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La princesa rígida, la bella novia del 'santo' y un palco dividido por 'colores'
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La princesa rígida, la bella novia del 'santo' y un palco dividido por 'colores'

El recibimiento a los príncipes de Asturias y la Reina en los premios que llevan el nombre del futuro heredero al trono español no ha sido

El recibimiento a los príncipes de Asturias y la Reina en los premios que llevan el nombre del futuro heredero al trono español no ha sido el mejor que uno puede -y quiere- esperar. En esta edición, de crisis y azabache, han sonado más las cacuelas ahuecadas al unísono que el himno autonómico versionado por las gaitas. Banderas republicanas, alusiones continuas a Urdangarin… Quizá fuera la razón por la que doña Letizia entró tan constriñida al interior del Teatro Campoamor, testigo callado de los primeros cosquilleos del romance con su actual marido. Estaba tensa y se mostró hierática en todo momento. Le costaba incluso pestañear. Se mostró muy pendiente de los fotógrafos. Eso siempre. Precisamente por eso apenas se movía. El chasquido de los flashes era notorio. Ella, consciente de que cada gesto vale mil imágenes, ahorró en expresividad y se metió de lleno en el papel de princesa ausente, rígida e incluso sosa.

El rostro solo se le iluminó cuando vio a su madre, Paloma Rocasolano, que sonrió a diestro y siniestro. “Hola, ¿cómo estas?”,  le susurró la princesa. “Bien, muy bien”, respondió la mujer que la trajo al mundo. Rocasolano, con un vestido de Felipe Varela arriesgado en rosa nude y circonitas por doquier, estaba orgullosa de su hija. Y eso que ya ha llovido desde aquella boda con el heredero. Pero a la señora, sentada en la sexta fila, se le sigue cayendo la baba con la niña. Mientras, todo el mundo, los que oteaban desde los palcos superiores y los que la veían de cerca, comentaban su indumentaria, que siempre termina convirtiéndose en lo más reseñable y noticioso de la convocatoria de galardones. El vestido obtuvo el aprobado. No en cambio su peinado. Jugó a ser entre chica pin-up y Verónica Lake, que viene a ser lo mismo. Pero la humedad le jugó una mala pasada y lució cabellera encrespada.

Lo peor de todo es que en la sala estaba Sara Carbonero, esa mujer pegada a unas ondas parecidas a las de Letizia, que causaron una auténtica sensación. Su presencia cataliza torbellinos. Al fin y al cabo, es la novia de San Iker. La periodista se sentó en el palco resevado al Real Madrid. Los padres de su chico, uno de los galardonados de la noche, no pudieron estar, por eso recogió el testigo e hizo acto de presencia, después de haber trabajado todo el día para Informativos Telecinco. La joven compartió palco junto a Enrique Butragueño, Fernando Fernández Tapias y una Nuria Fernández, en rojo Valentino, que no pararon de aplaudir.

Justo en el palco de al lado, estaban los del Barça: los padres de Xavi Hernández, también Premio Príncipe de Asturias a los Deportes, y Sandro Rosell, presidente del club, junto a su señora, que rivalizó en estilo con la de Tapias. Carbonero compite en otra liga. Pero aquella estampa sirvió para confirmar que hay buen rollo personal entre ambos equipos. Para muestra: el abrazo entre los dos campeones del mundo, que arrancó una ovación general. Aquella estampa tampoco conmovió a Letizia, que seguía tiesa. A su salida del teatro, la pitada se hizo más sonora aún. El duque de Huéscar y el resto de invitados, entre los que también estaban Álvarez Cascos y su mujer, sintieron reparo. Y finalmente la princesa sonrió. Quizá porque, como periodista que es, confirmó que aquello era mucho más noticioso que su pelo. Respiró y se subió el coche.

El recibimiento a los príncipes de Asturias y la Reina en los premios que llevan el nombre del futuro heredero al trono español no ha sido el mejor que uno puede -y quiere- esperar. En esta edición, de crisis y azabache, han sonado más las cacuelas ahuecadas al unísono que el himno autonómico versionado por las gaitas. Banderas republicanas, alusiones continuas a Urdangarin… Quizá fuera la razón por la que doña Letizia entró tan constriñida al interior del Teatro Campoamor, testigo callado de los primeros cosquilleos del romance con su actual marido. Estaba tensa y se mostró hierática en todo momento. Le costaba incluso pestañear. Se mostró muy pendiente de los fotógrafos. Eso siempre. Precisamente por eso apenas se movía. El chasquido de los flashes era notorio. Ella, consciente de que cada gesto vale mil imágenes, ahorró en expresividad y se metió de lleno en el papel de princesa ausente, rígida e incluso sosa.