Es noticia
Otra vez se acaba el mundo… después de pasar por caja
  1. Televisión

Otra vez se acaba el mundo… después de pasar por caja

Es tiempo de dialogismos, refutaciones, palimpsestos y remakes. Esa es la característica cardinal de la muy teorizada posmodernidad cinematográfica, abocada por agotamiento a la mezcolanza de

Es tiempo de dialogismos, refutaciones, palimpsestos y remakes. Esa es la característica cardinal de la muy teorizada posmodernidad cinematográfica, abocada por agotamiento a la mezcolanza de lo clásico y lo moderno, a la miscelánea referencial, al eclecticismo temático y formal de todo lo visto, dicho y oído hasta la fecha. No es un reproche. Muchos de los grandes textos de nuestro tiempo surgen precisamente de ejercicios de riguroso revisionismo. Y así como Picasso reescribió a Velázquez y Borges a Cervantes -lo decía el crítico Carlos Heredero en uno de sus brillantes artículos-, resulta comprensible que Gust Van Sant haya hecho lo propio con Hitchcock (Phycho) o Michael Haneke consigo mismo (Fanny Games). Lo difícil es que este proceso de actualización acabe llegando finalmente a buen puerto. Algunos como Van Sant, que hizo una copia milimétrica de cada uno de los encuadres de la Psicosis hitchcockniana, fracasaron por defecto en los cambios. Otros lo han hecho sin duda por exceso.

Si hay algo que reprochar al director Scott Derrickson en su remake de Ultimátum a la tierra (Robert Wise, 1951) es precisamente eso; haber recargado con parafernalia de posproducción una cinta desprovista en su versión original del glamour que le es propio a la estética mainstream del XXI.  Derrickson, autor de la muy estimable El exorcismo de Emily Rose, ha construido un blockbuster apocalíptico cercano al lenguaje cinematográfico que manejan otros habituales del subgénero como Roland Emmerich (El día de mañana, Independence Day). Puede que esta elección tenga sus frutos en taquilla; sin embargo, la reescritura cinematográfica del ultimátum que Wise dio a los humanos a principios de los cincuenta habla desde su prologo inicial -sobrante- y hasta su final digitalizado y hortera, de la imposibilidad del actualizar el pasado por la vía de la fuerza.

Puede que David Scarpa, guionista de este remake, haya demostrado cierta cintura al cambiar la amenaza comunista que utilizó Wise en el film original por la amenaza del cambio climático. Lo que ocurre es que la retórica profética que se gasta resulta banal, además de pedante y tediosa, provista de semejante envoltorio. A la sensación de hastío contribuye la inserción de un melodrama familiar como complemento a la profecía de ciencia ficción. Y por supuesto también el sempiterno hieratismo del actor protagonista; un Keanu Reeves que aún hoy no se ha quitado el disfraz de Neo.

LO MEJOR: El frenético comienzo (excluyendo un prologo innecesario).

LO PEOR: Los efectos digitales no son siquiera todo lo buenos que cabía esperar.

Criterio de valoración:
Obra maestra.
Muy buena.
Buena.
Interesante.
Regular.
Mala.

Es tiempo de dialogismos, refutaciones, palimpsestos y remakes. Esa es la característica cardinal de la muy teorizada posmodernidad cinematográfica, abocada por agotamiento a la mezcolanza de lo clásico y lo moderno, a la miscelánea referencial, al eclecticismo temático y formal de todo lo visto, dicho y oído hasta la fecha. No es un reproche. Muchos de los grandes textos de nuestro tiempo surgen precisamente de ejercicios de riguroso revisionismo. Y así como Picasso reescribió a Velázquez y Borges a Cervantes -lo decía el crítico Carlos Heredero en uno de sus brillantes artículos-, resulta comprensible que Gust Van Sant haya hecho lo propio con Hitchcock (Phycho) o Michael Haneke consigo mismo (Fanny Games). Lo difícil es que este proceso de actualización acabe llegando finalmente a buen puerto. Algunos como Van Sant, que hizo una copia milimétrica de cada uno de los encuadres de la Psicosis hitchcockniana, fracasaron por defecto en los cambios. Otros lo han hecho sin duda por exceso.