Centenario del exterminio de la familia del zar Nicolás II: así es la Romanov española
La madrugada del 17 de julio de 1918, agentes revolucionarios ejecutaron al zar, la zarina y a sus cinco hijos en la casa de los Urales en la que habían sido confinados durante meses
Llevaban meses confinados en una casa en los Urales cuando una madrugada los sacaron de la cama y los llevaron a una habitación. El zar Nicolás II, su esposa Alejandra y sus cinco hijos caminaron desconcertados por los pasillos seguidos del perrito de la zarina, que ladraba nervioso.
Los apostaron ante una pared en la que habían rascado para que las balas no rebotaran y dispararon con bayonetas hasta creerlos a todos muertos. Los que se revolvieron tras la primera ráfaga fueron golpeados hasta la muerte. Incluso el perro. Fue el 17 de julio de 1918, hace 100 años, y el suceso todavía es inspiración en el cine, la literatura y la televisión.
Pese a las pretensiones de la revolución rusa, con la muerte del último zar y su familia directa no desapareció la dinastía Romanov y son varios quienes reclaman su legítimo pasado. En España, María Vladimira Romanova y su hijo, Jorge Mikaikov, son quienes se autoproclaman herederos del zar. La gran duquesa es la jefa de la Casa Imperial Rusa, aunque tenga sus detractores y hasta rivales familiares.
Una vida aristocrática
Nacida en Madrid en 1953, Vladimirovna estudió entre la capital española y París, habla cinco idiomas y viaja por el mundo como representante imperial rusa. Estudió Historia y Literatura Rusas en la Universidad de Oxford. En Rusia, sin embargo, la Casa Imperial no tiene estatus oficial, aunque sí que cuenta con el reconocimiento de la Iglesia Ortodoxa rusa.
Ella se llama a sí misma emperatriz de todas las Rusias desde 1992, cuando murieron sus padres, el gran duque Vladimir Kirilovic de Rusia (jefe de la Casa Imperial rusa) y la princesa Leonida Georgievna Bagration (hija del jefe de la Casa Real georgiana). Sus abuelos paternos eran primos del zar Alejandro II, el penúltimo emperador de Rusia, y la familia materna desciende de los reyes de Georgia, dinastía que desapareció cuando el país se anexionó al Imperio ruso a principios del siglo XIX. La gran duquesa se casó en Madrid en 1976 con el príncipe Francisco Guillermo de Prusia, con quien tuvo a su único hijo, Jorge. Se divorciaron un año más tarde.
Los viajes 'oficiales'
Los viajes ‘oficiales’ de la descendiente de los Romanov son habituales. El último que realizó fue al pueblo portugués de Cerdeira, donde fue recibida por las autoridades. En mayo de este año ha estado también en Nueva York para participar en la cena anual de la Fundación Versalles. Todas sus actividades se recogen en varias webs dedicadas al Imperio ruso, además de sus cuentas en las redes sociales.
Suele realizar discursos políticos con ocasión del Día Nacional de Rusia, palabras en las que recuerda la revolución que despojó a su familia del poder. El pasado noviembre, con motivo del Día de la Unidad Popular Rusa, la gran duquesa habló de nuevo: “Si sinceramente queremos entender las causas y consecuencias de las luchas internas y sangrientas, deberíamos hacer un esfuerzo y ponernos por encima de la posición de las partes en el conflicto. La Revolución, desafortunadamente, no fue de ningún modo un accidente causado por una coincidencia momentánea de circunstancias, sino una catástrofe inevitable que ocurrió como resultado de una combinación de causas históricas acumuladas durante muchos años. Es un error buscar la reconciliación y construir la unidad sobre falsificaciones de la historia, silenciando o distorsionando deliberadamente los hechos. Los pecados y los errores no deben olvidarse para no repetirlos. Todos los crímenes, por quien quiera que hayan sido cometidos, deben ser condenados”.
En las palabras de la heredera Romanov se nota el peso de la cultura rusa. Habla de culpa, de castigo, de historia, de fraternidad. Rusia, con todo su pasado, es un gigante cuyas extremidades alcanzan a cualquier otra cultura europea. La gran duquesa es una muestra de ese peso, como lo es toda su familia. Se hace ahora inevitable el tópico, la cita, acaso la más recordada de la literatura universal: “Todas las familias felices se parecen, pero las infelices lo son cada una a su manera”. Leon Tolstoi escribió en Ana Karenina un retrato de la Rusia prerrevolucionaria, la que añora Maria Valdimira Romanova, la que representaban sus ancestros. Algo que jamás volverá, como cualquier otro pasado.
Llevaban meses confinados en una casa en los Urales cuando una madrugada los sacaron de la cama y los llevaron a una habitación. El zar Nicolás II, su esposa Alejandra y sus cinco hijos caminaron desconcertados por los pasillos seguidos del perrito de la zarina, que ladraba nervioso.