Los 35 de Andrea Casiraghi: tres hijos, una vida nómada y un fortunón
En esta época en la que la juventud eterna se cotiza al alza, llegar a los 35 años como lo ha hecho Andrea Casiraghi es casi una proeza
En esta época en la que la juventud eterna se cotiza al alza, llegar a los 35 años como lo ha hecho Andrea Casiraghi es casi una proeza. La heroicidad de un chaval que parecía siempre perdido, ensimismado en sus propias circunstancias personales, y que hoy se ha reconvertido en adalid del equilibrio vital. El hijo mayor de Carolina de Mónaco llega a la madurez más estable sentimentalmente que cualquiera de su familia y habiendo roto todos los clichés que pesaban sobre ese cuerpo flaco y huesudo que en su juventud se empeñaba en castigar de fiesta en fiesta.
[LEA MÁS: La boda de Carlota y Dimitri en imágenes, la traca final]
Andrea tenía seis años cuando su padre, Stefano Casiraghi, falleció. En las escasas ocasiones en que la familia Casiraghi (dedicada a los negocios inmobiliarios con bastante éxito, por cierto) ha hablado sobre sus parientes más conocidos, han revelado detalles de cómo fue el trago de perder al padre en un accidente cuando apenas tenía 30 años. Andrea fue quien más sufrió la muerte del padre. Según su abuela, la madre de Stefano, el hijo de Carolina "solía ponerse la ropa de su padre" para paliar el dolor.
Ese niño triste se convirtió en un joven melancólico y algo disoluto. En Baleares aún recuerdan los veranos que pasaba en Ibiza con un cigarrillo permanente en la mano, el pelo enmarañado ocultando las inmensas ojeras y una billetera siempre al quite. Los hermanos pasaron su infancia en la Provenza francesa, a salvo de la prensa, pero cuando se hicieron mayores entraron de nuevo en la rueda monegasca y la prensa estaba ávida de saber de ellos. Guapos, rubios, adinerados, procedentes de la castigada dinastía Grimaldi, lo tenían todo para provocar interés.
Andrea encontró su camino poco a poco. Hizo su primera aparición pública oficial a los 19 años, durante el Festival de Televisión de Montecarlo. Mientras, estudiaba una licenciatura en Artes Visuales en la Universidad McGill de Montreal (Canadá).
En 2004 había comenzado una relación con una de las amigas de su hermana Carlota, la heredera Tatiana Santo Domingo. Nacida en Nueva York y de ascendencia colombiana, Tatiana era casi tan tímida como él y venía de una familia que también estaba en el punto de mira. Los jóvenes compartían el mismo círculo de amistades y una infancia similar. Con una salvedad: los Santo Domingo eran mucho más ricos que los Grimaldi.
[LEA MÁS: Carlota Casiraghi, espectacular con su segundo look nupcial]
La pareja se mudó a París, donde él empezó a estudiar Política Internacional en la Universidad Americana. Completó sus estudios con un máster en The New School de Nueva York y luego trabajó brevemente como becario en la embajada de Catar en París. Entre 2008 y 2009 pasó ocho meses como profesor en Senegal, como parte de sus tareas en la asociación AMADE. Esta fundación está centrada en la atención a los niños y jóvenes más desfavorecidos y su presidenta es Carolina de Mónaco.
"Hace más de 50 años, particularmente conmovida por la tragedia que afectó a los niños de Vietnam, mi madre decidió movilizarse para proteger a la infancia. De este impulso nació la Asociación Mundial de Amigos de la Infancia", explica Carolina en la página web de AMADE. "Ahora, con una red de socios desplegada en cuatro continentes, AMADE ayuda a más de 40.000 niños vulnerables cada año".
Hoy día, Andrea colabora con esta y otras fundaciones de forma puntual. Es una de sus múltiples labores filantrópicas, el eufemismo utilizado en su caso para decir que nadie sabe muy bien en qué emplea su tiempo. Mientras su hermano Pierre está metido de lleno en los negocios inmobiliarios de los Casiraghi, que se sepa, Andrea lleva una vida centrada en su familia y en la representación institucional cuando se le requiere.
En estos años al lado de Tatiana Santo Domingo (a la que una revista bautizó como 'la residente de Mónaco más adinerada') han formado una de las parejas más estables de la sociedad europea. Se casaron en agosto de 2013, en Mónaco, aunque luego montaron una celebración invernal en Gstaad exclusivísima para agasajar a sus amigos. Su problema nunca fue el dinero. Entre los dos se les calcula una de las grandes fortunas de Europa. Según un dato publicado por 'Business Insider', Tatiana tiene en la cartera la nada desdeñable cifra de 2.300 millones de dólares. Andrea también heredó mucho dinero de su padre. Algunas fuentes lo sitúan en los 50 millones de dólares.
Pero su triunfo más personal es el de sus tres hijos, Sasha, India y Max, que permanecen a salvo de la curiosidad pública. Enternecen esas imágenes de Andrea besando a sus hijos pequeños o tirando de ellos en el Día Nacional de Mónaco, la única cita obligada de toda la familia. Al final, no es más que un padre amante de sus hijos. Y lo demás, él lo sabe, es secundario.
En esta época en la que la juventud eterna se cotiza al alza, llegar a los 35 años como lo ha hecho Andrea Casiraghi es casi una proeza. La heroicidad de un chaval que parecía siempre perdido, ensimismado en sus propias circunstancias personales, y que hoy se ha reconvertido en adalid del equilibrio vital. El hijo mayor de Carolina de Mónaco llega a la madurez más estable sentimentalmente que cualquiera de su familia y habiendo roto todos los clichés que pesaban sobre ese cuerpo flaco y huesudo que en su juventud se empeñaba en castigar de fiesta en fiesta.