Los Reyes en La Habana: entre la realidad 'real' y la contada por los cubanos
Los ciudadanos han vivido con mucha ilusión la visita real. “Es que se ven como gente común... No sé por qué no aprovecharon y trajeron a las niñas”, comenta una cubana
Un año atrás, a estas alturas de noviembre, los turistas debían hacer fila antes de que los atendieran en la mayoría de los pequeños bares de La Habana Vieja. Por entonces aun regía el sistema de licencias establecido por Obama para permitir a sus compatriotas vacacionar en la isla, y un día sí y otro también llegaban cruceros a la terminal que se levanta junto a la céntrica plaza de San Francisco de Asís.
Con el aval de prestigiosos organismos internacionales, el Gobierno anticipaba que durante 2019 Cuba superaría –por primera vez– los cinco millones de visitantes extranjeros. Y que a futuro esa cifra continuaría creciendo hasta duplicarse en torno a 2030.
Confiados en tan buena estrella, muchos habaneros invirtieron sus ahorros en pequeños alojamientos familiares, en tiendas de souvenires o en alguno de los icónicos automóviles norteamericanos que han ocupado portada en revistas de turismo de medio mundo. Otros conciudadanos suyos cambiaron de empleo para convertirse en meseros, guías y músicos ambulantes.
Este noviembre, no pocos de ellos todavía aguardan por sus primeros clientes de la temporada. Ni siquiera la celebración de los quinientos años de La Habana ha logrado reeditar los felices días de antaño, cuando las calles de la ciudadela colonial bullían al paso de miles de vacacionistas.
Las numerosas sanciones dictadas por Donald Trump a lo largo de los últimos meses, bajo el supuesto de “cortar las fuentes de recursos que sostienen al régimen”, han limitado significativamente el número de turistas que viajan a la isla. Por ahora, los más afectados han sido los pequeños emprendimientos privados, pero en el futuro también pudieron serlo las grandes empresas extranjeras presentes en el país, buena parte de las cuales son españolas.
Para ratificarles su respaldo, y la protección incondicional del Gobierno, el Rey llegó este miércoles hasta el Gran Teatro Alicia Alonso. Allí se reunió con una representación del empresariado ibérico, el mismo que ha convertido a la península en el tercer mayor socio comercial de La Habana, con un monto de negocios que supera al de las otras 27 naciones de la Europa comunitaria juntas.
El mensaje de Felipe VI iba dirigido a los congregados en el majestuoso edificio, otrora Palacio del Centro Gallego de La Habana, pero no tardó en dispersarse por las calles contiguas, a brazos del rumor, que en Cuba tiene carácter poco menos que de institución nacional.
“Cuentan por ahí que el Rey les dijo (a los empresarios) que no se dejaran mangonear por los americanos, que en los asuntos de Cuba y España no tenía por qué meterse nadie”, asegura Odalys, santiaguera emigrada desde su ciudad natal para atender un puesto de artesanías propiedad de una amiga residente en los Estados Unidos. Dos puertas más allá, desde una tiendecilla similar, una vecina hace votos porque “otros presidentes del mundo tengan el valor de ese muchacho, y también le planten cara al loco de Trump”.
Insensato será explicarle que el Rey no es 'ni un presidente ni un muchacho'. Para quienes lo han visto durante los últimos días, del brazo de doña Letizia, parece más lógico suponerlos una pareja en vacaciones que los máximos representantes de un Estado con el que la isla mantiene vínculos tan fundamentales.
“Es que se ven como gente común... No sé por qué no aprovecharon y trajeron a las niñas”, agrega Odalys, quien parece disponer de todo el tiempo del mundo ante la escasa clientela. Como otros en la misma calle, sus esperanzas se centran en cada crucero o avión del que tienen noticias. “Hace poco hasta atracó un barco con alemanes y están apareciendo muchos rusos. No es lo mismo que cuando dejaban venir a los americanos, pero algo se hace”, reflexiona la vecina, antes de volver con el latiguillo de ‘ese muchacho’ y su buena presencia cuando llegó a la plaza de Armas.
Si por casualidades del destino mañana desapareciera el embargo estadounidense, no faltarían los que en La Habana lo verían como obra del Rey. Prodigios de la idiosincrasia antillana.
Un año atrás, a estas alturas de noviembre, los turistas debían hacer fila antes de que los atendieran en la mayoría de los pequeños bares de La Habana Vieja. Por entonces aun regía el sistema de licencias establecido por Obama para permitir a sus compatriotas vacacionar en la isla, y un día sí y otro también llegaban cruceros a la terminal que se levanta junto a la céntrica plaza de San Francisco de Asís.