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2003, el año decisivo en la vida de Marta Gayá (sentimental y empresarialmente)
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el misterioso final de sus tres empresas

2003, el año decisivo en la vida de Marta Gayá (sentimental y empresarialmente)

En la vida de la acaudalada empresaria mallorquina no hay coincidencias. La que fue amante del entonces Rey Don Juan Carlos borra su pasado empresarial cuando rompe con él

Foto: Marta Gayá en un fotomontaje realizado en Vanitatis.
Marta Gayá en un fotomontaje realizado en Vanitatis.

El 10 de julio de 2003 la vida le dio un giro a Marta Gayá (Mallorca, 1949), que mantenía una relación estable (y extramatrimonial, estaba casada con el ingeniero malagueño Juan Mena) con el ahora Rey emérito, Don Juan Carlos. Su historia afectiva, que comenzó en 1990, cuando el aristócrata georgiano Zourab Tchokotua -amigo del monarca desde que ambos se conocieran en el internado de Friburgo- les presenta en esos veranos mallorquines que la prensa inmortalizaba en Marivent, muere sin vuelta atrás en 2003. En esa fecha, Marta, que pertenece a una de las familias más acaudaladas de Mallorca, hace las maletas. Ya llevaba una década divorciada de su marido oficial, se dedica a viajar por el mundo y fija su residencia en Suiza, muy cerca de Saint-Moritz, donde pasó largas jornadas con Don Juan Carlos, cobijados por el anonimato, santo y seña del país helvético.


Marta, después de dar por finiquitada su (estable) relación con el marido de Doña Sofía, rompe toda vinculación con su vida profesional en su Mallorca natal. Ese 10 de julio de 2003, disuelve las tres empresas de la que es administradora única. Dos entidades dedicadas a la promoción inmobiliaria (Calvinest SA y Avenidas 23 SAL), un negocio que le viene de familia, y Wearever Española SL, una sociedad que tenía por objeto la gran afición que comparte con Don Juan Carlos: la náutica, ya que la mencionada entidad se dedica al alquiler de medios de navegación. En esta última empresa se mantiene al frente tres meses más, ya que debe dejar margen para cerrar un negocio que le queda pendiente: su barco con el que solía navegar con el Rey.

Marta Gayá borra toda su actividad empresarial en España en el momento que la relación con Don Juan Carlos se rompe (aunque la amistad con el monarca perdura). Por cierto, ninguna de las antiguas empresas de la amiga entrañable del padre de Felipe VI tiene actualmente una situación boyante y eso que ella en 2002, que fue su último ejercicio fiscal, las dejó en positivo y las mantenía con unos generosos activos, que en algunos casos como en Calvinest SA superaban los 650.000 euros. ¿De qué vive Gayá actualmente? ¿Ha continuado sus negocios inmobiliarios en Suiza?

Marta no se esconde

Pero, como ya contamos en Vanitatis, no se esconde y a día de hoy mantiene una sólida amistad con el que fue su amante y con varios miembros del entorno de la realeza como es el caso de Simoneta Gómez-Acebo. Según detallan a Paloma Barrientos, “Marta es impecable. Nunca ha hecho el menor comentario sobre su relación y no se explica a santo de qué sale ahora esta historia y sobre todo las mentiras que se están diciendo”.

Esta misma fuente confirma que la dama mallorquina no se esconde porque no tiene por qué hacerlo. Aunque posee casa en Palma, en el paseo marítimo, y en Madrid, en el barrio de Chamberí, pasa largas temporadas en Suiza. Viaja a menudo a Miami, donde mantiene su grupo de amigos relacionado con el mundo del arte. Pero esta ya es otra historia que, muy a pesar de Marta, sí interesa a los medios.

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El 10 de julio de 2003 la vida le dio un giro a Marta Gayá (Mallorca, 1949), que mantenía una relación estable (y extramatrimonial, estaba casada con el ingeniero malagueño Juan Mena) con el ahora Rey emérito, Don Juan Carlos. Su historia afectiva, que comenzó en 1990, cuando el aristócrata georgiano Zourab Tchokotua -amigo del monarca desde que ambos se conocieran en el internado de Friburgo- les presenta en esos veranos mallorquines que la prensa inmortalizaba en Marivent, muere sin vuelta atrás en 2003. En esa fecha, Marta, que pertenece a una de las familias más acaudaladas de Mallorca, hace las maletas. Ya llevaba una década divorciada de su marido oficial, se dedica a viajar por el mundo y fija su residencia en Suiza, muy cerca de Saint-Moritz, donde pasó largas jornadas con Don Juan Carlos, cobijados por el anonimato, santo y seña del país helvético.

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