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Samaná, el paraíso perdido de Chacón
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Samaná, el paraíso perdido de Chacón

La política falleció este domingo según la información facilitada por la familia en su domicilio de la calle Viriato

Foto: Carme Chacón. (FOTO: Enrique Villarino)
Carme Chacón. (FOTO: Enrique Villarino)

La muerte de Carme Chacón, ministra de Defensa y Vivienda durante el Gobierno de Rodríguez Zapatero, ha sido una de las noticias más impactantes del momento, tanto por la juventud de la política, que tenía 46 años, como por las circunstancias de su muerte. Falleció este domingo, según la información facilitada por la familia, en su domicilio de la calle Viriato, en Madrid. Una amiga fue la que dio la voz de alarma al no poder contactar con ella.

La política padecía una enfermedad congénita que no ocultaba y que formaba parte de su conversación habitual cuando en charlas más o menos privadas salían a relucir temas relacionados con enfermedades cardíacas. Una de las últimas veces que coincidimos con ella un grupo de periodistas fue en un acto donde se presentaba una campaña informativa sobre la cardiopatía congénita, aquella que nunca le impidió viajar hasta Samaná, uno de sus lugares más queridos.

"Yo tengo el corazón al revés (ventrículo obturado), pero hago una vida normal. A lo mejor tendría que cuidarme más y no tomarme algunas cosas tan en serio", explicaba. Y sí que se lo tomó muy en serio cuando quiso ser madre y le dijeron los riegos que suponía el parto en su situación. Pero esa vez, el destino estuvo de su parte y nació Miquel, el niño de su ojos. Un bebé sano, regordete y tranquilo que fue siempre el motor de vida de la que fuera la primera ministra de Defensa de España. Chacón fue una mujer criticada porque pasó revista a las tropas con un estilismo poco acorde con los convencionalismos militares la primera vez. Sin embargo consiguió, con su profesionalidad y sentido común, ser respetada y querida por el estamento militar.

Foto: Carme Chacón y su marido, Miguel Barroso (EFE)

Viajes a la República Dominicana

Con su hijo y su pareja, Miguel Barroso, viajaba a la República Dominicana cuando tenían tiempo. El matrimonio compró allí una villa, concretamente en las Terreras, Samaná, en 2009. En este lugar, considerado como uno de los tesoros del Caribe, Carme se encontraba libre de ataduras sociales y políticas. Aquel era un territorio al que llevaba a sus amigos de verdad. Y si por casualidad coincidía con algún conocido en el aeropuerto dominicano lo invitaba a sus refugio. Mojitos, ensalada de quinoa, tostones, arroz con coco y de postre arequipe casero. Ese era el menú con el que festejaba a los españoles. También añadía jamón, lomo y fuet para los dominicanos. El pan con tomate nunca faltaba como seña de identidad catalana; con aceite de oliva, claro está.

Varios periodistas fuimos testigos de su hospitalidad. Carme llamaba a Samaná su paraíso secreto. A su hijo Miquel y a los amigos les llevaba al Santuario de las Ballenas Jorobadas en la Bahía de Samaná, el banco de plata en el que estos mamíferos se aparean desde diciembre a marzo. Un espectáculo impresionante que la exministra de Defensa disfrutaba con la gente que más quería.

Una de sus cualidades era, sin duda, la de disfrutar de la vida. Y lo hacía atrapando el poco tiempo que le quedaba libre entre sus obligaciones de partido, institucionales, políticas y con los medios, a los que siempre atendía. Nunca tuvo un desplante y su gabinete de prensa sabía que siempre había que atender a los periodistas. Otra cosa era que respondiera a cuestiones complicadas a la salida del Congreso o a pie de calle. Si no quería complicarse la vida o ser carne de titular, Carme utilizaba la sonrisa y cambiaba la pregunta activa por pasiva. También introducía ese componente deportivo que resolvía cualquier interrogante de actualidad en mero comentario futbolero. Ante la cuestión incómoda respondía a su interlocutor con uno de los pocos temas capaces de desviar la atención de lo importante. "¿Oye y si el Barça y el Madrid llegan a la final?”, preguntaba.

De ese amor nació el pequeño Miquel, que pasó a ser la prioridad de su vida. Como muchas madres con vida profesional activa, con el complejo de no dedicarle el tiempo suficiente. Carme Chacón era una mujer feliz con el mundo político, pero mantenía esa contradicción entre su vertiente educativa y su dedicación institucional. En algunas cenas privadas en las que no había colegas relacionados con su partido, explicaba que lo que a ella le gustaba de verdad era dar clases y la relación con sus alumnos. "Aprendo de ellos. Sé a quien le importan de verdad las clases y aquellos que están para cubrir el expediente. Y les doy caña. Creo que los genes anarquistas de mi abuelo aragonés me enseñaron a no pasar ni una", contaba en una de sus conversaciones cuando comenzaba el curso.

Fue profesora de Derecho Constitucional y sus clases (mientras duraron) eran de lo mas activas. Quizá fue una de las asignaturas que tenía claro que recuperaría cuando ya no tuviese que dar más a su partido. Sus alumnos decían de ella que era creativa, dura con las calificaciones y generosa con las recuperaciones. En realidad premiaba el esfuerzo y la excelencia porque su historial de vida fue el esforzarse. Recibió siempre el 'cum laude' de la excelencia con su familia y amigos. Y con Miquel, el título de la mejor madre del mundo.

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La muerte de Carme Chacón, ministra de Defensa y Vivienda durante el Gobierno de Rodríguez Zapatero, ha sido una de las noticias más impactantes del momento, tanto por la juventud de la política, que tenía 46 años, como por las circunstancias de su muerte. Falleció este domingo, según la información facilitada por la familia, en su domicilio de la calle Viriato, en Madrid. Una amiga fue la que dio la voz de alarma al no poder contactar con ella.

Carme Chacón
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