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La Familia Real no recibe

@Paloma Barrientos - 08/10/2008

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La Familia Real no recibe
 

Todos los años, y tras el desfile militar que conmemora la Fiesta Nacional, la Familia real en pleno se trasladaba hasta el Palacio de Oriente y ahí recibía a las fuerzas vivas representadas en lo que se denomina sociedad civil. Aparte de políticos, empresarios y cabezas visibles de colectivos importantes, la prensa siempre estaba invitada. Y no solo los directores de los grandes medios de comunicación o los periodistas que habitualmente cubren la información de la Casa Real, los informadores sin cargo también estábamos convidados tras presenciar junto a los “gráficos” el interminable besamanos.

 

El sistema funcionaba muy bien, entre otras cosas porque no nos perdíamos detalle de los trajes de las señoras, las corbatas de los caballeros y los gestos del Rey hacia alguno de sus invitados. Dependiendo de la sonrisa, de cómo le agarrara el brazo, le palmeara la espalda o le retuviera la mano más que al anterior o menos que al posterior ya servía de titular, o al menos para un párrafo.

 

La reina también solía “entretenerse”, sobre todo con los invitados más mayores, las embarazadas o los que acababan de recibir un premio. Doña Sofía tiene un ordenador Pentium por cerebro, al menos en lo que se refiere a recordatorios y efemérides. Los príncipes y las Infantas más sus maridos sólo saludaban. La charla con ellos llegaba después, en el cóctel. Era una manera excelente de acercamiento. Todo el mundo salía encantado. Los monárquicos más monárquicos y los republicanos abducidos hasta el día siguiente.

 

La prensa política tampoco se quedaba atrás y cuando se hacían los corrillos de los colegas de sociedad ahí estaban pegando la oreja. Y más desde la llegada al reino de los Borbones de la periodista Letizia. En esas reuniones de palacio, la imagen de la Primera Familia salía totalmente reforzada. Aparecían distendidos, relajados y comentando con los súbditos (que no cortesanos que diría Peñafiel) temas normalmente intrascendentes. Salvo que el Rey quisiera dar algún mensaje subliminal, y entonces los periodistas políticos se frotaban las manos. En nuestro caso, los de sociedad, nos enteramos por estas reuniones que Marichalar le regaló a la Infanta Elena dos venecianos (broches) por el nacimiento de sus dos hijos; que a Urdangarín se le subían los colores cuando las chicas le decíamos que era más alto y más guapo al natural; que el príncipe coleccionaba estilográficas; que la princesa comía primero, segundo y postre y repetía; que la infanta Leonor decía agua cuando todos los niños de su edad decían “aba”; que a la Infanta Cristina -como a cualquiera- le costaba lo suyo mantener el tipo… Y así una y otra anécdota que servían para colorear la Institución.

 

Pues de todo esto que les he contado, nada de nada. La Casa del Rey (supongo que recibiendo órdenes) ha decidido restringir la presencia de periodistas en ejercicio. Es decir, los que acudan lo harán con invitación. Y por lo tanto me figuro que sin poder pasar a sus empresas el domingo como día trabajado y tampoco el ticket del taxi del desplazamiento. Menuda faena para ellos porque si no pueden informar mejor que les coloquen de atrezo y así por lo menos pueden justificar el horario del domingo próximo. Sólo dejaran acreditarse a los fotógrafos de la oficial agencia EFE y a los cámaras de TVE.

 

Si yo tuviera mando en plaza como el Rey haría todo lo contrario. Una fiesta en plan puertas abiertas. De todas formas hay que entender que los frentes abiertos -informativamente hablando- son muchos. Me quedo con la duda de saber si la Infanta Elena prefiere los estores a los visillos en su casa nueva, si ha hecho amigos en Mapfre y si coincide con ellos en la maquina de refrescos como los de Cámara Café; si la duquesa de Palma tienen problemas de espacio en los armarios, si Iñaki Urdangarín sabe preparar escalibada; si el príncipe le pregunta a su mujer por qué aún no ha lucido en público el reloj brazalete de oro blanco y diamantes que le regaló por el nacimiento de la Infanta Sofía... Con doña Letizia, me abstendría, no fuera a regañarme otra vez. En fin, que nos quedamos sin ir al palacio de Oriente.

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