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Los cinco años de calvario de Ortega Cano
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Los cinco años de calvario de Ortega Cano

Desde que murió Rocío Jurado, el torero Ortega Cano no ha levantado cabeza. Estos cinco años sin ella han sido muy complicados y difíciles, situación que se

Desde que murió Rocío Jurado, el torero Ortega Cano no ha levantado cabeza. Estos cinco años sin ella han sido muy complicados y difíciles, situación que se agudizó en los últimos tiempos con los desencuentros familiares entre los Mohedano y los Ortega.

Declaraciones televisadas de unos y otros donde José siempre salía trasquilado emocionalmente porque para él sus hermanos "son mi sangre y a Gloria y Amador los quiero mucho”. A pesar de intentar mediar, no pudo, y veía como cada día saltaban comentarios desagradables sobre él y su entorno. Sabía de las leyendas urbanas que rodeaban su figura y que nunca había querido desmentir por aquello de no dar pábulo a comentarios desafortunados.

Hasta que un día, harto de todo, habló de sus tristezas, de su problema con el alcohol para ahogar las penas, que sabía que eso no servía para nada pero que se sentía muy solo, que no encontraba la paz de espíritu y que había veces que tampoco tenía demasiada ilusión por vivir. 

En la boda de su sobrina Chayo se le vio más tranquilo que en otras ocasiones. Estaba muy orgulloso de cómo había quedado Yerbabuena y en la capilla de la finca recordó el día de su boda con Rocío, donde acompañado de su madre y vestido de corto apareció radiante y convencido, como lo fue,aquel enlace que era para siempre.

“Fui muy feliz con ella”, dijo delante de su hija Gloria Camila, mientras la abrazaba y decía lo estudiosa que era y lo bien que tocaba el piano. Aseguraba que sus niños le habían ayudado a superar sus momentos más tristes.

Hombre tranquilo, casi pierde la compostura cuando escuchó por televisión que su hijo José Fernando se iba a marchar de casa en cuanto cumpliera los 18 años. Se enfureció de tal manera que, incluso, se planteó una denuncia por considerar que se atentaba contra un menor.

No reparaba en muchos de los rumores porque sabía que lo peor era entrar al trapo. Los líos familiares se sucedían un día sí y otro también, y salía de ellos como podía. Cuando no era por la herencia de Rocío, tenía que defender lo que él denominaba su hombría o el gran amor que sentía por su mujer que también se cuestionó, al igual que la dedicación a sus hijos. También tuvo que dar explicaciones por su polémica vuelta a los ruedos en 2001 ante la incredulidad de otros matadores que consideraban que ni emocionalmente ni físicamente estaba preparado.

Estos últimos años han sido duros y han hecho que Ortega se replegara y dejara de ser el hombre sonriente de antes. El futuro es totalmente incierto para el torero. Las heridas del cuerpo se curan antes que las del alma. Y en este caso, además, con una muerte por medio y una familia destrozada. El fallecimiento en el acto del conductor contra el que se empotró es una tragedia irreversible que tendrá sus consecuencias legales cuando el torero se recupere.

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José Ortega Cano