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Agustín Trialasos, periodista de referencia, caballero y buena persona
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pionero de la prensa del corazón

Agustín Trialasos, periodista de referencia, caballero y buena persona

Fue uno de los pioneros de la prensa del corazón. Fallecía en la madrugada de este miércoles al jueves tras padecer una larga enfermedad. Se ha ido una gran persona y un gran profesional

Foto: Agustín Trialasos recibiendo un premio por su labor periodística en 2004 (Gtres)
Agustín Trialasos recibiendo un premio por su labor periodística en 2004 (Gtres)

Agustín Trialasos ha sido y será siempre una referencia del periodismo. Y no solo de la mal llamada prensa rosa, que como él comentaba con ironía "hay veces que de rosa tiene poco y sí mucho de negro", sino porque era un cronista excepcional y un gran entrevistador. Dejaba hablar a los personajes, les daba confianza y entonces estos contaban lo que querían y lo que no. "Yo no me tengo que lucir, son ellos", decía dando clases magistrales en cualquiera de las esperas que los reporteros tienen que hacer en un estreno, en el Congreso de los Diputados o donde estuviera la noticia.

Agustín no era consciente de esa capacidad que tenía para echar una mano a los redactores que empezaban en la calle. Explicaba quién era el famoso de turno y llegaba incluso a sugerir preguntas al nuevo, aunque fuera de la competencia. No solo hay que buscar en la hemeroteca de la revista 'Diez Minutos', donde desarrolló prácticamente su vida profesional, sino en Google, donde encontramos una excelente relación de entrevistas y artículos con información de personajes importantes. Con Julio Iglesias, Isabel Preysler, Felipe González y hasta Grace de Mónaco salen referencias de sus reportajes y entrevistas.

Muchas veces, cuando había que documentar un tema, solo había que llamarle por teléfono: "Tría, ¿te acuerdas de cuando pasó aquello?" o "Tito (que así le llamábamos las chicas), ¿a quiénle dieron el premio Limón hace dos años?". Y casi siempre te resolvía la duda o te daba el dato exacto. Tenía una memoria prodigiosa que servía para acordarse de todo. Mejor dicho de casi todo, porque de lo malo y los malos prefería desmemoriarse. "No tiene interés. Lo pasado, pasado está", decía.

En esta profesión compleja como es el periodismo Agustín Trialasos era un hombre querido, respetado y admirado. Y estas cualidades no son de ahora porque haya muerto. Era íntegro, cariñoso, caballero, divertido y con ese punto irónico que hacía que los viajes de prensa con él fueran diferentes. Recuerdo cómo en una ocasión, en un primer encuentro con Nueva York, Beatriz Cortázar y yo queríamos que nos llevara al Bronx para ver de primera mano cómo era. No lo dudó y enfadado nos dijo: "¡Estáis locas! Pero qué se os ha perdido allí. ¿Y si pasa algo? ¿Cómo les digo a vuestras familias que habéis venido conmigo...?". Y nos metió en un taxi y al hotel. Esta sería una de las 1.000 anécdotas vividas con esta gran persona.

Así era Agustín, un hombre sensato ante la insensatez de los principiantes. Después vinieron muchos más viajes compartidos por medio mundo donde te enseñaba que el Martini había que tomarlo agitado y no revuelto, como hacía James Bond. Y como el agente secreto, llevaba el esmoquin como nadie. Lo recuerdo elegante, con su pajarita, sus gemelos, que cambiaba a menudo porque tenía una colección preciosa, papel y bolígrafo apuntando datos para su crónica del 'Diezmi'.

Una de las cosas más entrañables de Agustín era ver cómo cuidó a su madre hasta que falleció y lo que le costó recuperarse. Todos los años en esa fecha colgaba en su cuenta de Facebook una fotografía acompañada de la frase "cuánto te echo de menos, mamá". Ahora ya volverá a estar con ella. Seremos nosotros los que cuando llegue este día, cada año digamos: "Tría, cómo te echamos de menos, amigo".

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Agustín Trialasos ha sido y será siempre una referencia del periodismo. Y no solo de la mal llamada prensa rosa, que como él comentaba con ironía "hay veces que de rosa tiene poco y sí mucho de negro", sino porque era un cronista excepcional y un gran entrevistador. Dejaba hablar a los personajes, les daba confianza y entonces estos contaban lo que querían y lo que no. "Yo no me tengo que lucir, son ellos", decía dando clases magistrales en cualquiera de las esperas que los reporteros tienen que hacer en un estreno, en el Congreso de los Diputados o donde estuviera la noticia.