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Todo un Rey
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OPINIÓN

Todo un Rey

El rey Felipe VI dio ayer su tradicional discurso de Navidad, entre enormes expectativas

Foto: El rey Felipe, durante el discurso. (EFE)
El rey Felipe, durante el discurso. (EFE)

¿Y dicen que no dijo nada? Que un rey ponga la moral por encima de la familia y lo exprese de manera explícita no solo no es nada, sino que es mucho más de lo que cabría esperar de un miembro de una dinastía. Infinitamente más de lo que ningún monarca, salpicado en su Casa por la sombra de la corrupción a lo largo de la historia, haya aceptado pensar siquiera. Habíamos visto a muchos soberanos sacrificar a los suyos en pro de los más variados intereses, pero nunca en favor de la ética y los principios. Tanto dijo el rey, que su discurso fue la rúbrica de tres aldabonazos, tres hechos incontestables en este año aciago, también para la Corona: el repudio taxativo al padre del mes de marzo, su forzado exilio en agosto, y el rechazo a su vuelta en diciembre.

¿Que no dijo más que lo que ya dijo en su discurso de proclamación? Es verdad que prometió en 2014 “principios morales y éticos”, pero no a costa de su propia familia. Y en todo caso, no deja de ser inédito, tal vez porque no se trata de un político, que con la que está cayendo sobre su propia Casa, el jefe del Estado pueda decir en voz alta lo mismo que hace seis años.

¿Que ni siquiera reclamó una justicia igual para todos? Quizás sea porque el monarca ya ha aplicado su propia y desigual justicia sobre su padre, adelantándose a cualquier decisión de los tribunales.

¿No será más bien que no dijo lo que se quiso que dijera? Muchos esperaban realmente, y hasta lo exigían, que Felipe VI condenara al padre, al hombre que le cedió el testigo de la Corona, y que le arrebatara de un plumazo televisivo su título de rey. Los más desleales, desde el poder, alentaban el debate y la presión sobre el monarca. Al ritmo que se han sucedido los acontecimientos en solo ocho meses, a uno ya no le cabe descartar nada. Pero si aún quedara para el futuro un cuarto o un quinto guillotinazos del propio monarca a su predecesor, estaba claro que ese día no había llegado. Más aún, que no era el día... salvo para los que querían ver correr la sangre -más sangre aún- en Navidad.

Y es que, si de algo se puede calificar el discurso del rey es de intrínsecamente navideño. Pero no en el sentido naif, mágico y bobalicón que la sociedad de consumo ha logrado revestir la Navidad, sino en el netamente evangélico. La llamada a la convivencia -a través de la Constitución-, al servicio a los demás -con especial mención a los sanitarios durante la pandemia-, y a la protección de los más débiles...; el propio réquiem por las decenas de miles de fallecidos anónimos; y sobre todo, el insistente mensaje de ánimo y esperanza para el próximo año constituyeron toda una homilía laica.

Tenemos un rey acosado, muy acosado, pero aún libre. Un rey de “principios”. Todo un rey.

¿Y dicen que no dijo nada? Que un rey ponga la moral por encima de la familia y lo exprese de manera explícita no solo no es nada, sino que es mucho más de lo que cabría esperar de un miembro de una dinastía. Infinitamente más de lo que ningún monarca, salpicado en su Casa por la sombra de la corrupción a lo largo de la historia, haya aceptado pensar siquiera. Habíamos visto a muchos soberanos sacrificar a los suyos en pro de los más variados intereses, pero nunca en favor de la ética y los principios. Tanto dijo el rey, que su discurso fue la rúbrica de tres aldabonazos, tres hechos incontestables en este año aciago, también para la Corona: el repudio taxativo al padre del mes de marzo, su forzado exilio en agosto, y el rechazo a su vuelta en diciembre.

Rey Felipe VI
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