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Las separaciones en la familia Borbón, nada nuevo bajo el sol: un análisis histórico
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FAMILIA REAL ESPAÑOLA

Las separaciones en la familia Borbón, nada nuevo bajo el sol: un análisis histórico

La memoria siempre es corta y por eso quizá cabe reseñar aquí que las separaciones no son cosa nueva en el trasunto histórico de nuestra dinastía, por mucho que a algunos pueda sonarles novedoso

Foto: La infanta Elena y Jaime de Marichalar. (Getty)
La infanta Elena y Jaime de Marichalar. (Getty)

La aparentemente súbita separación de la infanta Cristina, que con toda probabilidad apunta a un próximo divorcio, quizá no choca tanto si tenemos en cuenta el enorme costo emocional y el desgaste que para cualquier matrimonio suponen situaciones tan duras como los avatares, fruto de sus desatinos, que los Urdangarin-Borbón han tenido que encarar en los últimos años y que les ha llevado a asumir responsabilidades duras y penosas para cualquier grupo familiar. Todo ha cambiado mucho desde que comenzó su mediático proceso, la familia del Rey (pues Cristina ya no es miembro de la familia real) ha sufrido también un gran desgate, y lejos quedan aquellos días jubilosos de 1997 en los que Barcelona se echó a la calle para festejar la boda de la Infanta. La memoria siempre es corta y por eso quizá cabe reseñar aquí que las separaciones no son cosa nueva en el trasunto histórico de nuestra dinastía, por mucho que a algunos pueda sonarles novedoso.

En contra de la extendida creencia popular, los cuatro primero Borbones que reinaron en España (Felipe V, Luis I, Fernando VI y Carlos III) fueron todos monarcas muy fieles a sus esposas y, con la salvedad del brevísimo reinado de Luis I, aquellos reyes supieron establecer matrimonios estables y armoniosos con sus distintas esposas. Algo que también podemos decir de Carlos IV, a pesar de la intensa rumorología (y también del punto de maledicencia) que rodeó a aquel triángulo singular conformado por él mismo, su esposa la reina María Luisa de Parma y su inefable primer ministro, Manuel Godoy, tantas veces tenido por amante de la reina o, incluso, padre de sus dos hijos menores amén de ser el gran factótum de todo cuanto por entonces acontecía en la corte.

placeholder La infanta Cristina e Iñaki Urdangarin. (CP)
La infanta Cristina e Iñaki Urdangarin. (CP)

El rijoso Fernando VII fue largamente infiel a dos de sus cuatro esposas, pero las separaciones matrimoniales en la casa de España no comenzarían a llegar hasta la segunda mitad del siglo XIX, cuando las infantas de España ya leían los libros de aventuras de Walter Scott y buscaban desprenderse de las pesadas ataduras a las que las sujetaba su rango. No obstante, y dado que la idea de una ruptura matrimonial era absolutamente incompatible con la catolicidad histórica de los reyes de España, las separaciones entre cónyuges no comenzaron a proliferar hasta que la revolución de 1868, la Gloriosa, descabalgó del trono a Isabel II. Una situación novedosa que posibilitó que saltasen por los aires las tensiones familiares, siendo la primera de entre todas ellas la separación de la propia reina y su esposo, el rey consorte don Francisco de Asís. Una separación de cuerpos orquestada ya en su exilio parisino en 1870, una vez resueltos sus notables enfrentamientos por cuestiones financieras que posibilitaron que desde entonces, y hasta sus fallecimientos en 1904 y 1902, ambos mantuvieran residencias y casas separadas en tierra francesa.

Una situación que fue seguida, quizá como efecto dominó, por las separaciones de tres infantas españolas, cuñadas y primas de la reina, que tiempo atrás habían contraído matrimonios fuera del circuito de las casas reales de Europa: la infanta Isabel, esposa del conde polaco Ignacio Gurowski; la infanta Luisa, esposa del muy noble duque de Sessa, a quien ella quiso incapacitar legalmente para poder gestionar libremente la hacienda familiar, y la infanta Pepita, esposa del poeta y periodista liberal cubano José Güell. Separaciones que ciertamente nunca fueron oficializadas, pero que sí se filtraron a la prensa de la época y que aunque en ningún caso terminaron en divorcio sí generaron cierto alboroto.

Más polémica sería la muy aireada separación de la infanta Eulalia, hermana de Alfonso XII, que en el año 1900 trajo literalmente de cabeza no solamente a su cuñada la prudente reina regente María Cristina, sino a todo el conjunto familiar. La empecinada y temperamental infanta no paró en nada para dar por concluida de una vez por todas su convivencia con su detestado esposo y primo, el infante Antonio de Orleans, llegó a hablar de divorcio y hasta intentó llevar el asunto ante la Santa Sede clamando por una anulación canónica que finalmente nunca llegaría a ser por presiones de la familia. Todo un alivio para su sobrino Alfonso XIII, que, aunque hacia 1920 ya mantenía una más que tensa relación con su esposa la reina Victoria Eugenia, mantuvo oficialmente vivo aquel matrimonio tan largamente anhelado en su juventud hasta que la llegada de la Segunda República, en abril de 1931, permitió que la reina pusiese fin a aquella difícil y forzada convivencia. Desde entonces, los reyes nunca vivirían juntos, estableciéndose ella por un largo periodo en el hotel Savoy de Fontainebleau y él en Roma, terminó falleciendo en 1941.

placeholder La infanta Eulalia.
La infanta Eulalia.

Los tiempos habían cambiado, los aires soplaban difíciles en un exilio más que incierto, y al rey Alfonso aún le tocó encarar el divorcio y un segundo matrimonio en Cuba de su primogénito, el príncipe de Asturias. Y, unos años después, la separación oficiosa de su segundo hijo, el infante don Jaime, a quien él mismo había forzado a casar con la noble italo-francesa Emmanuela Dampierre. Disgustos para una familia de sólida raigambre católica pero situaciones que (a la fuerza ahorcan) tuvieron que irse integrando mal que bien con el pasar de los años. Luego, y ya con la monarquía restaurada, la prensa nacional no dejó de seguir con enorme interés ni el divorcio de aquella figura trágica y satelital de la familia del rey que fue Alfonso de Borbón Dampierre, duque de Cádiz, ni la colorista vida sentimental de su hermano Gonzalo, casado en terceras nupcias tras dos sonoros divorcios a sus espaldas. Pero ellos ya eran tenidos por primos al margen, y el golpe fuerte, tanto por mediático como por su calado en el seno de la familia, fue la separación en 2007 de la infanta Elena y la culminación de su divorcio pronunciado en enero de 2010.

Nada debe, por tanto, sorprendernos la separación de la infanta Cristina, que sus propios hijos están encarando con tan buen talante y con la lógica normalidad pues, si bien una separación siempre contraviene lo siempre esperable en los matrimonios de la realeza, esta situación se enmarca, en el caso de la Infanta, en un contexto de dificultad sostenida para la familia y en un marco más amplio en un mundo en el que las separaciones y los divorcios han llamado irremisiblemente a las puertas de tantas familias reales aún reinantes. Ahí están Ana, Carlos y Andrés de Inglaterra, Marta Luisa de Noruega, Joaquín de Dinamarca, Luis de Luxemburgo y, por supuesto, las bien entrenadas Carolina y Estefanía de Mónaco. Nada para llevarse las manos a la cabeza.

Foto: Diana y Carlos, en una imagen de archivo. (Reuters)

La aparentemente súbita separación de la infanta Cristina, que con toda probabilidad apunta a un próximo divorcio, quizá no choca tanto si tenemos en cuenta el enorme costo emocional y el desgaste que para cualquier matrimonio suponen situaciones tan duras como los avatares, fruto de sus desatinos, que los Urdangarin-Borbón han tenido que encarar en los últimos años y que les ha llevado a asumir responsabilidades duras y penosas para cualquier grupo familiar. Todo ha cambiado mucho desde que comenzó su mediático proceso, la familia del Rey (pues Cristina ya no es miembro de la familia real) ha sufrido también un gran desgate, y lejos quedan aquellos días jubilosos de 1997 en los que Barcelona se echó a la calle para festejar la boda de la Infanta. La memoria siempre es corta y por eso quizá cabe reseñar aquí que las separaciones no son cosa nueva en el trasunto histórico de nuestra dinastía, por mucho que a algunos pueda sonarles novedoso.

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