vanitatis.com

Sábado, 11 de julio de 2009

Cine Teatro Música Libros Arte

El poder revitalizante del fango

@Javier Sánchez* - 09/04/2008

Valorado (0/5)Valorado (0/5)Valorado (0/5)Valorado (0/5)Valorado (0/5) (0/5 | 0 votos)

enviar a un amigoimprimir

El poder revitalizante del fango
 Isabel Pantoja (Efe)

Una vez leí algo que me inquietó sobre la idiosincrasia española de la envidia. Decía que sólo empezamos a admirar a los héroes y triunfadores una vez que han caído. La única diferencia entre el Cid y Mario Conde, entre el Poema del uno y el Asalto al Poder inspirado a Cacho por el otro, mirado así, es si el capítulo de ascenso precede al de la caída o viceversa. Ambos son cantares de gesta, y ambos nos retratan como estirpe, ambos nos hablan de ese apartheid íbero contra el advenedizo.

Empezamos algunos a tolerar a determinadas figuras e iconos de actualidad cuando han sido arrastrados al fango o metidos en prisión. Nos congracia con nosotros mismos sentir lástima por quien antes sentimos envidia. Durante su período de hegemonía no los podíamos aguantar y se nos despertaba un nido de cuervos en las tripas cada vez que asistíamos a sus triunfos y demostraciones públicas. Caer en desgracia los vuelve, como solemos justificar, “más humanos” y nos calma las punzadas de la misma úlcera que aquellos jugos gástricos nos abriera.

Quizá entendido esto, no extrañase al foráneo esa actitud tan castellana de “no alardear”, de quejarse de la suerte propia independientemente de si es buena o mala y de esconder triunfos y ganancias. Cualquier cosa con tal de hacernos acreedores de la lástima y de dejar que la envidia busque otro huésped al que parasitar, otra lozanía a la que fijarse como una sanguijuela. Me atrevo a decir que esta conducta de mimetismo con la miseria circundante ha tenido, en nuestras lindes, una función adaptativa para la supervivencia del charnego. Pues cualquier demostración de talento, fortuna o felicidad, conlleva ineluctablemente el acoso y derribo del dotado. En España no hay divertimento más común que el despedazamiento del gallito de las ideas de oro.

Hay sin embargo quienes, ensoberbecidos por su efímera gloria, provocan temerariamente al tendido cero. Aunque no lo sabían, Isabel Pantoja y Julián Muñoz con aquella frase de “enseña dientes que es lo que les jode” estaban labrando su desgracia. No con las irregularidades, no con los extravíos, no con nada de eso, sino con aquella frase. Al pueblo español no se le reta de esa manera. Al pueblo español, hablando en general, se la trae tan floja si Roca tenía un Miró en su baño como si Miró tenía un sanitario Roca en el suyo. El regodeo es lo que no se tolera.

A lo largo de nuestra historia, nuestro pecado nacional ha guerreado contra el invasor napoleónico, ha dominado una América con la que recién tropezábamos y nos ha llevado de aquí para allá con una expresión algo amarillenta en la cara y en los mismos ojos que habrán de cocerse en el fuego eterno. Las grandes conquistas hispanas se han labrado con sangre en las manos y bilis en la boca.

Estremece asistir a todas estas historias de grandes hombres y mujeres de la patria caídos en desgracia por tan demoledora fuerza. Pero resulta más espeluznante su resurgimiento y que se congracien con la soberanía popular a través del exorcismo del desastre. Independientemente de lo que hayan hecho, su relato de miserias, infamias y bajezas los reconstituye, los redime. Es el poder revitalizante del fango.

Qué oscuros mecanismos de nuestra mente rigen el hecho de que alguien desee lo de otro, que de ahí pase a desear que el otro lo pierda y que cuando ese otro lo pierde, aún cuando sea para beneficio de nadie, alberguemos esa sensación íntima de triunfo que nos permite ofrecer generosamente la mano al tendido. ¿Dónde asienta el centro neurológico de la envidia, de dónde surge el impulso nervioso que encoge las tripas ante el triunfo ajeno o ante las cualidades que lo harán conseguir? El aspecto clave de la envidia, la condición sine qua non, es la comparación. Y en efecto, quizá haya pocos ejercicios mentales tan proclives a la infelicidad y a la destrucción como la comparación con los otros. Igual que otras pasiones son elementales, la envidia surge de nuestra corteza cerebral más evolucionada, de nuestro neocortex prefrontal, de la región más característicamente humana de nuestro cerebro. Envidioso por naturaleza, la crianza y la educación hacen al hombre compasivo y capaz de admirar el talento. Y en este país, ya se sabe cómo andamos de educación y de crianza.

*Javier Sánchez es psiquiatra.

Valorado (0/5)Valorado (0/5)Valorado (0/5)Valorado (0/5)Valorado (0/5) (0/5 | 0 votos)

enviar a un amigoimprimir

Britney Spears o el pingüe negocio de la decadencia

@Jacobo Corujeira - 09/04/2008

Carla Bruni los lleva: sombreros y tocados, la nueva tendencia

@Vanitatis.com - 09/04/2008

La Gavina, arte con sabor mediterráneo

@Miriam Rubio - 09/04/2008

Fred Perry pone al músico Paul Weller a diseñar polos

@Jacobo Corujeira - 09/04/2008

Dime cómo calzas y te diré quién eres: los nuevos líderes llevan deportivas

@Vanitatis.com - 08/04/2008

Ver más»

LAS MÁS

los más leidos los más enviados

Todos los derechos reservados © Prohibida la reproducción total o parcial

Titania Compañía Editorial, S.L

ir a El Confidencial

Vanitatis

ir a Cotizalia