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Dickens en Bollywood
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Dickens en Bollywood

Hay una secuencia en Slumdog Millionaire que a la postre servirá para resumir el fracaso de una cinta que le ha robado el corazón a millones

Hay una secuencia en Slumdog Millionaire que a la postre servirá para resumir el fracaso de una cinta que le ha robado el corazón a millones de espectadores en todo el mundo y que está barriendo en las grandes galas de premios. En dicha secuencia un Danny Boyle más cínico de lo habitual ridiculiza a unos turistas anglosajones que visitan la India como quien visita un parque temático, cerrando los objetivos de sus cámaras occidentales al drama de los otros y llenando sus retinas de colorido y majestuosidad arquitectónica.

Es precisamente eso lo que se le puede reprochar al señor Boyle. Su papel en esta cinta es la del ‘director-turista’; alguien que trabaja el relato sobre los infinitos tópicos occidentales que existen acerca de la miseria en los arrabales periféricos de Bombay. No hay ni un solo giro argumental, ni un solo personaje -marionetas todos en manos de un artificiero- que nos muestren una India desconocida.

No le interesa al realizador inglés jugar aquí a ser Meirelles (Ciudad de Dios, El jardinero fiel). Las referencias a la mundialización del mundo (un joven indio participa en el concurso televisivo ¿Quiere ser millonario?) son también un mero trámite narrativo. Incluso cabe calificar de pose el hecho de que Boyle beba en cierta medida de la estética de Bollywood. No ha sabido o no ha querido sacar partido a esa fuente de inspiración, salvo para impregnar de colorido la magnética fotografía de su película, acompañar sus imágenes con una banda sonora muy autóctona e introducir en las postrimerías del film un baile que está fuera de la diégesis y que no tiene demasiado sentido.

La forma en la que Boyle planifica sus secuencias y monta sus planos es más o menos la misma de siempre. El frenético ritmo de esta cinta recuerda a algunos títulos de su filmografía, donde la joya de la corona se llama Trainspotting. Nadie duda del infinito poder de fascinación que causa el imaginario visual de Boyle, ni de lo conmovedor del relato de un pícaro que bien podría protagonizar un cuento de Dickens. De lo que sí se puede dudar, sin embargo, es de si verdaderamente hay algo debajo de esa epidermis psicodélica; algo que merezca semejante bombo y semejante tropel de galardones. Puede que sea verdad aquello de que, en tiempos de crisis, funcionan bien los cuentos de hadas con final feliz.

Hay una secuencia en Slumdog Millionaire que a la postre servirá para resumir el fracaso de una cinta que le ha robado el corazón a millones de espectadores en todo el mundo y que está barriendo en las grandes galas de premios. En dicha secuencia un Danny Boyle más cínico de lo habitual ridiculiza a unos turistas anglosajones que visitan la India como quien visita un parque temático, cerrando los objetivos de sus cámaras occidentales al drama de los otros y llenando sus retinas de colorido y majestuosidad arquitectónica.