Doña María de las Mercedes, condesa de Barcelona, más madre que reina
Fue figura fundamental en el clan familiar, la gran sostenedora de la paz familiar en los momentos de mayores tensiones entre don Juan y su hijo don Juan Carlos
Doña María de las Mercedes de Borbón y Orleans y Borbón y Orleans -simplemente María para los suyos- es posiblemente la figura femenina más relevante de la vida del rey don Juan Carlos. Y, sin embargo, la auténtica gran desconocida para el ojo público, pues su personalidad continúa, todavía hoy, estando opacada por el gran empaque personal y por la mayor relevancia histórica de su marido, don Juan de Borbón, conde de Barcelona.
Sin embargo, ella fue siempre una figura fundamental en el clan familiar de los Borbones de España; la gran sostenedora de la paz familiar en los momentos de mayores tensiones entre don Juan y su hijo don Juan Carlos; la que se esforzó por mantener la integración familiar y por fomentar la unión entre los suyos; y la tía cariñosa a la que todos los miembros de su gran familia extendida pudieron acudir en todo momento, pues, como ella dejó dicho en sus memorias, “para mí lo principal ha sido siempre conservar el cariño y la unión de la familia”. Un concepto de intensa unión familiar heredado de los suyos, los Borbones de las Dos Sicilias, que ella supo traspasar a su hijo, para quien, aunque suene extraño, sus múltiples deudos no tienen más que buenas palabras, como así se lo demostraron ampliamente en la celebración de su 80º cumpleaños en el palacio de la Zarzuela.
Borbón por los cuatro costados, aunque su padre fue un príncipe de las Dos Sicilias de escasos recursos nacido en el viejo Imperio austrohúngaro, y su madre, una princesa francesa educada en el exilio de Inglaterra, María nació en 1910 en Madrid -en ese mismo edificio de Castellana 3, el palacio de Villamejor, que en tiempos de la dictadura albergó la Presidencia del Gobierno- y siempre se sintió profundamente española. Tanto es así que quiso que sus memorias se titulasen 'Yo, María de Borbón', para dejar claro que lo de las Dos Sicilias era ya cosa antigua pues ella, como toda su familia, siempre se consideró andaluza y sevillana de adopción y de corazón. Un andalucismo castizo de romerías a santuarios como el del Rocío, de hermandades en Sevilla y de gente sencilla en los campos de Villamanrique y de Castilleja de la Cuesta, del que sin duda deriva gran parte de esa fácil cercanía con la gente que don Juan Carlos siempre ha sabido generar y que ha derivado en su ahora denostado 'campechanismo'.
Porque la familia de doña María, la de los destronados Borbones napolitanos, siempre fue más sencilla, más amante de lo popular y menos envarada que muchas de las otras realezas de su tiempo, herencia que también ha llegado hasta don Juan Carlos y sus hermanas, como contrapeso de la otra más encorsetada de su abuela británica, la reina Victoria Eugenia. Y si la familia de su tío el rey Alfonso XIII estuvo marcada por el desamor y la fractura, la de sus padres, los infantes don Carlos y doña Luisa, lo estuvo por la unión, la armonía y el afecto entre los hijos.
La vida de los Borbón y Orleans (don Carlos, doña Luisa y sus hijos Alfonso, Isabel, Dolores, María, Carlos y Esperanza) transcurrió entre el Madrid y la Sevilla de la monarquía alfonsina, en medio de capillas públicas, ceremonias palatinas, picadero en la casa de campo, excursiones a los reales sitios y veraneos en Santander, siempre en la intimidad de los reyes Alfonso XIII y Victoria Eugenia y de sus hijos los infantes. Un tiempo dorado que se fracturó con la llegada de la República en 1931, que los arrojó a todos a un exilio en Francia incierto y lleno de dificultades. Uno de cuyos resultados fue el matrimonio 'conveniente' de María con su primo Juan, por entonces príncipe de Asturias y heredero de Alfonso XIII.
En aquellos años de exilio, los príncipes y princesas españoles cotizaban muy a la baja en el mercado matrimonial europeo, pero la suya fue una gran boda en 1935, en la Roma de Mussolini, pero con claveles españoles, y en puertas de una Guerra Civil que se cobró de forma trágica la vida de su añorado hermano Carlos. En esas nació la infanta Pilar, don Juan marchó a España para participar en la guerra y por órdenes de Franco fue devuelto a la frontera, y tras la muerte del rey Alfonso en 1941 todos -ya estaban también Juanito, Margot y Alfonsito- abandonaron Italia para establecerse en Suiza junto a la reina Victoria Eugenia.
Malos tiempos para jugar a ser reina, papel que nunca gustó particularmente a doña María, que nunca fue amiga de joyas, de fastos innecesarios (“A mí me encanta la comida española, ¡cuánto más popular mejor!”, declaraba), o de trajes de alta costura en la gran escena social de los ricos y de los poderosos, a quienes, sin embargo, sí le cupo conocer muy de cerca. El dinero escaseaba, Franco anunciaba ser eterno, la pobre España quedaba lejana, sus padres y sus hermanas -huidas de Polonia y de Checoslovaquia habiéndolo perdido todo- se habían refugiado en Sevilla, y el futuro no se anunciaba halagüeño. Sin embargo, la familia de los Barcelona tenía como horizonte una difícil misión: sacar adelante la restauración de la monarquía en España. Y para ello nunca se ahorrarían esfuerzos, pues para todos la dinastía siempre pasaba por delante.
Así, en 1946 y para estar cerca de España, todos desembarcaron en Estoril donde, junto con los Saboya de Italia, los Orleans de Francia, los archiduques de Hungría, los Braganza de Portugal y otros tantos royals exiliados, supieron recrear un micromundo sembrado de afectos, de fiestas familiares, de 'arraiales' en los campos, de cacerías en las grandes fincas y de incontables encuentros familiares. Villa Giralda era una pequeña corte muy en miniatura en la que no corría el dinero, los protocolos no sobraban y donde solo se pensaba en cómo enseñar a la infanta Margarita a manejarse con su ceguera. Y, sobre todo, en cómo sacar adelante un proyecto político en España del que doña María, a pesar de ser mujer de carácter capaz de imponerse cuando lo consideraba necesario, siempre se mantuvo al margen, sosteniendo con valor el desgarro de la marcha a España de su hijo de 10 años en 1948.
Pero la Semana Santa de 1956, el simpático Alfonsito cayó fulminado en casa de un malhadado disparo, y la luz se apagó para siempre en Villa Giralda. Una tragedia que ningún miembro de la familia olvidaría nunca, y menos aún su madre, que desde entonces buscaría consuelo en el alcohol como forma necesaria de sobrellevar una pena eterna. Doña María nunca volvería a ser la misma, quizá tampoco le importaban ya las aventuras galantes de don Juan, y comenzó para ella un rosario de costosos tratamientos e internamientos en clínicas en Suiza y en Alemania. Así, mientras don Juan Carlos tiraba adelante su proyecto en España, su madre desaparecía de la escena oficial aunque fue ella quien, cuando en 1969 Franco le designó finalmente como sucesor suyo a título de rey, se encargó de que en Estoril la familia no explosionara por las iras de don Juan.
Los años dorados de Portugal concluyeron en 1968, y solo la restauración final de la monarquía en España llevó un punto de luz a una condesa de Barcelona en la que ni la prensa reparaba. Solo su vuelta a España, ya en 1978, y su instalación en Madrid le permitieron vivir unos años alegres en la cercanía de la suyos, pues por la Villa Giralda de Puerta de Hierro, donde ella recibía acompañada de su dama y sobrina la simpática condesa Zamoyska, pasaba todo el mundo. Gozó como nadie la boda sevillana de su nieta la infanta Elena; nunca dio nada de qué hablar ni puso palos a las ruedas; condujo su vida de forma tranquila y retirada en su casa, que era la de todos; y sus últimos años siempre se sintió colmada por las atenciones de su hijo el Rey.
Poco pretenciosa, la suerte quiso que la muerte la encontrase rodeada de todos los suyos en la casa de La Mareta, en Lanzarote -regalo del rey Hussein de Jordania a don Juan Carlos, que la cedió a Patrimonio Nacional-, el 2 de enero del 2000. Y solo en la muerte, con su solemne funeral y entierro en el panteón de reyes del monasterio de El Escorial, le tocó oficiar de reina a título póstumo por deseo expreso de su hijo, que durante largos meses llevó luto por ella.
Doña María de las Mercedes de Borbón y Orleans y Borbón y Orleans -simplemente María para los suyos- es posiblemente la figura femenina más relevante de la vida del rey don Juan Carlos. Y, sin embargo, la auténtica gran desconocida para el ojo público, pues su personalidad continúa, todavía hoy, estando opacada por el gran empaque personal y por la mayor relevancia histórica de su marido, don Juan de Borbón, conde de Barcelona.