las fritangas de cocina. Si había alguna duda o debilidad por parte del director de la sucursal de turno, se diluía cuando se enteraba que los trabajadores eran ex-reclusos.

Buenas palabras, pero de millones nada de nada. Lezama pidió ayuda a los amigos y se la dieron. Entre estos se encontraba elcantantequenosenamora (que así le definía su club de fans), que no dudó en apoyar la nueva iniciativa. Julio Iglesias llegó como caído del cielo y el proyecto salió adelante. A partir de ahí, los caminos de Julio y Lezama han ido a la par. Cuando se han necesitado, allí estaban los dos para lo que hiciera falta.

Puede ser que el cura vasco sea uno de los pocos amigos de verdad que tiene Iglesias, que, como muchas megaestrellas, aparcó o le aparcaron sus afectos en ese ascenso al Olimpo. Por eso, era casi imposible que, en el caso de celebrarse esta  boda, no fuera Lezama el oficiante de la liturgia.

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