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Paloma Gómez Borrero, adiós a la eterna dama de la Santa Sede
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Murió ayer en Madrid a los 82 años

Paloma Gómez Borrero, adiós a la eterna dama de la Santa Sede

Era la guardiana de los secretos del Vaticano pero no escondía nada. Este es el retrato de una mujer extremadamente generosa en lo profesional y feliz, en lo personal

Foto: Paloma Gómez Borrero, en una fotografía reciente. (Gtres)
Paloma Gómez Borrero, en una fotografía reciente. (Gtres)

Decir que Paloma Gómez Borrero (Madrid, 1934, fallecida este pasado viernes también en Madrid, a los 82 años) era una inmensa profesional, sería tan obvio como hablar del Vaticano y no tenerla como referente. Era (cuesta hablar de ella en pasado) pura dinamita. Nunca se cansaba, siempre tenía tiempo para los amigos, para los conocidos, para los conocidos de los conocidos y así, hasta el infinito, que pasaban por Roma.

El “llama a Paloma que ella te ayuda”, era una frase recurrente entre los periodistas que necesitábamos un dato, una anécdota o una referencia de cualquier personaje que se moviera por Italia o por el mundo entero. Incluso, daba coordenadas a colegas novatos de la competencia que debían mandar crónicas inmediatas sin tener ni pajolera idea de lo que estaba sucediendo. Paloma siempre estaba allí y lo sabía todo, porque vivía la profesión con esa ilusión que da la vocación. Además, tenía una memoria prodigiosa, y si alguna información no daba de sí, la adornaba de tal manera que resultaba mucho más interesante su versión que la propia realidad.

De la mozarella al rosario

Soy reportera y lo que me gusta es estar en la calle. Las redacciones me sirven para ver a los amigos y nada más”. Llegaba a la COPE con sus bolsones a cuestas, su sonrisa grande y siempre con encargos: que si una bendición del Papa para los padres de una compañera que cumplían las bodas de oro, que si un rosario para la Primera Comunión de algún niño, que si la estampa de un santo, al que se le suponía dadivoso con sus seguidores... aunque en la intimidad, Paloma reconocía que “este no hace muchos milagros. Es de segunda", sentenciaba, y remitía a otro. Y no solo los encargos eran del tipo espiritual. También los había terrenales.

Traía a los amigos mozarella que compraba en una tienda del aeropuerto Fiumiccino, panetones, pasta fresca de un colmado de su barrio, limoncello de taberna que no se vendía en las tiendas… Cuando volvía a Roma, era a la inversa, y llenaba la maleta de jamón, piononos para una monjas de clausura y, hasta en una ocasión, contó que se llevó un tupperware con un guiso de alubias de uno de sus restaurante preferidos. Y lo asombroso es que la daba tiempo para todo

La entrañable 'reina de Chueca'

Para ella el día no tenía 24 horas, sino 48 o 72. Las que fueran necesarias, y no sólo para trabajar, sino también para divertirse. Cuando estaba en Madrid, se enganchaba a cualquier grupo de amigos que tuvieran un buen plan. Hace unos años se convirtió en la reina de Chueca. Después de una cena improvisada en su casa de la glorieta de Bilbao continuó la fiesta en la calle. Por votación popular se decidió acudir a un bar gay del barrio. Cuando se corrió la voz, se llenó de seguidores que la querían invitar a sus garitos. Al final ganaron los “osos” y allí que se fue Paloma encantada. Su entrada a ritmo de 'Mamma Mia' resultó espectacular. Anécdotas como estas tenía a millones y servirían para varios libros.

Contaba que una vez la paró la Guardia Civil en un control de alcoholemia y al reconocerla, no le hicieron la prueba. Y ella empeñada en que sí, que se la hicieran para contar después su experiencia. Como siempre, acabo dando su teléfono a la Benemérita “por si van ustedes por Roma y les enseño un sitio muy bonito que no aparece en las guías”. Y así era. De pronto, citaba a los amigos que llegaban por primera vez a Italia en un restaurante de aspecto pobre cerca del Vaticano. La sorpresa que nadie esperaba, era encontrarse el comedor lleno de cardenales con su indumentaria. “Es barato y se come de maravilla. Por eso está la curia. Ellos saben”, decía. Saludaba a la clientela porque todos los nuncios la conocía, y a continuación, se metía en la cocina para ver qué había. A la salida, se subía a en su Fiat Cinquecento y se perdía por las calles conduciendo como un romano, a lo loco, y tranquilizando al copiloto, que no sabía de las grandes cualidades de Paloma para sortear peatones y semáforos.

En fin, son tantas las anécdotas y vivencias de Paloma y con Paloma, que quizá lo que realmente sirva en estos momentos para los amigos y la familia, sea saber que cuando se recuerda su nombre se dibuja una sonrisa en quien lo pronuncia. Paloma era noble, divertida, generosa, irónica, libre, tolerante, solidaria, lista como el rayo y sobre todo, buena en el sentido amplio de la palabra. En mis muchos años que compartí tiempo con ella, nunca la vi un mal gesto con nadie y sí reivindicar la injusticia que se cometía con algún compañero a costa de su propio trabajo. Y lo mejor es que era una mujer feliz. Querida, te echaremos de menos.

Foto: Paloma Gómez Borrero en una de sus últimas apariciones en público.

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Decir que Paloma Gómez Borrero (Madrid, 1934, fallecida este pasado viernes también en Madrid, a los 82 años) era una inmensa profesional, sería tan obvio como hablar del Vaticano y no tenerla como referente. Era (cuesta hablar de ella en pasado) pura dinamita. Nunca se cansaba, siempre tenía tiempo para los amigos, para los conocidos, para los conocidos de los conocidos y así, hasta el infinito, que pasaban por Roma.

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