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Doña Sofía, de la paz del Palacio de Tatoi a ser un pilar de Zarzuela
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Doña Sofía, de la paz del Palacio de Tatoi a ser un pilar de Zarzuela

Atractiva, muy culta, tímida, sencilla, disciplinada y exigente. Cabello castaño, ojos azules, nariz respingona, boca grande, de sonrisa fácil y cautivadora. La princesa Sofía (Atenas, 2

Atractiva, muy culta, tímida, sencilla, disciplinada y exigente. Cabello castaño, ojos azules, nariz respingona, boca grande, de sonrisa fácil y cautivadora. La princesa Sofía (Atenas, 2 de noviembre de 1938) había coincidido en distintas ocasiones con don Juan Carlos (Roma, 5 de enero de 1938), hijo del heredero de la Corona española en el exilio.

Sin embargo, aquel mes de junio de 1961, cuando descubrió que el huésped alojado en su mismo hotel bajo el nombre del Duque de Gerona era el simpático español de los rizos rubios, la princesa tuvo la oportunidad de conocer realmente los sentimientos de un joven educado desde los nueve años lejos de su familia, con una formación militar y con un futuro incierto.

Ambos se habían desplazado con sus respectivas familias a Londres, con motivo de la boda de los duques de Kent. La princesa Sofía dominaba, además del griego, el alemán y el inglés, pero nada el español. Y don Juan Carlos, el portugués, el italiano, el francés y un poco el inglés, pero nada el griego. Así que los prolongados diálogos de Londres se desarrollaban en un inglés salpicado de explicaciones gestuales y de expresiones en cualquier idioma. Lo cierto es que se comprendieron. Y que se enamoraron, y doña Sofía comenzó a darse cuenta que don Juan Carlos era un hombre con mucho más calado de lo que aparentaba, ya que en un principio lo había tomado por más superficial.

De hecho, los reyes de Grecia invitaron a la familia de los condes de Barcelona a pasar el resto del verano de 1961 en Corfú, en su casa de Mon de Repos. Y el 13 de septiembre de ese mismo año, el príncipe Constantino comunicó oficialmente desde el Palacio de Totoi el compromiso de boda entre su hermana, la princesa Sofía de Grecia, y don Juan Carlos de Borbón y Borbón, hijo de don Juan de Borbón y de doña María de las Mercedes de Borbón-Dos Sicilias. Y fue el propio don Juan quien quiso mantener la reserva de esa información en España, con el fin de comunicarle él mismo la noticia al jefe del Estado español, Francisco Franco, a quien telefoneó ese 13 de septiembre, mientras se hacía pública la noticia en Atenas. Franco se mostró sorprendido, aunque correcto, si bien posteriormente se supo que se había sentido ninguneado por don Juan.

La reina Federica, esposa del rey Pablo I de Grecia y madre de la princesa Sofía, fue extraordinariamente sincera en sus memorias, también al referirse a este acontecimiento. “A Pablo y a mí nos encantó y nos horrorizó la idea. Nos encantó porque Juanito, como familiarmente le llamamos, es muy guapo y apuesto… Pero lo más importante es que es inteligente, tiene ideas modernas y es amable y simpático. Nos horrorizó, no porque nos desagradara personalmente, sino porque como es católico sabíamos que antes o después de que se casara habría tremendas discusiones…”

La cuestión religiosa fue, en efecto, un gran inconveniente, que llegó incluso a poner en duda la celebración de la boda. En la Grecia ortodoxa, la princesa debía contraer matrimonio bajo el rito de su religión. Y la España católica no iba a reconocer una boda al margen de la Iglesia de Roma. Ciertamente, era un conflicto sin solución posible.

Fue el propio Papa Juan XXIII quien, finalmente, ofreció una fórmula que satisfizo a ambas partes. Se celebrarían dos ceremonias religiosas, además del acto civil. La primera, según el rito ortodoxo. Y después, la ceremonia católica, que sería reconocida en España. Además, la princesa Sofía quiso ser bautizada como fiel católica, cosa que sucedió días después de la boda.

Pero hubo un segundo gran inconveniente. Franco estaba realmente irritado. Se consideró marginado de los planes de don Juan con respecto a su hijo, a quién él estaba educando en España. Hasta llegó a afirmar que el joven no se casaría, bajo ningún concepto, con la hija de un masón griego. Para Franco, las monarquías liberales, como la griega, eran masónicas.

No fue así, evidentemente. El 1 de marzo de 1962, don Juan Carlos visitó a Franco en El Pardo para invitarle a la boda. Y éste le prometió que España estaría debidamente representada. (El ministro de la Marina, Felipe Abárzuza Oliva, presidió una amplia comitiva que se desplazó a Grecia en el buque Canarias, símbolo de la victoria en la guerra civil).

El día de la boda

El gran día para los prometidos fue el 14 de mayo de 1962. Un acontecimiento mundial. Televisión Española, en contra de lo previsto oficialmente, ofreció un amplio reportaje de la boda, aunque eliminó las imágenes en las que aparecía don Juan de Borbón. Las calles de Atenas se engalanaron con los colores de España y Grecia: rojo y gualda, azul y blanco. Y la banda de música del Canarias iba de un lado para otro, de acto en acto, de recepción en recepción.

La princesa Sofía había sustituido la paz del palacio de Tatoi por un nuevo estatus, sin estatus, junto a don Juan Carlos, hijo del aspirante al trono de España en el exilio, sin una perspectiva de futuro clara. Sin embargo, al igual que se ha sentido siempre arropada por su familia —muy especialmente por su hermana Irene—, ella misma se convirtió en la columna vertebral de una nueva familia, a la que ha dedicado los 50 años de su matrimonio. Siempre y en todo momento. Tanto ayer como hoy. Sin regatear, jamás, ni un esfuerzo.

Los primeros seis años en La Zarzuela, “cuando no éramos nadie” —en palabras de doña Sofía—, transcurrieron entre la indiferencia de la España oficial y el calor de la familia. En esos años nacieron los tres hijos del matrimonio: Elena (1963), Cristina (1965) y Felipe (1968).

Las dificultades más importantes a las que se enfrentan aparecen a partir de la designación de don Juan Carlos como sucesor de Franco y heredero de la Corona de España (julio de 1969). Primero, como consecuencia de las tensiones con su padre, don Juan, que se siente traicionado por su propio hijo. Y en segundo lugar, por la enorme tarea que debe desarrollar en adelante como Príncipe de Asturias (aunque el título otorgado es el de Príncipe de España), con el fin de compatibilizar su preparación en las tareas del Estado con la imprescindible proyección de su persona y de su familia entre los españoles.

Los príncipes habían pasado desapercibidos para la mayoría de los españoles y las escasas noticias que habían trascendido sobre ellos eran de carácter familiar, o de escasa relevancia u oportunamente matizadas por el aparato del Régimen.

A partir de 1969, realizan numerosos actos públicos por toda España, con un respaldo simplemente protocolario de las autoridades del Estado. Sin embargo, en esos viajes conocen a un buen número de personas con las que estrecharían relaciones en adelante, algunos de los cuales ocuparían destacados puestos en la Transición. Adolfo Suárez es el ejemplo más destacado.

Y además, doña Sofía desarrolla una intensa labor de carácter social, apoyando iniciativas de carácter asistencial, sanitario y educativo. Una labor que es muy bien acogida por la sociedad española, a la que cautiva con su sencillez y con su permanente sonrisa.

No son pocos los que consideran que es precisamente la preparación intelectual de doña Sofía, su carácter y su papel en el seno de la familia, lo que convence definitivamente a Franco para mantener la designación de don Juan Carlos como futuro rey de España. Y ello, aún en contra de la opinión de su propia esposa, que encabeza en los años 70 una operación para promocionar a Alfonso de Borbón Dampierre (hijo de Jaime de Borbón Battenberg) como futuro Jefe del Estado, en la seguridad de que daría continuidad al Régimen.

Después del 20 de noviembre de 1975, tras ser proclamado Rey de España, don Juan Carlos y doña Sofía impulsan el proyecto con el que tantas veces habían soñado: la modernización de España de la mano de la monarquía parlamentaria.

 

 *Fermín J. Urbiola es periodista y escritor. Además, es biógrafo de la reina Sofía (La sonrisa que cautivó a España. Ed.LL) y de la reina Fabiola (Nacida para reina. Fabiola, una española en la corte de los belgas. Espasa)

 

Atractiva, muy culta, tímida, sencilla, disciplinada y exigente. Cabello castaño, ojos azules, nariz respingona, boca grande, de sonrisa fácil y cautivadora. La princesa Sofía (Atenas, 2 de noviembre de 1938) había coincidido en distintas ocasiones con don Juan Carlos (Roma, 5 de enero de 1938), hijo del heredero de la Corona española en el exilio.

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