PFW
El estreno de Jonathan Anderson para Dior: inesperado, auténtico y con el legado por principio
Un manifiesto estético que dialoga con la herencia de Dior y su visión de futuro. Una propuesta que oscila entre lo austero y lo ornamental, lo severo y lo poético, lo urbano y lo etéreo
Uno de los momentos más esperados para el mundo de la moda ha llegado: el debut de Jonathan Anderson al frente de Dior. El arranque no pudo ser más revelador: un vídeo mostraba las fases previas al desfile, desde los invitados grabados en transfer —puro sello Anderson— hasta detalles de las probadoras en el estudio y la llegada de las invitadas al atelier. Ahí comenzaba a dibujarse la nueva realidad de Dior: corbatas anudadas en la cintura, camisas a rayas, vaqueros, bombers… Un giro contemporáneo en el que la presencia de Rosalía, Brigitte Macron, Jenna Ortega, la hija de Inès de la Fressange o Anya Taylor-Joy reforzaba la magnitud cultural del estreno.
La narrativa se amplificó en redes con un guiño literario: la invitación reproducía un fragmento tachado de 'Madame Bovary', mientras que el teaser, protagonizado por unos zapatos morados con planta geométrica, anticipaba el lema de la colección: “La colección Dior de Jonathan Anderson explora el lenguaje de la Maison: desde su herencia preservada hasta una visión empática de su larga historia. Un diálogo entre pasado y presente, armonía y tensión, audacia y calma, lo grandioso y lo cotidiano. El cambio es inevitable.”
El escenario, una pantalla triangular que proyectaba imágenes de la historia de Dior, envolvía a los invitados sentados en bancos de madera. Imagen y vídeo se situaban en el centro de la experiencia, subrayando que el legado de la maison no es un recuerdo estático, sino una narrativa en movimiento que conecta todas sus etapas.
A partir de ahí, la pasarela desplegó un ejercicio de contrastes. Las camisas con lazo marcaron el tono, combinadas con pantalones fluidos, minifaldas estructuradas o blazers de hombros definidos, reafirmando su estatus como prenda insignia. El cuero, junto con chaquetas de corte militar con botonadura dorada, el denim, aportó fuerza y severidad, mientras los vestidos vaporosos de seda o gasa ofrecían un contrapunto etéreo, casi escultórico.
Los accesorios se convirtieron en protagonistas: sombreros geométricos de grandes dimensiones, bolsos de gran tamaño con cadenas metálicas, zapatos con lazos y pendientes XXL aportaron teatralidad y dramatismo. La innovación material brilló en vestidos creados con tiras entrelazadas o transparencias bordadas, equilibrando sensualidad y experimentación.
La paleta cromática acompañó la narrativa: del negro absoluto al gris metalizado, pasando por verdes musgo, azules suaves y un rojo vibrante que rompía con fuerza. El blanco, en vestidos drapeados o piezas volumétricas, añadió frescura y romanticismo.
No ha presentado solo una colección, sino un manifiesto estético que dialoga con la herencia de Dior y su visión de futuro. Una propuesta que oscila entre lo austero y lo ornamental, lo severo y lo poético, lo urbano y lo etéreo. Una declaración de intenciones que reivindica la feminidad plural y el cambio inevitable como esencia de la moda.