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El encanto de los cines al aire libre
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El encanto de los cines al aire libre

En 1931, los espectadores del cine San Carlos de Madrid alucinaron cuando notaron los chorros de aire lanzados desde el marco de la pantalla hacia las

En 1931, los espectadores del cine San Carlos de Madrid alucinaron cuando notaron los chorros de aire lanzados desde el marco de la pantalla hacia las butacas. A partir de ese momento, se acababa el insoportable calor que tenían que padecer dentro de las salas y que hacía que, durante los años 20, los cines cerrasen durante los meses de verano. Nacían, de forma muy primitiva, los cines refrigerados. Sin embargo, antes de esta comodidad, los habitantes de la capital de España se plantaban con una buena bolsa de pipas frente a un cine de verano. El primero estaba situado frente al Museo del Prado, en la Glorieta de la fuente de las Cuatro Estaciones; un cine que, en 2012, no es más que un recuerdo.

Es el caso de los cines de verano de muchas ciudades españolas. La gente ha ido abandonando el placer de comer pipas o palomitas frente a una pantalla al aire libre para irse a las terrazas o frente al ordenador. Nadie lo sabe mejor que Rita Sonlleva, a la que el alcalde de Madrid en 1984, el ya mítico Tierno Galván, pidió una iniciativa original y cinematográfica para los calurosos veranos de la capital. Así nació Fescinal, un festival de cine al aire libre situado en el Parque de la Bombilla que aún aguanta el tipo a pesar de que el público ha cambiado mucho en estos casi 30 años: “Poníamos de tres a cinco películas diarias. Eran otros tiempos y otra forma de vida. Poníamos los tres ‘Padrinos’ o las tres ‘Guerras de las galaxias’ y la gente amanecía sentada en el cine”, asegura la creadora de esta original propuesta estival.

La razón la achaca a un cine muy diferente, un cine que se hace “pensando en internet o en la televisión. Antes, las películas de John Ford, se hacían a base de planos generales. No se puede ver una de sus películas en otro sitio que no sea un cine” asegura Sonlleva. Fescinal cambia diariamente su programación, al contrario que los cines de verano al uso, que suelen basarse en la repetición. De domingo a miércoles programan una película  y de jueves a sábado dos. Cuando dedican una sesión al cine español suelen contar con sus protagonistas en los coloquios posteriores. Este año, además, cuentan con una Semana del Cine Espacial, con películas destacadas del actual cine de ciencia ficción. El encanto y la magia del cine en la calle siguen existiendo: “Si se programa una película de terror se escuchan las risas de 1000 personas en el barrio de al lado. Eso es imposible en un cine convencional”.

Otro cine al aire libre muy popular en Madrid es el del cine al aire libre de la Filmoteca Española, situado en el Cine Doré. Desde finales de los años 80, cuando dejaron de ser una filmoteca itinerante, tienen una sala de verano, con una programación basada en “recuperar películas conocidas que ya son más difíciles de ver en una sala convencional”, según asegura su gerente, Antonio Santamarina. Mientras que otros cines de verano convencionales han visto mermar sus espectadores, ellos ven el aforo completo todos los días. “Siempre llenamos. Nuestros precios son tan baratos que si alguien quiere ver una película tiene que venir el día anterior a sacar la entrada o ese mismo día por la mañana”, afirma Santamarina. Si en algo se diferencia la terraza al aire libre del cine Doré de un cine de verano convencional es que aquí no existen las pipas ni los refrescos. “La gente no viene a comer o beber. Respetan eso. Se toman un refresco o un café antes de entrar. El público que viene aquí, aunque venga a la sala de verano, está interesado, sobre todo en la película”, afirma.

No solo Madrid cuenta con cines al aire libre muy populares. En Barcelona, funciona muy bien la Sala Montjuïc, que cuenta con un aforo de 2000 personas. Los asistentes pueden alquilar una hamaca y pasar la velada con una programación de lo más completa: primero, un cortometraje, y después, una película clásica o moderna. En Sevilla, el cine de verano supone una placentera alternativa a las altas temperaturas de la capital hispalense. Uno de los más populares es el del Patio del Rectorado de la Universidad de Sevilla. Desde 2009, el Centro de Iniciativas Culturales de la Universidad programa ciclos de cine al aire libre en versión original. Un auténtico lujo para los cinéfilos sevillanos.

Reinventados o no, con públicos que acuden a ver ‘cine serio’ o ‘cine palomitero’, el caso es que los cines al aire libre siguen conservando su encanto y, a pesar de la crisis que acecha a la industria, se resisten a desaparecer. Para muchos espectadores, la estampa de un grupo de amigos o una pareja viendo una película junto a cientos de personas en un cine de verano sigue siendo aún más poderosa que cualquier Iphone u ordenador de última generación. 

En 1931, los espectadores del cine San Carlos de Madrid alucinaron cuando notaron los chorros de aire lanzados desde el marco de la pantalla hacia las butacas. A partir de ese momento, se acababa el insoportable calor que tenían que padecer dentro de las salas y que hacía que, durante los años 20, los cines cerrasen durante los meses de verano. Nacían, de forma muy primitiva, los cines refrigerados. Sin embargo, antes de esta comodidad, los habitantes de la capital de España se plantaban con una buena bolsa de pipas frente a un cine de verano. El primero estaba situado frente al Museo del Prado, en la Glorieta de la fuente de las Cuatro Estaciones; un cine que, en 2012, no es más que un recuerdo.