La historia del intrigante toisón de oro vendido en subasta por 70.000 euros
El Toisón de Oro es una de las órdenes dinásticas más prestigiosas y codiciadas del mundo y de ahí el gran interés que se despierta cada vez que alguno de ellos sale a subasta
El pasado 13 de mayo, la casa Ansorena sacaba a pública subasta un valioso conjunto de venera, insignia y alfiler de corbata de la Orden del Toisón de Oro, que de inmediato despertó la curiosidad de muchos sobre su procedencia, dada la singularidad de las piezas. Unas auténticas joyas aparentemente manufacturadas en 1850 y salidas de los talleres de los por entonces prestigiosos joyeros franceses Morel et Cie. J. Chaumet, que en aquellos tiempos eran proveedores de las grandes casas nobles y de muchas familias reales. Del conjunto destaca la gran venera en oro amarillo, 128 diamantes de talla antigua y numerosos rubíes acompañados de un notable zafiro cabujón sobre el vellocino de oro, emblema de la orden, cuyo ojo es un rubí facetado. Y junto a la venera, una insignia para frac y para chaqué y un poco habitual alfiler de corbata, también en diamantes. El todo salió con precio de partida de 48.000, euros que a última hora fue prácticamente duplicado alcanzando los 70.000 euros, a los que añadir los gastos de la sala. Toda una adquisición para algún anónimo coleccionista privado, pero que a muchos les hubiera gustado que hubiera podido ir a engrosar las colecciones reales del Patrimonio Nacional.
El Toisón de Oro fue, ha sido y continúa siendo una de las órdenes dinásticas más prestigiosas y más codiciadas del mundo, y de ahí el gran interés que se despierta cada vez que alguno de ellos sale a subasta, pues esta no es la primera vez, generándose también gran interés por la identidad de los vendedores, que habitualmente se mantiene oculta. No obstante en este caso, y dado que la venta ha tenido lugar en España y no en Ginebra, Londres o París, y que se ha confiado para ello a la casa madrileña Ansorena, todo hace pensar que las piezas procedan de alguna de las grandes familias nobles de España, que hacia 1850 frecuentaban la corte francesa del Segundo Imperio, donde por entonces se enseñoreaba como emperatriz Eugenia de Montijo, esposa de Napoleón III.
En primer lugar y con particular relevancia el duque de Alba, cuya esposa era hermana de la emperatriz; pero también el duque de Sessa, esposo de la infanta Luisa Teresa de España e investido caballero en 1847; o el famoso duque de Riansares, esposo de la reina gobernadora María Cristina de Borbón e investido caballero en diciembre de 1849. Tres grandes personajes de gran relevancia en aquellos años y todos ellos con muy amplia descendencia en España, que eran asiduos de la corte francesa de los Bonaparte y fueron poseedores de cuantiosas fortunas que bien les hubieran permitido encargar una joya de estas características para manifestar su público orgullo por la posesión del preciado collar.
Tanto es así que cuando, muchos años más tarde, Alfonso XII no quiso conceder el toisón del citado duque de Sessa a ninguno de sus dos hijos tras su fallecimiento, la madre de estos, la orgullosa infanta Luisa Teresa, escribió furiosa a su hijo Francisco de Asís para decirle que estaba dispuesta a devolver su lazo de dama de la Orden de María Luisa añadiendo: "No te han encontrado digno de llevar el Toisón de Oro que tu padre había llevado, y si mis hijos no son dignos de llevar una insignia de su país, yo tampoco la quiero llevar". Por el gran prestigio que le iba aparejado tener y merecer un toisón nunca fue una cuestión baladí, y algún duque actual se lamenta de no poderlo alcanzar.
Su historia
La orden, creada en 1430 por el duque Felipe de Borgoña para conmemorar su matrimonio con la infanta Isabel de Portugal, se inspira en la leyenda mitológica de los argonautas, lo que se refleja en la composición del gran collar, que es una serie de eslabones engarzados en los que se alternan la B de la casa de Borgoña, con el pedernal y las llamas (en esmalte), que son la divisa de esa casa; y del todo cuelga el mítico vellocino de oro, para cuya consecución el héroe Jasón y los suyos tuvieron que viajar hasta la Cólquida, encarando todo tipo de dificultades y aventuras.
Tras la Guerra de Sucesión española, tanto los Borbones de Madrid como los Habsburgo de Viena reclamaron el gran maestrazgo de la orden, existiendo desde entonces los toisones españoles -más prestigiosos por ser más restringidos en número- y los toisones austriacos -más numerosos-, concedidos en la actualidad por el archiduque Karl de Austria, exesposo de Francesca Thyssen-Bornemisza y jefe de la casa imperial de Austria-Hungría.
A lo largo del siglo XVIII y en la primera mitad del siglo XIX, fue frecuente que tras la concesión del collar de la orden, que siempre ha de ser devuelto a la Casa Real española tras la defunción del concesionario, muchos caballeros con grandes posibles decidieran encargar a joyeros de prestigio veneras -la parte que cuelga del collar y que representa al vellocino de oro- muy ostentosas de rica pedrería produciendo bellísimas piezas, como algunas de las que se encuentran en las colecciones reales portuguesas del palacio lisboeta de Ajuda. Entre ellas destaca la que el joyero lisboeta Adam Gottlieb Pollet manufacturó en 1790 para el entonces príncipe heredero Joao de Portugal, recamada con 400 diamantes, 102 rubíes y un gran zafiro de Ceilán. Joyas que eran propiedad del caballero y que se diferenciaban del collar en sí mismo que en todos los casos era de devolución obligada al rey de España. De ahí que veneras e insignias propiedad de las familias puedan salir al mercado de las grandes subastas, a pesar de que el collar correspondiente fuese devuelto a la Corona en el momento del fallecimiento del concesionario.
Sin embargo, existen casos singulares de collares que, por distintas circunstancias, por lo general revoluciones o ruinas, nunca fueron devueltos, como es el caso del que fue propiedad del príncipe Felipe de Borbón de las Dos Sicilias, tío abuelo del rey Juan Carlos y fallecido en el anonimato total en Canadá en 1949, o del de su hermano, el príncipe Rainiero, que por desacuerdos dinásticos nunca fue devuelto a don Juan de Borbón. Sin olvidar el misterioso toisón que el infante don Jaime, hijo de Alfonso XIII, concedió al general Franco en 1972 y que este prefirió no llevar en la boda de su nieta Carmen Martínez-Bordiú con el duque de Cadiz, por no haber sido esa concesión legitimada por el entonces jefe de la Casa Real, don Juan de Borbón.
Pero ese no es el caso de las insignias y las veneras, algunas de gran valor como joyas, que por ser propiedades personales no han de ser devueltas y muchas de las cuales han contribuido a sufragar algún exilio apareciendo en subastas importantes a lo largo de los años. Otras, como la de pedrería que fue del infante don Luis de Borbón y Farnesio, y que fue regalada por la hija del infante al duque de Wellington tras la Guerra de la Independencia, fue robada en Londres en 1965 sin conocerse su paradero actual, sin olvidar la de gran belleza que el rey Juan Carlos ha lucido en numerosas ocasiones y que se conoce como 'de Carlos V'.
El pasado 13 de mayo, la casa Ansorena sacaba a pública subasta un valioso conjunto de venera, insignia y alfiler de corbata de la Orden del Toisón de Oro, que de inmediato despertó la curiosidad de muchos sobre su procedencia, dada la singularidad de las piezas. Unas auténticas joyas aparentemente manufacturadas en 1850 y salidas de los talleres de los por entonces prestigiosos joyeros franceses Morel et Cie. J. Chaumet, que en aquellos tiempos eran proveedores de las grandes casas nobles y de muchas familias reales. Del conjunto destaca la gran venera en oro amarillo, 128 diamantes de talla antigua y numerosos rubíes acompañados de un notable zafiro cabujón sobre el vellocino de oro, emblema de la orden, cuyo ojo es un rubí facetado. Y junto a la venera, una insignia para frac y para chaqué y un poco habitual alfiler de corbata, también en diamantes. El todo salió con precio de partida de 48.000, euros que a última hora fue prácticamente duplicado alcanzando los 70.000 euros, a los que añadir los gastos de la sala. Toda una adquisición para algún anónimo coleccionista privado, pero que a muchos les hubiera gustado que hubiera podido ir a engrosar las colecciones reales del Patrimonio Nacional.