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Sofía: el difícil papel de una infanta y los errores que no se pueden repetir
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Sofía: el difícil papel de una infanta y los errores que no se pueden repetir

Recién cumplidos los 13 años, la pequeña es educada para formar un tándem junto a su hermana, la princesa Leonor, evitando el error de aislarla en un segundo plano

Foto: La infanta Sofía.(Getty)
La infanta Sofía.(Getty)

La infanta Sofía acaba de cumplir los 13 años y en la lejanía, a través de pequeños gestos en sus todavía muy escasas manifestaciones públicas, vamos pudiendo ver como emerge su carácter ahora que ya abandona la infancia. Un carácter que se muestra más espontáneo y más suelto que el de la princesa de Asturias, sin duda alguna más embargada por el peso de la responsabilidad. Una forma de ser que se cuela a través de las pocas grietas posibles en unas puestas en escena de las hijas de los Reyes que, sin duda alguna, son más rígidas que las de sus primos reales europeos de Dinamarca, Holanda o, incluso, Inglaterra donde hasta hemos visto a los hijos de los duques de Cambridge salir a aplaudir a los sanitarios en compañía de sus padres.

Está claro que en Zarzuela, y con buen criterio, se está poniendo un cuidado extremo en la profunda dimensión preparatoria y formativa de las hijas de los Reyes, pero ese es un difícil equilibrio, puesto que un exceso de celo puede, por otra parte, generar una cierta falta de frescura y de espontaneidad en las niñas, que puede transmitir una imagen de ellas excesivamente sobria y un tanto aséptica (véase el marco de su intervención pública el día de Sant Jordi) que se distancie de la naturalidad que tanto nos gusta.

placeholder Leonor y Sofía, durante la lectura. (CR)
Leonor y Sofía, durante la lectura. (CR)

La tarea no es fácil, pues se están intentado evitar todos los errores del pasado, y se carece de buenos referentes del pasado en una casa real como la española, en la que no son pocos los que han ido perdiendo una parte notable de su prestigio ante la opinión pública. Por ello, es de agradecer el punto más suelto de Sofía, que ya parece afirmarse como una gran compañera y un gran apoyo para su hermana Leonor y en quien vemos claros rasgos físicos de las princesas griegas y, en particular, de su tía abuela la princesa Irene de Grecia, hermana sólida y leal de la reina doña Sofía.

Todo parece indicar que, de forma inteligente, ambas princesas están siendo educadas en base a los mismos criterios y los mismos principios, y están sujetas a un mismo trato sin hacerse grandes distinciones de rango entre ellas. Algo que corrige flaquezas atávicas de un pasado en el que los hermanos y hermanas de los reyes no recibían una educación tan esmerada como sus mayores por no estar llamados a reinar. Y también un gran acierto, especialmente habida cuenta de que la nuestra es una familia real nuclear en la que todo comienza y termina en los reyes y en sus hijas, amén de que Sofía es la segunda en el orden sucesorio y cabe prepararla bien por si algún día, y por caprichos del destino, estuviese llamada a reinar.

Las dos estarán bien preparadas para la tarea y algo que también suma es la excelente relación de complicidad existente entre ambas, que contribuye a imaginar un futuro en el que a Sofía le cabrá ser el apoyo de la futura reina dejando al margen posibles veleidades profesionales y empresariales de las que no tiene por qué precisar. Además, una buena labor de representación por parte de los 'segundones' es fundamental, como ha sucedido en las casas reales de Dinamarca y de Holanda, en las que las princesas Benedicta y Margarita han sido enormes apoyos de sus hermanas, las reinas Margarita y Beatriz. Ser el segundo no implica ser arrojado a la opacidad, pero también es cierto que el destino de los segundones nunca fue fácil y de ahí que el gran reto, que seguramente se tiene ya muy en cuenta en Zarzuela, sea el crear 'ex novo' unos contenidos futuros para el rol de la infanta Sofía.

placeholder La infanta Cristina, en una imagen tomada en Madrid a finales de verano. (CP)
La infanta Cristina, en una imagen tomada en Madrid a finales de verano. (CP)

Algo que pasará por dejar muy clara, una vez más, esa divisoria entre lo público y lo privado, que por no haber sido tenida en cuenta en su momento ya mancilló a la infanta Cristina, quien durante años mantuvo en Barcelona un rol de representación de la familia real que se quiso combinar con una actividad profesional remunerada. Un experimento fallido que nadie quiere que vuelva a repetirse, al margen de que obligó a descabalgar también a la infanta Elena de su propia representación oficial para su gran frustración.

Pocos han sido los segundones con brillo propio en la historia de la casa real española. Sólo figuras como la del cardenal infante don Fernando, hermano de Felipe IV, o la del malogrado infante don Gabriel, hijo de Carlos III, parecen destacar mientras que abundan los príncipes poco brillantes, o relegados a la periferia por los propios reyes en ejercicio, como fue el caso del infante don Luis en tiempos de su hermano Carlos III o el del infante don Francisco de Paula en tiempos de su hermano, el temido Fernando VII.

placeholder Isabel II en una imagen de archivo
Isabel II en una imagen de archivo

Personajes fallidos a quienes no se les procuró la formación necesaria, o no se les permitió desarrollarse lo suficiente para no restar brillo al monarca. Pero si hay dos hermanas en nuestra historia que nos recuerdan, aunque en contextos muy distintos, la soledad de las hijas de nuestros reyes, esas son la reina Isabel II y su hermana, la infanta Luisa Fernanda. Dos niñas educadas juntas y muy unidas en su infancia, pero abandonadas desde fechas muy tempranas por una madre ambiciosa, la reina gobernadora María Cristina, que tuvo que ser enviada al exilio por el general Espartero. Dos niñas carentes de afecto, dejadas en manos de los políticos de turno, y sujetas a todo tipo de avatares e intrigas, incluso en el seno de su propia familia, a quienes la vida separó y llegó a enfrentar por los dictados de muy distintos destinos. Isabel, la reina, fue la malcasada y la arrojada a unas responsabilidades para las que nunca fue preparada, mientras que Luisa Fernanda fue la afortunada esposa de un príncipe brillante que, sin embargo, intrigó contra su propia cuñada, la reina. Vidas trágicas que sólo permitirían el reencuentro sentido de aquellas infortunadas hermanas en los últimos años de sus vidas.

No será ese el caso de Leonor y de Sofía que, bien preparadas y animadas a darse apoyo y a desarrollar criterios propios, pueden llegar a configurar un tándem de excepción en nuestra historia en la que ciertos talentos femeninos, como el de la infanta Eulalia, no supieron ser aprovechados. Don Juan Carlos no pudo contar con sus hermanas por la dificultad de crear para ellas roles con contenido en una monarquía restaurada, y apenas pudo apoyarse en su primo el infante don Carlos. Y algo parecido le ha sucedido a don Felipe con sus propias hermanas por razones de todos conocidas, quedándole como únicas figuras de apoyo su madre doña Sofía y, para tareas institucionales de rango menor, su primo, el príncipe Pedro de Borbón-Dos Sicilias, duque de Calabria. Pero ahí están él y doña Letizia para saber aprender de lo ocurrido, y para dotar a su hija princesa de Asturias de un apoyo sustancial en su hermana y en el seno de una familia real en la que siempre andamos escasos de buenas figuras. Ahí están las tres grandes tareas a saber gestionar: dotar de contenidos institucionales y de representación al futuro papel de la infanta Sofía, separar la pertenencia a la casa de todo emprendimiento privado de naturaleza financiera, y fijar una dotación justa para esta infanta segundona que ya parece apuntar maneras.

La infanta Sofía acaba de cumplir los 13 años y en la lejanía, a través de pequeños gestos en sus todavía muy escasas manifestaciones públicas, vamos pudiendo ver como emerge su carácter ahora que ya abandona la infancia. Un carácter que se muestra más espontáneo y más suelto que el de la princesa de Asturias, sin duda alguna más embargada por el peso de la responsabilidad. Una forma de ser que se cuela a través de las pocas grietas posibles en unas puestas en escena de las hijas de los Reyes que, sin duda alguna, son más rígidas que las de sus primos reales europeos de Dinamarca, Holanda o, incluso, Inglaterra donde hasta hemos visto a los hijos de los duques de Cambridge salir a aplaudir a los sanitarios en compañía de sus padres.

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