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Cusack y el síndrome post 11-S
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Cusack y el síndrome post 11-S

La vida sin Grace tiene algo en común con La habitación del hijo (2001), indiscutible obra maestra de Nanni Moretti que se llevó la Palma de

La vida sin Grace tiene algo en común con La habitación del hijo (2001), indiscutible obra maestra de Nanni Moretti que se llevó la Palma de Oro en Cannes: ambas cintas examinan el proceso de asimilación inmediato que conlleva siempre la desaparición de uno de los miembros del núcleo familiar. Y en los dos casos, la muerte de uno arroja luz sobre la vida de los otros, aunque nunca como negación de la naturaleza profundamente trágica de la vida.

De todos modos, la forma en que Moretti y el debutante James G. Strouse focalizan la narración no tiene apenas nada que ver. En realidad, Grece is gone, título original de la cinta que nos ocupa, se acerca mucho más, en este sentido, a otras películas como En algún lugar de la memoria (2007); ése film algo manido de Mike Binder que plantea las bases de un cine americano post 11-S, en el que el psicoanálisis freudiano que siempre ha sostenido el discurso fílmico americano se verá alimentado, en cierto sentido, por dos aviones que se estrellan contra el Yo colectivo.

El protagonista de La vida sin Grace (un sobreactuado John Cusack) deberá enfrentarse no sólo a la muerte de su mujer, sino también a la forma en la que ésta pierde la vida: en Irak, como marine estadounidense. Y su mayor problema a partir de ese momento no será otro que el de comunicarle a sus dos hijas pequeñas la terrible noticia, motivo por el cual emprenderá un viaje por carretera a ninguna parte, metáfora de la metamorfosis final de dicho personaje.

El viaje le otorgará a la cinta un cierto aire a road movie. En este sentido, el abuso de ciertos tópicos visuales, como el plano-paisaje o el solitario motel de carretera, reclama la atención sobre la condición novel del realizador del film; un G. Strouse perdido probablemente en la contradicción de cierto cine ‘indie’ que se permite el lujo de plantear historias en las que se reivindica la autoría, pero que no son capaces de romper del todo el habitual discurso yanqui; que tira la piedra y esconde la mano; que construye finales a la orilla del mar, de excesivo talante dramático, para películas que muestran una pretendida contención en el resto del relato.

Ese final y el innecesario epílogo que lo acompañan acaban haciendo añicos las bondades –no muchas- de este ejercicio de introspección, y lo acercan en última instancia a la estética del telefilm. Se agradece, eso sí, que el autor haya decidido acompañar dichas imágenes con acordes compuestos por un tal Clint Eastwood. Aunque algo se debe haber hecho mal, cuando lo mejor de una película es la banda sonora.

Lo mejor: el escaso metraje, de menos de hora y media.
Lo peor: que el film no va más allá de lo que la sinopsis promete.

Criterio de valoración:
Obra maestra.
Muy buena.
Buena.
Interesante.
Regular.
Mala.

La vida sin Grace tiene algo en común con La habitación del hijo (2001), indiscutible obra maestra de Nanni Moretti que se llevó la Palma de Oro en Cannes: ambas cintas examinan el proceso de asimilación inmediato que conlleva siempre la desaparición de uno de los miembros del núcleo familiar. Y en los dos casos, la muerte de uno arroja luz sobre la vida de los otros, aunque nunca como negación de la naturaleza profundamente trágica de la vida.