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Miércoles, 5 de agosto de 2009

Hace muchos años que, como aves precursoras de primavera, en Madrid no aparecen las violeteras. En estos tiempos tan extraños, aparecen en su lugar muchas otras cosas, desgraciadamente menos entrañables y poéticas. Yo, sin embargo, debo ser un afortunado, pues veo aparecer de vez en cuando una en Zaragoza, ciudad donde habito, sin importar la estación del año en que estemos. Precisamente hoy, al frío atardecer de una víspera de San Valentín, la he visto y la he escuchado por última vez.

El cuplé, ese género que un día elevara su categoría gracias a coincidir en el tiempo dos artistas inmortales, como fueron Raquel Meller y el maestro Padilla, estaría prácticamente olvidado si no fuera por esa “violetera” como la que yo conozco y, sería una lástima. Sería una pena porque, con el cuplé, al igual que ocurre con la copla, encontramos temas de una categoría inmensa que cuando son interpretados con verdadera profesionalidad, gustan, y de qué manera, a todos los públicos. Sin embargo, lo que realmente demuestra la calidad de algunas de esas canciones es el haber resistido el paso del tiempo y que, por cientos de veces que las escuchemos, nunca nos lleguen a cansar. Son además canciones que a los que crecimos con la radio sonando a todas horas, nos recuerdan el olor de los guisos de nuestras madres y abuelas, o el de la tierra mojada del patio del colegio tras una tormenta de primavera.

Corita Viamonte es el nombre de esa “violetera”. Es el nombre de una gran cupletista nacida en Aragón, lo mismo que la gran Raquel Meller. Corita Viamonte es el nombre de una gran artista que, siendo una niña y tras ver actuar en televisión a la española más internacional del siglo XX, le dijo a su madre: “Yo, lo que quiero cantar, es cuplé”. Pero no ha sido cuplé lo único que ha cantado. En realidad, Corita se ha atrevido con todo, y todo lo ha cantado bien. Las clases de canto las tuvo a todas horas y sin salir de casa. Su inolvidable madre, Corita López, pasó muchos años de su vida enseñando a alumnos que querían llegar a ser cantantes y se encargó de que su hija adquiriera la mejor educación posible. Esa técnica, junto con su versatilidad, son los ingredientes para que Corita haya llegado a cantar así. Aquí no hay trucos ni trampa ni cartón. Se tiene o no se tiene; y Corita tiene todo lo necesario para salir a un escenario, cantar lo que le dé la gana y meterse al público en el bolsillo.

Corita sólo tiene un problema: que es “como de la familia”. Sí, señoras y señores, de su familia, de la mía y de la señora que pasa por aquella acera. Estamos tan acostumbrados a encontrárnosla por las calles y comercios de Zaragoza que no la valoramos como si hubiese nacido en Sevilla y, además, viviese en la Costa de Florida.

Esta mujer que un día triunfara en la antigua Unión Soviética como cantante de la Orquesta Maravella y que ha cantado ‘En tierra extraña’ en el mismo Nueva York tendría que ser conocida en Madrid. Me gustaría tener la forma de conseguirlo. Un espectáculo tan bien montado como el que ahora lleva, dirigido musicalmente por un joven gran músico como es José María Berdejo, podría causar sensación en cualquier teatro de la capital de España. Con gran orquesta; con el único acompañamiento de un piano o a capela, como yo la he podido escuchar esta tarde, Corita interpreta el cuplé y muchos más géneros como nadie. Por eso, muchas veces pienso que ahora, como al comienzo decía, hace tantos años que como aves precursoras de primavera, en Madrid no aparecen las violeteras. Podría ser el momento en que apareciera ella.

Terminaré con una frase que le dediqué la última vez que tuve el honor de presentarla en el Teatro Principal de Zaragoza: “El último cuplé es tan sólo el título de una famosa película. El último cuplé se cantará el día que Corita Viamonte se retire de los escenarios”.

Más información sobre Corita Viamonte.

*Rafael Castillejo es columnista.

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