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El palacete de Pedralbes, el principio del fin para Urdangarin y la Infanta
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SENTENCIA DEL CASO NÓOS

El palacete de Pedralbes, el principio del fin para Urdangarin y la Infanta

Tras descartar un dúplex y un chalé en las afueras, la pareja se encaprichó de una torre con más de 1.300 metros de jardín que adquirieron gracias a un préstamo del rey Juan Carlos

Foto: Vista del palacete de Pedralbes. (Getty)
Vista del palacete de Pedralbes. (Getty)

El palacete fue el resultado de la ambición desmedida de Iñaki Urdangarin. Es la radiografía perfecta de la escalada social y económica de un jugador de balonmano que enamoró a una Infanta de España y que consideró que lo público y lo privado eran la misma cosa. Para la hija del Rey esta adquisición demostraba al mundo y a todos los malvados que criticaban "las malas bodas de la hijas Borbón" que su marido era un hombre emprendedor que con su trabajo mantenía a su familia en un altísimo nivel de vida. El que ella fuera Infanta con los privilegios que eso conllevaba no importaba demasiado. Tampoco parecía que el dinero fuera un problema grave porque Iñaki podía con todo.

Cristina de Borbón y Grecia era empleada de La Caixa desde que la ficharon para que organizara exposiciones en el departamento de programas culturales de la Fundación. Después la ascenderían y en 1998 la nombraron coordinadora para los programas de cooperación del Tercer Mundo. Un cargo que fue evolucionando hasta que en 2006 la designaron directora del Área Internacional de la Obra Social. Un sueldo anual de 220.000 euros que sumado a la asignación real suponía una base importante para hacer frente a los gastos cotidianos. De los grandes se encargaba Iñaki, que para eso era el cabeza de familia. Mejor dicho la sociedad Aizoon, a la que llegaban fondos públicos procedentes de Nóos. La archifamosa fundación sin ánimo de lucro que montaron Urdangarin y Diego Torres para convertir en oro cualquier contrato oficial. En su día, la Policía Judicial determinó que al menos 80.000 euros se utilizaron para la megarreforma del palacete de la calle Elisenda de Pinós que haría el matrimonio Urdangarin.

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Y había una tercera opción que facilitaba la compra del Xanadú de los duques de Palma y no era otra que la ayuda familiar. En este caso, del padre/rey, que repitió el favor que le hizo a la infanta Elena cuando le compró la vivienda del barrio del Niño Jesús de Madrid, cuando se divorció de Marichalar. La única pega es que este dinero también se volvió en su contra cuando fue imputada por el juez Castro. Un préstamo sin intereses de 1,2 millones de euros que la Casa Real tuvo que demostrar que no se trataba de una donación, lo que sí hubiera estado gravado con impuestos.

La frase de “Pedralbes fue el principio del fin” se convirtió a raíz de destaparse el caso Palma Arena en una especie de mantra entre los miembros directos y colaterales de Zarzuela. Para los ciudadanos, la adquisición de la mansión fue uno de los primeros signos de ostentación y para la prensa, un altavoz de que el suelo empezaba a moverse para la institución. Hubo un antes y un después inmobiliario.

placeholder Iñaki Urdangarin y la infanta Cristina, saliendo de un partido de balonmano. (Getty)
Iñaki Urdangarin y la infanta Cristina, saliendo de un partido de balonmano. (Getty)

Un antes donde las casas en las que había residido la infanta Cristina desde que abandonó Madrid y se fue a Barcelona fueron cobijo de los amores del entonces Príncipe. Desde Eva Sannum hasta la periodista Letizia. Las intermedias sin nombre no paraban allí, solo las relaciones con futuro. Y un después donde el heredero, con buen tino, no quiso volver, y menos cuando Iñaki pidió ayuda para hacer frente a los 52.000 euros al trimestre que pagaban por la hipoteca de 3,4 millones de euros que solicitaron a La Caixa. Inicialmente, la Infanta pagaba tres cuartas partes y su marido el resto. Más adelante, cuando quedaba un millón y medio por pagar, y Urdangarin se consideraba el Rey Midas, fue él quien hizo frente al grueso de la deuda: 39.000 euros salían de su bolsillo y 13.000 del de la Infanta. Todo esto no fue público hasta que el juez Castro inició la instrucción del caso Nóos. Pero aún quedaba tiempo para que se descubriera públicamente.

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Antes de adquirir el palacete de Pedralbes, los duques de Palma habían visto otras opciones inmobiliarias. La primera fue un dúplex de cuatrocientos metros cerca del Club de Tenis del que los Urdangarin y sus hijos eran socios de honor, no pagaban cuota y donde acudían en plan familia feliz los domingos a tomar el aperitivo después de la misa de doce. En este lugar se les hacía la ola cuando la infanta Cristina era “la nostra”. Un apelativo que utilizaban los barceloneses para definir las cualidades nacionalistas de la hija de los Reyes. Trabajaba en una entidad catalana como La Caixa, había aprendido catalán junto con su prima Alexia en la academia Rosa Sensat, decía 'bon dia' y 'bona tarda' al entrar en los comercios del barrio. Solo le faltó iniciarse en las sardanas porque las sevillanas las aprendió a bailar cuando era una niña aunque gracia, lo que se dice gracia, nunca tuvo. En cambio, su hermana Elena sí que ha demostrado ser la más folclórica de la familia.

Ese dúplex fue una opción desterrada por un ático de parecidas dimensiones útiles y con jardín privado en la calle Dels Cavallers, pero tampoco se decidieron. Hubo una tercera alternativa en la avenida Pearson, una casa de las denominadas señoriales de seiscientos metros cuadrados, con varios salones, despacho, cuatro habitaciones, garaje y una zona de servicio amplia, muy necesaria para la seguridad de los duques. Piscina y jardín, que era una de las condiciones que exigía el exduque a los contactos que le ofrecían alternativas inmobiliarias. Total, tres millones novecientos mil euros. Estuvieron a punto de dar una señal, pero se hizo público el trato y se rompieron las negociaciones. El dinero, como se vio después, era lo de menos. Importaba la discreción. De hecho, cuando ya habían comprado el palacete Urdangarin lo negó a un grupo de periodistas, entre los que me encontraba, en una de las recepciones organizadas en el Palacio Real tras los actos conmemorativos del Día de las Fuerzas Armadas. El rumor estaba en la calle y Urdangarin, que en aquellos años era un hombre tranquilo y tímido, respondió con un dubitativo: “No es verdad, la Infanta y yo no tenemos intención de adquirir ningún palacio”, en referencia a las dimensiones de la que después sería su vivienda habitual. Tres semanas después el rumor se convertía en noticia: “Los duques de Palma compran un palacete en la zona más vip de Barcelona”. Pero aún faltaban años.

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Los Urdangarin continuaron en su domicilio de la Diagonal, al que se trasladaron cuando abandonaron el piso de alquiler de recién casados en el que vivieron desde 1997 hasta 1999. Ese segundo cambio coincidió con el embarazo de su primer hijo. Juan Valentín ya se acopló al nuevo hogar en la calle Dels Cavallers que hacía esquina con la avenida Pedralbes. Era mucho más amplio y lo más importante, en propiedad. Según iban naciendo los hijos, la casa se reducía y ya no era posible estirar las paredes y los armarios como si fuera chicle. Además, la Reina solía visitarlos a menudos y prefería quedarse en casa de la hija que en el hotel que llevaba el nombre de su marido en la Diagonal. Los padres de Urdangarin no tenían problema porque cuando viajaban a Barcelona se instalaban en casa de sus otros hijos.

placeholder Iñaki, entrando al garaje de Elisenda de Pinós. (Getty)
Iñaki, entrando al garaje de Elisenda de Pinós. (Getty)

También les ofrecieron chalés para instalarse fuera la ciudad, pero no contemplaban marcharse al extrarradio aunque el amigo Torres y su mujer, Ana María Tejeiro, sí lo habían hecho y quisieron convencerlos. El matrimonio ya se había comprado un adosado de dos plantas en una exclusiva urbanización en San Cugat del Vallés a cinco kilómetros de la capital por un millón y medio de euros. Los duques de Palma les prestaron 400.000 euros según figuraría tiempo después en la documentación que obraba en poder del juez Castro. Precisamente una de las preguntas del magistrado en la comparecencia como imputada de la Infanta giraba sobre este asunto. Fue de las pocas respuestas que aclaró durante las seis horas que duró el interrogatorio. Como tituló la prensa una vez que se filtró la información de la sala, Cristina respondió 182 veces “no lo sé”, 55 “no lo recuerdo” y 52 “lo desconozco". En el caso del préstamo lo confirmo con un “sí”, añadiendo que “además, luego se lo devolvió”.

Lo llamativo de esta declaración fue que Cristina aseguró, sobre su relación con el matrimonio Torres/Tejeiro, que se trataba de “una relación profesional de mi marido”, añadiendo que prácticamente ni se trataban: "Nos hemos visto, no sé, igual me equivoco, pero dos veces en cuatro años, una comida y una cena, pero no más". Olvidó que el socio y su mujer eran fijos en las cenas del palacete de Pedralbes y que ambos habían coincidido con los entonces Príncipes y resto de la familia real en el cumpleaños del duque, así como en los aniversarios de los niños Urdangarin y otras fiestas familiares. La relación era intensa y muchas veces coincidieron con doña Sofía en la casa de Elisenda Pinós.

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Poca memoria para una mujer inteligente poseedora de una carrera universitaria, un máster de Relaciones Internacionales en Nueva York y como becaria en la sede central de la Unesco en París más varios cursos en organización empresarial. Todo esto formaba parte del antes de la compra del palacete de Pedralbes.

Cuando la pareja ducal la vio no hubo duda. El más ilusionado era Iñaki, que le dijo a su mujer (a la que en la intimidad llamaba Kit): “Kit, esta va a ser nuestra casa”, y así fue. Los sueños del exjugador de balonmano se hacían realidad. En la escala social ya no era un deportista retirado al que facilitaban los títulos académicos para un currículum poco brillante.

El chalé o torre, nombre por el que se conoce tradicionalmente a este tipo de edificaciones en la capital catalana, era un palacete construido en 1952 por el arquitecto Villalonga de 1.200 metros cuadrados de piedra blanca compuesto por dos casas pareadas y con cerca de 1.300 metros cuadrados de jardín con pinos, acacias, cipreses y un magnolio que daba la bienvenida. La mayoría de los árboles desaparecieron con la reforma. Pagaron seis millones de euros (mil millones de pesetas) por el imponente chalé de Pedralbes en plena euforia inmobiliaria y "casi otros cuatro millones más en una reforma integral".

Una vez que adquirieron la vivienda en 2004, mandaron demolerla prácticamente toda, sin mantener ni tan siquiera elementos decorativos exclusivos, como la escalera que conducía al piso superior y que podría catalogarse como única. No aprovecharon nada. Desaparecieron las cristaleras del siglo pasado que adornaban la zona noble, el suelo de parqué y hasta la piscina cambió de fisonomía. Los vecinos prefirieron mirar para otro lado. En aquel momento vivir cerca de los duques y coincidir en la vida cotidiana era lo más.

placeholder La infanta Cristina e Iñaki Urdangarin, paseando por Barcelona. (Getty)
La infanta Cristina e Iñaki Urdangarin, paseando por Barcelona. (Getty)

La remodelación duró un año y los duques supervisaron hasta el más mínimo detalle que le presentaba la decoradora y amiga Marta Mas, que también decoró la sede del Instituto Nóos de la calle Maestro Nicolau. Iñaki, más dado que su mujer a exteriorizar sus ambiciones, contaba y no paraba las excelencias de la nueva casa. Se vanagloriaba de la buena compra que habían hecho, incluso de cómo había negociado a la baja con el anterior dueño, un abogado de Barcelona de nombre Mario Herrera. Y lo contaba en presencia de su secretaria, Julita Cuquerella, y de cualquiera que en ese momento estuviera en la oficina. “A Iñaki seimpre le ha gustado presumir de todo. De ser el más alto, el más guapo, el que tenía más éxito con las chicas y por lo tanto no iba a ser menos presumiendo de su “dacha”, como llamaba a su casa.

Pagaron seis millones. Una parte se financió con la venta del piso de Diagonal, más el crédito de tres millones y medio que les había prestado La Caixa. Aún no se sabía que el Rey había dejado s su hija 1.200.000 euros. Esta partida trascendió en septiembre de 2013, tras un informe de la Agencia Tributaria que formaba parte de la instrucción del juez Castro. El 'adelanto' económico tenía una carencia de 23 años, sin intereses, estableciendo pagos de 50.000 euros los diez primeros años y 70.000 para el resto hasta completar la cifra prestada. La hija recibió dos cheques de 600.000 euros a su nombre. La Infanta no cumplió con las cuotas, como más tarde reconocería ante el juez Castro en el interrogatorio como imputada del 8 de febrero de 2014. Cristina reconoció una deuda de 1,05 millones de euros. Solo había devuelto a su padre 150.000 euros y eso que ya habían pasado diez años desde que el 23 de diciembre se firmara el documento ante el notario Joaquín Rovira.

El palacete fue el resultado de la ambición desmedida de Iñaki Urdangarin. Es la radiografía perfecta de la escalada social y económica de un jugador de balonmano que enamoró a una Infanta de España y que consideró que lo público y lo privado eran la misma cosa. Para la hija del Rey esta adquisición demostraba al mundo y a todos los malvados que criticaban "las malas bodas de la hijas Borbón" que su marido era un hombre emprendedor que con su trabajo mantenía a su familia en un altísimo nivel de vida. El que ella fuera Infanta con los privilegios que eso conllevaba no importaba demasiado. Tampoco parecía que el dinero fuera un problema grave porque Iñaki podía con todo.

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