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Juan Carlos y el banderillero de Belmonte: de cómo triunfar “degenerando”
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OPINIÓN

Juan Carlos y el banderillero de Belmonte: de cómo triunfar “degenerando”

Dicen que el emérito se negó de manera tozuda a esta regularización fiscal que el propio Gobierno le habría ofrecido antes de forzar su exilio en agosto

Foto: El rey Juan Carlos, en una imagen de archivo. (EFE)
El rey Juan Carlos, en una imagen de archivo. (EFE)

La anécdota es conocida. Cuentan que una tarde de toros en los años 40 preguntaron a Juan Belmonte si era verdad que el señor gobernador de Huelva había sido banderillero de su cuadrilla, y ante la sorpresa del interlocutor -"... ¿y cómo se puede llegar de banderillero de Belmonte a gobernador?”-, el maestro contestó: "¿Po… po… po cómo va a sé? De… de… degenerando…". Se dirá que qué tendrá que ver y tal, pero el día en que España asiste al espectáculo trágico de las horas postreras del rey Juan Carlos, vienen muy a cuento el humor y la ironía cañís. El hombre que fuera el motor de la democracia, el ‘banderillero’ de la Transición, la envidia de los presidentes de República europeos durante años, ha 'degenerado' en 'rey Midas' del nuevo régimen, en víctima irrecuperable de su privilegio -y tal vez de la vista gorda de los Gobiernos-, preso de su propio desorden, exiliado de su país y de sí mismo...

Se me ocurren pocos escenarios peores que el de un rey sentado en el banquillo, pero uno de ellos es el de un rey que intenta escapar de dicha pesadilla reconociendo un impago millonario a Hacienda, y con él, un procedimiento de ocultación previa de fondos al fisco a través de intermediarios. Y aun así, es más tragicómico, si cabe, el escenario de un rey -casualmente el mismo que acuñó el concepto de ejemplaridad- que sabe aprovechar la ventaja de unas filtraciones más diligentes que el oficio propio de la Agencia Tributaria.

placeholder El rey Juan Carlos, en una imagen de archivo. (Limited Pictures)
El rey Juan Carlos, en una imagen de archivo. (Limited Pictures)

La mayoría de los españoles se enteran de que son investigados por Hacienda por una aséptica e inapelable carta en el buzón de su casa. La mayoría... menos algunos prohombres del nuevo ‘régimen’, como el otro Juan Carlos de apellido Monedero -este, ante la Hacienda de Montoro, no de Montero-, o algún que otro banquero. No estoy entre quienes piden que el trato hacia el emérito sea exactamente igual al resto de los ciudadanos. Pero una cosa es la cortesía, el respeto institucional, el aforamiento, la prudencia y hasta las soluciones imaginativas; y otra, la desigualdad ante la ley, la ventaja, o su mera apariencia, lo que en una democracia de opinión pública viene siendo lo mismo.

Claro que tan desigual es este aviso oficioso al ilustre y regio contribuyente como esa larga, múltiple e inacabada investigación de la Fiscalía sobre la que los aún jueces instructores en España no han podido decir palabra. Y más que desigual, es también paradójico y contradictorio el comportamiento del Poder Ejecutivo, que con la mano derecha dice defender al actual monarca de los males de su propia herencia, mientras con la mano izquierda le asesta sin piedad ni disimulo sus puñales.

Dicen ahora en el tendido patrio que el emérito se negó de manera tozuda a esta regularización fiscal que el propio Gobierno le habría ofrecido antes de forzar su exilio en agosto. No se sabe qué habría sido peor. En todo caso, la gestión política no ha sido lo que se dice brillante. El viejo monarca debió salir de Zarzuela, pero no de España. Basta chequear las redes desde entonces para comprobar cómo el vicepresidente Iglesias ha logrado aumentar su corte de indignados.

La posición del padre del Rey ha degenerado tanto que casi enternece su intento desesperado y radicalmente humano por volver. Pero el último cordón sanitario extendido por Felipe VI -en marzo y en agosto pasados- es, o lo parece en este aciago 2020 que acaba, una cuestión de supervivencia: el ser o no ser de la monarquía.

placeholder El rey Felipe y el rey Juan Carlos, en una imagen de archivo. (EFE)
El rey Felipe y el rey Juan Carlos, en una imagen de archivo. (EFE)

La anécdota es conocida. Cuentan que una tarde de toros en los años 40 preguntaron a Juan Belmonte si era verdad que el señor gobernador de Huelva había sido banderillero de su cuadrilla, y ante la sorpresa del interlocutor -"... ¿y cómo se puede llegar de banderillero de Belmonte a gobernador?”-, el maestro contestó: "¿Po… po… po cómo va a sé? De… de… degenerando…". Se dirá que qué tendrá que ver y tal, pero el día en que España asiste al espectáculo trágico de las horas postreras del rey Juan Carlos, vienen muy a cuento el humor y la ironía cañís. El hombre que fuera el motor de la democracia, el ‘banderillero’ de la Transición, la envidia de los presidentes de República europeos durante años, ha 'degenerado' en 'rey Midas' del nuevo régimen, en víctima irrecuperable de su privilegio -y tal vez de la vista gorda de los Gobiernos-, preso de su propio desorden, exiliado de su país y de sí mismo...

Se me ocurren pocos escenarios peores que el de un rey sentado en el banquillo, pero uno de ellos es el de un rey que intenta escapar de dicha pesadilla reconociendo un impago millonario a Hacienda, y con él, un procedimiento de ocultación previa de fondos al fisco a través de intermediarios. Y aun así, es más tragicómico, si cabe, el escenario de un rey -casualmente el mismo que acuñó el concepto de ejemplaridad- que sabe aprovechar la ventaja de unas filtraciones más diligentes que el oficio propio de la Agencia Tributaria.

Rey Don Juan Carlos
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