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Un año sin la infanta Pilar: la vida entre tres limbos de una 'princesa' única
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FAMILIA REAL ESPAÑOLA

Un año sin la infanta Pilar: la vida entre tres limbos de una 'princesa' única

Una infanta todoterreno y Borbón tanto por su padre como por su madre, que vivió muchas cosas, que lo vio todo

Foto: La infanta Pilar. (Getty)
La infanta Pilar. (Getty)

Este 8 de enero se cumple un año del fallecimiento de doña Pilar, una infanta muy 'borbona', a la par que muy española, que por su carácter directo y determinado, y por su hablar claro, sin ambages, y fuera de lo políticamente correcto no dejaba impasible a nadie. Genio y figura hasta la sepultura, serán muchos los que echen en falta a esta emblemática figura que se llevó consigo su franqueza, sus formas directas, su borbonismo secular salpicado de expresiones castizas, y algún que otro taco, y su falta de pelos en la lengua.

Una infanta todoterreno y Borbón tanto por su padre como por su madre, que vivió muchas cosas, que lo vio todo, y cuya vida se enmarca entre tres limbos en los que consiguió, a golpe de carácter y a pesar de todo lo que tenía en contra, hacerse un lugar propio sin por ello dejar de ser ella misma y sin perder en el camino un ápice de una realeza que siempre tuvo absolutamente clara y de la que se sentía en todo punto representante.

El primer limbo, su nacimiento en Cannes en tiempos de guerra en España, el exilio de su familia en Roma, y los años difíciles de la Gran Guerra en Suiza hasta 1946. Tiempos en los que ser infanta de España apenas significaba nada, pues la familia real española cotizaba muy a la baja, pero en los que había que mantener el tono a pesar de un futuro más que incierto y con pocos recursos.

placeholder La infanta Pilar (arriba, en el centro de la imagen), junto a su abuelo Alfonso XIII, hermanos y primos. (Cordon Press)
La infanta Pilar (arriba, en el centro de la imagen), junto a su abuelo Alfonso XIII, hermanos y primos. (Cordon Press)

El segundo limbo, sus años de juventud en las playas de Estoril y en los campos y los 'arraiales' de Portugal durante los años del exilio de su padre, don Juan, en Villa Giralda. Años de alegrías y de forja de una idea de España que, aunque sin duda mitificada por efecto de la lejanía, se sentía en todas partes de aquella casa en la que sus padres las vestían a ella y a su hermana Margarita de falleras, o de lo que hiciera falta, para mantener una presencia, aunque fuese evanescente, de una España que ambas habrían de conocer poco a poco.

Para don Juan lo importante era la causa, el regreso de la monarquía a España, y hasta la puesta de largo de Pilar, en 1956, fue aprovechada para reunir en Estoril a todos los importantes monárquicos de su tiempo y para mostrar al mundo a una familia real de imagen pequeñoburguesa y presa de nostalgias y de grandes esperanzas. Sin olvidar nunca aquella gran tragedia que fue la muerte de su hermano Alfonso, que fracturó a la familia para siempre y que fue seguida de los trastornos psicológicos de su madre, doña María. Y, años más tarde, las tensiones dinásticas entre don Juan y don Juan Carlos en las que ella siempre supo dar a cada uno el apoyo correspondiente, atrapada como se sentía entre dos íntimas lealtades.

Se habló de casarla con el rey Balduino de Bélgica, también se mencionó al duque Franz de Baviera, y ella sin duda hubiera preferido al seductor príncipe Ataúlfo de Orleans y Sajonia-Coburgo-Gotha, pero su boda en 1967 con el atractivo y refinado Luis Gómez-Acebo, hijo de los marqueses de Deleitosa y procedente de una familia de la banca, generó toda una ola de fervor monárquico en Estoril (hasta se temió que se hundiera el piso de un salón del hotel Estoril Sol por la gran cantidad de españoles allí congregados) a pesar de tener que asumir con ello la renuncia a sus derechos a la sucesión y conformarse con el ducado vitalicio de Badajoz.

placeholder La infanta Pilar y Luis Gómez-Acebo, con sus cinco hijos. (Getty)
La infanta Pilar y Luis Gómez-Acebo, con sus cinco hijos. (Getty)

Un cambio de vida que la arrojó a un tercer limbo, quizá el más difícil, en una España en la que era una auténtica desconocida y en la que, en años posteriores y con la restauración de la monarquía en 1975, tampoco le cupo tener lugar oficial alguno. Corrían tiempos inciertos, había que presentar al público una familia real nuclear, y había que hacer exención tanto de los condes de Barcelona como de sus hijas, arrojadas a una opacidad pública de la que solo ellas mismas lograron sacarse cada una a su modo. Infanta off the record, solo en contadísimas ocasiones, como la entronización de su buena amiga la reina Beatriz de Holanda o el entierro de Lady Di, tuvo ocasión de ostentar la representación oficial de la Casa Real de España.

Una opacidad institucional que la llevó a labrarse un nombre propio con la puesta en marcha de su gran proyecto personal, que ha sido el rastrillo de Nuevo Futuro, al que dedicó incontables energías a lo largo de tantos años, y también en el ámbito del deporte en su calidad de presidenta de la Federación Ecuestre Internacional y de miembro del Comité Olímpico Español, al que perteneció durante diez años.

El suyo fue un matrimonio sin fisuras que concluyó con el temprano fallecimiento de él, vizconde de La Torre, en 1991 víctima de un cáncer linfático, siendo ambos quienes hicieron grandes esfuerzos por conseguir que la colección Thyssen-Bornemisza recalase finalmente en España. Madre de una amplia familia en la que no han faltado divorcios y problemas de distinta suerte, doña Pilar tuvo que asumir por prescripción legal el modificar las obras de su casa de Palma de Mallorca, y se vio salpicada por los espinosos Papeles de Panamá, aceptando siempre los sinsabores con humor, simpatía, y contundencia, y echando para adelante sin el mejor desgaste de su monarquismo de médula.

Y nada, a pesar de todo cuanto se ha dicho, enturbió su estrecha relación con sus hermanos, el rey Juan Carlos y la infanta Margarita, por quienes estuvo muy acompañada en sus últimos momentos. De ahí que nadie más que ellos la habrá echado de menos en estas Navidades, recordando los encuentros festivos de años pasados celebrados en su casa en la que reunía a toda la familia. La infanta se ha ahorrado el covid, aún alcanzó a recibir honores tras su muerte en el monasterio de El Escorial, y se ha evitado ser testigo de la triste situación mediática que rodea a su hermano el rey Juan Carlos.

Sencilla y poco sofisticada, doña Pilar nunca fue una princesa al uso pues siempre careció de la mojigatería compuesta de tantas otras mujeres de su entorno, y de ese frecuente apego vacuo a las formas externas, prefiriendo en todo momento dedicarse a cuestiones más prácticas y más productivas en su poco conocido intento de aportar su pequeño grano de arena al mantenimiento del prestigio de la dinastía.

placeholder La infanta Pilar, junto a su hermano. (EFE)
La infanta Pilar, junto a su hermano. (EFE)

Este 8 de enero se cumple un año del fallecimiento de doña Pilar, una infanta muy 'borbona', a la par que muy española, que por su carácter directo y determinado, y por su hablar claro, sin ambages, y fuera de lo políticamente correcto no dejaba impasible a nadie. Genio y figura hasta la sepultura, serán muchos los que echen en falta a esta emblemática figura que se llevó consigo su franqueza, sus formas directas, su borbonismo secular salpicado de expresiones castizas, y algún que otro taco, y su falta de pelos en la lengua.

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