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La ruta de los Borbones en Mallorca
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La ruta de los Borbones en Mallorca

“Buenos días. ¿Nos facilita su D.N.I, por favor?”. Los vecinos de la urbanización de Marivent ya ni preguntan si el alboroto se debe a un simple

“Buenos días. ¿Nos facilita su D.N.I, por favor?”. Los vecinos de la urbanización de Marivent ya ni preguntan si el alboroto se debe a un simple chequeo rutinario o sucede algo realmente digno de preocupación. Son mediados de junio. Todo encaja. Están más que acostumbrados a que la Policía Nacional les identifique uno por uno días antes de que los Reyes aterricen en la masía más vistosa del lugar, antigua residencia del pintor Juan de Saridakis, y conviertan Mallorca en centro político durante los meses de julio y agosto. Lo único que les incomoda es el amplio despliegue de seguridad, con más de 600 efectivos que acampan a sus anchas para proteger a cal y canto a los Borbones, que veranean en la capital balear desde 1973. Prohibidas las fotos y las visitas sorpresa.

Desde que don Juan Carlos y Sofía llegaron a la perla del Mare Nostrum, su presencia se ha convertido en la mejor imagen corporativa de la isla. Regatas, competiciones deportivas, conciertos, recepciones en La Almudaina, cenas benéficas con invitados de pedigrí… Comprensible que Asturias no ceje en su empeño de continuar lanzando órdagos para convertir su Principado en retiro veraniego de Felipe y Letizia, pero de momento, la 'Primera Familia' parece que seguirá íntimamente ligada a las Baleares. Y cómo para no hacerlo. El pueblo les regaló su actual residencia oficial, que más tarde enfrentó en un polémico litigio a sus herederos con Patrimonio Nacional. Por otro lado, una larga lista de empresarios mallorquines obsequió a don Juan Carlos con el Fortuna, el rey de todos los yates, que ahora está atracado en Porto Pi, a la espera de la recesión de tanta tropelía económica.

Cerca de allí, está Son Vent, donde descansan los príncipes y sus hijas, aunque Letizia ha dejado clara en más de una ocasión su repulsión a los veranos mallorquines. “¿Tú te crees que estas son vacaciones?”, dijo el año pasado a los periodistas durante su visita al Club Naútico. Sus primeros veranos en la isla no fueron buenos. Con el embarazo y el calor del Mediterráneo, Letizia se quedaba muchas veces en casa. Prefiere el norte, y no sólo por sus percebes. Muchos no entendían su actitud; es más todavía hay gente que piensa que con el relevo generacional los herederos optarán por marcharse a otro lugar, aunque esta cuestión  todavía sigue siendo una incógnita. Sus únicas salidas se reducen al concierto anual de Jaume Anglada en la zona marítima, algún que otro acto oficial o privado en Marivent para recibir a los jefes de Estado que desfilan por las playas de Mallorca en verano, la cena despedida con las autoridades baleares antes de volver a Madrid o alguna tarde en la Escuela de Vela de Calanova, donde los más pequeños siguen con las aficiones familiares. En verano, vela en Mallorca; en invierno, esquí en Baqueira.

Pero este año, el asueto estival se prevé mucho más austero. Se seguirán recogiendo los limones de los jardines de Marivent, pero el Rey ya no navegará. Es oficial: deja de ser el Bribón de los mares. Lo que se prevé es que siga disfrutando de la gastronomía local y que se deje caer por Flaningan, que presume de preparar las tartas de manzana que vuelven loco a Su Majestad, o por el Hotel Formentor, situado en una de las zonas más reservadas. O que la Reina siga saliendo a realizar sus rutinarias compras por el mercado, con sus hijas Elena y Cristina. O que, para gusto de la prensa, se reúnan todos en una de esas instantáneas que se producen de Pascuas a Ramos, si las indisposiciones de Su Majestad o los presuntos desencuentos familiares así lo deciden.

La duquesa de Palma es otra enamorada de la ciudad. No sólo porque así lo indique su título nobiliario. Se relaja con su marido y sus hijos en Son Ventet muy cerca de la masía de los Príncipes y de la Casa dels Posaders, donde descansa la rama menos fotografiada de la Primera Familia: Los Griegos, o sea, desde Constantino y Ana María hasta Irene de Grecia. Pero ya nada queda de aquellos días en que los jóvenes hijos de los Reyes se divertían con otros miembros de la aristocracia y la jet set venida desde diferentes puntos del planeta en Tito’s, donde se daban cita todas las noches. O irrepetibles también son los fastos por las bodas de Rosario Nadal y Kyril de Bulgaria o Simoneta y José Miguel Fernández Sastrón.

Pero los miembros de la Familia Real española no son los únicos que animan Mallorca con su presencia. Royals como Diana de Francia, prima hermana del Rey, Cristina y Michael de Kent, bon vivants como Michael Douglas o Richard Hudson o gentes tan variadas como el escritor Carlos Fuentes o Chelsea Clinton, que posee una casa en Es Canyar, no se pierden nunca las fiestas de la enigmática Cristina Macaya, que son tan ineludibles como las de Pepe Vinya, galerista de Su Majestad. Los banqueros March, la interiorista Marta Gayá o Marieta Salas, que ahora se dedica a la cría de caballos y que fue esposa del príncipe Tchokotúa, uno de los mejores amigos de don Juan Carlos, hacen que la capital balear irradie en verano una luz tan especial que ni Saint Tropez o las Seychelles.

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“Buenos días. ¿Nos facilita su D.N.I, por favor?”. Los vecinos de la urbanización de Marivent ya ni preguntan si el alboroto se debe a un simple chequeo rutinario o sucede algo realmente digno de preocupación. Son mediados de junio. Todo encaja. Están más que acostumbrados a que la Policía Nacional les identifique uno por uno días antes de que los Reyes aterricen en la masía más vistosa del lugar, antigua residencia del pintor Juan de Saridakis, y conviertan Mallorca en centro político durante los meses de julio y agosto. Lo único que les incomoda es el amplio despliegue de seguridad, con más de 600 efectivos que acampan a sus anchas para proteger a cal y canto a los Borbones, que veranean en la capital balear desde 1973. Prohibidas las fotos y las visitas sorpresa.