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Érase un vez" un cuento hecho bostezo
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Érase un vez" un cuento hecho bostezo

Era de esperar. Una sola obra de J.R.R. Tolkien no da para tres películas de Peter Jackson. Pura lógica aritmética. Estamos hablando de unas 300 páginas

Era de esperar. Una sola obra de J.R.R. Tolkien no da para tres películas de Peter Jackson. Pura lógica aritmética. Estamos hablando de unas 300 páginas para casi nueve horas de metraje. Dicho de otro modo, con un material a adaptar más de tres veces inferior al de El señor de los anillos, señor al que ya de por sí le sobraba traje por todas partes, el realizador ha labrado tres nuevas historias interminables. Y la primera de ellas, El Hobbit, un viaje inesperado, tira por tierra (Tierra Media, claro) las ansias de grandeza del tesorero del director neozelandés, el único al que seguro le va a gustar la película.  

El de El Hobbit es ‘metraje chicle’. Las secuencias se estiran hasta el infinito con el objetivo de llenar espacios vacíos, que a la postre lo son más si cabe. Las primeras secuencias, en las que Jackson dibuja a sus personajes a base de pinceladas digamos vagas, como el buen pintor impresionista que es, marcan la pauta de un film entregado por completo a la hipertrofia narrativa.

Solo los interludios bélicos consiguen descoagular someramente la embolia global. Y eso a pesar de que la paranoia Jackson alcanza aquí cotas insospechadas, pues ha metido en la coctelera del Photoshop sus habituales planos aéreos, su gusto por las ralentizaciones innecesarias, su invento de los 48 fotogramas por segundo y su vertiginoso concepto del montaje, de concepción televisiva, para mezclarlo con las malogradas tres dimensiones. El movimiento de los personajes es, resultado de esta mescolanza lisérgica, todo confusión. Teoría del exceso. No hay poesía, todo es delirio.

Nadie duda del vigor escénico de los productos de este director, vanagloriado por la Academia de Hollywood. El problema es que todo lo que es capaz de ofrecernos El Hobbit en el apartado estrictamente visual ya lo habíamos presenciado antes en El señor de los anillos sin necesidad de recurrir a las gafas 3D. En el narrativo también, porque repite exactamente la misma estructura: de regreso al flashback recurrente, al prólogo bélico, al epílogo valle y a la narración paralela. Déjà vu.

Los problemas se acentúan por la falta de carisma de los personajes (el héroe y el villano). Falta de carisma del conjunto, en realidad. Jackson sufre la misma enfermedad que padeció George Lucas cuando dirigió la segunda terna de películas de La guerra de las galaxias. Y, como aquél, naufraga en el intento de encontrar un equilibrio real entre lo nuevo y lo viejo.

Tolkien escribió El Hobbit, un cuento de aventuras imposibles, con dragones, mazmorras y moralejas sobre las infinitas virtudes que puede atesorar el más común de los mortales cuando es requerido para una causa noble, para dormir a sus hijos por las noches. Se podría decir que esta vez Jackson ha llevado al extremo su compromiso de fidelidad con el escritor, algo que ha lastrado siempre el metraje de sus adaptaciones. Al extremo; ya que con esta cinta conseguirá no solo dormir a los más pequeños, sino también a los mayores

Era de esperar. Una sola obra de J.R.R. Tolkien no da para tres películas de Peter Jackson. Pura lógica aritmética. Estamos hablando de unas 300 páginas para casi nueve horas de metraje. Dicho de otro modo, con un material a adaptar más de tres veces inferior al de El señor de los anillos, señor al que ya de por sí le sobraba traje por todas partes, el realizador ha labrado tres nuevas historias interminables. Y la primera de ellas, El Hobbit, un viaje inesperado, tira por tierra (Tierra Media, claro) las ansias de grandeza del tesorero del director neozelandés, el único al que seguro le va a gustar la película.