Es noticia
Menú
Juan Carlos, primero
  1. Casas Reales
TRIBUNA

Juan Carlos, primero

El tratamiento de Su Majestad que se le rendía al monarca por imperativo constitucional parece que se ha transformado en verbo reflexivo durante unas pocas décadas

Foto: Don Juan Carlos. (Reuters)
Don Juan Carlos. (Reuters)

Juan Carlos I. Vista la situación, más que un título regio, parece el lema de motivación personal con el que alguien se ha levantado cada palaciega mañana de los últimos veinte años. Normal que actúes en consecuencia cuando todo el mundo te lo está diciendo: Juan Carlos, primero. Ponerse uno por delante no siempre es lo mejor en el largo plazo, pero el premio del egoísmo es tan inmediato y efímero que solo haciéndolo crecer mantiene sus efectos. Es el ego más peligroso y exigente. Es ambicioso e insaciable. Te empuja al aislamiento o a la compra de compañía y reconocimiento para alimentarle. Y por lo que se ve en las altas esferas sociales, sale bastante caro.

El tratamiento de Su Majestad que se le rendía al monarca por imperativo constitucional, más votado en su día que aceptado en el nuestro, también parece que se ha transformado en verbo reflexivo durante unas pocas décadas. Vistas las informaciones que van saliendo a la luz sobre como atendía sus terrenales placeres, efectivamente, podemos llegar a la conclusión de que se daba un trato majestuoso. Cazas de todo tipo, fueran avión, animal o dama, parece que rellenaron, alternándose o coincidiendo, una agenda oficial y pública que tenía a más de dos tercios de España (no es referencia militar histórica sino fracción matemática) cautivados por su profesionalidad, eficacia y sentido del servicio.

Lo cierto es que ese sentido del servicio pudiera haber tenido un precio añadido cuando se trataba de servir a entidades mercantiles varias. Y aunque, aparentemente supusiera un beneficio más que un coste a los españoles, no era una fórmula ni aceptada ni transparente de mantener una corte, una amante o una hucha fuera por si las balas.

placeholder La reina Sofía y el rey Juan Carlos, en una imagen de archivo. (Getty)
La reina Sofía y el rey Juan Carlos, en una imagen de archivo. (Getty)

La mayoría de los españoles no tienen memoria. La mayoría de los españoles con memoria tienen el defecto de tenerla selectiva. Eso nos deja un porcentaje muy pequeño de compatriotas que se desgañitan hoy ponderando la poca transparencia de la supuesta remuneración con los servicios prestados por el primer Juan Carlos rey de España. Subrayo que justifican la poca transparencia del asunto porque sobre el fondo piensan que no hay ni siquiera debate. Son los españoles que entienden que el mundo cuenta con un quinto sector económico consustancial a los otros cuatro: la intermediación, la influencia y la capacidad de conexión. Me temo que estoy entre ellos. Sin esa sangre en las venas de los negocios y empresas no llegan ni oxígeno ni minerales a las células de ese animal omnipresente que es la economía. ¡Que viene el lobby! Debían decir constructores, exportadores, energéticos o tecnológicos. ¡Que boca tan grande tienes! Debían decir gobiernos, primeros ministros, presidentes o colegas reyes. Interjecciones tirando a condescendientes y comprensivas dado el carácter simpaticón y llano del licántropo interviniente.

Los renegados

El hombre es un lobby para el hombre. A ver quién tiene narices para negarlo. Es un oficio especialmente denostado en “Estepaís”, nuevo nombre según representantes del Gobierno y ciertos sectores de la prensa, del reino de España. Yo creo tener una explicación a eso. Somos un país de intermediarios y entre gente del mismo oficio tendemos a mirarnos con recelo. Renegamos de él y envidiamos a los que tienen más éxito. Pero ¿a quién no le sale preguntarse qué va a ganar haciendo algo por alguien, por pequeña influencia que se tenga en conseguirle una ganancia, mejora o compensación? ¿Lo ve? Usted también está renegando.

Aún más pequeño resulta el porcentaje de súbditos que basan la justificación de esos dudosos comportamientos en el conocimiento coetáneo de la vida del monarca. Cada vez hay menos desde luego. Cuestión de tiempo. Hay que tener su misma edad. Y, además, haber sido testigo de una vida diseñada y entregada al fin último de transitar a España, del imperio unívoco del lado más oscuro de la fuerza a la democracia luminosa y fresca que nos ha traído hasta la sociedad más prospera y de más bienestar que ha conocido regente alguno de esta esquinada tierra. Hay que entender la vida de sus primeros años en España, exigente, aburrida y disciplinada hasta no poder llamarla infancia. Su educación, severa y sesgada hasta el punto de que construyeron un colegio exclusivamente para él y el resto de la camada de los mandamases de la época. Resultaron quince alumnos. Su juventud, limitada y afectada por la trágica muerte del infante Alfonso, y, sobre todo, por la presión brutal de un aparato mediático inhumano. Sirva el ejemplo de que, al día siguiente de lo que pasara con esa pistola y con su hermano, le pusieron a desfilar antes las cámaras del NODO como si nada.

placeholder Don Juan y María de las Mercedes, con sus cuatro hijos. (Getty)
Don Juan y María de las Mercedes, con sus cuatro hijos. (Getty)

Veredictos y absoluciones

Su abrupto paso a la madurez, forzada a golpe de una boda guionizada en sabe Dios qué fríos corazones y despachos, terminó de conformar una larga lista de carencias para un espíritu Borbón hiperhinchado al calor de los años del ‘flower power’. Emilio Duró dice que de mayores solo queremos lo que no tuvimos de pequeños. Conocer la vida de D. Juan Carlos explica necesidades para el resto innecesarias y comportamientos para la mayoría inexplicables. No sé si hasta el punto de justificar errores y generar perdón, la verdad. De hecho, estoy seguro de que ni se pueden justificar ni perdonar. Pero sí pienso que, al menos, sus evidentes aportaciones a sujetar y mantener tranquilas las partes más radicales de lo que él podría definir, seamos justos, con un rajonianio “¡vaya tropa!" deberían darle en su totalidad el beneficio de la duda, la unánime e inquebrantable presunción de inocencia. O en el peor de los casos, si no el eximente, y recordemos que ya no vive donde le gustaría, el atenuante de una educación maquiavélica, el lenitivo de una hoja de servicios pública inmaculada y el mitigante de sentirse rey destronado por un hijo que se protege haciendo pública la desprotección de su padre. No he visto 'Juego de tronos' y aun sin referencias de sangres azules por el suelo, la nuestra me ha parecido una salida bastante civilizada y aceptable.

No es tiempo de veredictos, no sé si lo es de especulaciones. No sé si es tiempo de condenas o absoluciones. Pero si de algo estoy seguro, quizá, es de que sí que es tiempo de mirarnos en el espejo. Ese que nos devuelve, más de lo que creemos, las mundanas inclinaciones de las que no nos libramos como individuos y como sociedad y que nos hacen volver cada cierto tiempo a ese país de broma del que tanto renegamos. Viendo nuestras miserias en cada telediario, podríamos concentrarnos en imponer una regla principal: homogeneizar criterios y hacer pasar a todos, los que mandan y los mandados, por el mismo filtro de lo adecuado. Juan Carlos primero. Pero todos tenemos alguna idea sobre quién podría ser el segundo… y el tercero y el cuarto....

Juan Carlos I. Vista la situación, más que un título regio, parece el lema de motivación personal con el que alguien se ha levantado cada palaciega mañana de los últimos veinte años. Normal que actúes en consecuencia cuando todo el mundo te lo está diciendo: Juan Carlos, primero. Ponerse uno por delante no siempre es lo mejor en el largo plazo, pero el premio del egoísmo es tan inmediato y efímero que solo haciéndolo crecer mantiene sus efectos. Es el ego más peligroso y exigente. Es ambicioso e insaciable. Te empuja al aislamiento o a la compra de compañía y reconocimiento para alimentarle. Y por lo que se ve en las altas esferas sociales, sale bastante caro.

Rey Don Juan Carlos
El redactor recomienda