Los graves errores de protocolo que vivieron los royals europeos en el homenaje al duque de Edimburgo
La actitud pública de la familia real británica respecto a sus familiares extranjeros ha sido cada vez más distante desde la II Guerra Mundial
El pasado martes día 29 de marzo, se celebró en la abadía de Westminster de Londres un solemne servicio de acción de gracias por la vida del príncipe Felipe, duque de Edimburgo, esposo de la reina Isabel II, fallecido el año pasado. Al cabo de casi un año de su muerte, su familia extensa, británica y europea, las centenares de asociaciones que presidió, sus amigos y el establishment britanico celebraron la vida y obra de un personaje esencial en la vida británica de los últimos 70 años.
En la prensa mundial se ha destacado la dignidad y emoción de la soberana británica, que presidió la ceremonia a sus 95 años de edad; también la variedad y elegancia de los invitados, en especial de la duquesa de Cambridge y la asistencia de los pequeños bisnietos de la reina.
Pero algo que ha trascendido poco en la prensa generalista, pero mucho en los foros de especialistas y en las redes sociales, han sido los enormes errores de protocolo con respecto a los invitados extranjeros que cometió la habitualmente puntillosa Corte de San Jaime. Algunos defensores de la misma han llegado a escribir que se trataba de una ceremonia familiar y no de Estado, y no hacía falta considerar el rango de varios jefes de Estado asistentes, olvidando que se dio carácter de ceremonia de Estado (que no funeral de Estado) a la misma, y que la mayoría de príncipes europeos asistentes son miembros de la familia extensa de la reina y el duque de Edimburgo.
En efecto, los soberanos de España, Dinamarca, Suecia, Bélgica, Holanda, Mónaco, la gran duquesa de Luxemburgo, la reina de Grecia, los príncipes de Jordania, Baréin, Serbia, Rumanía, Bulgaria y Grecia quedaron situados en la séptima fila del segundo sector de la abadía, en el lado del Evangelio. Inmediatamente por delante de la realeza extranjera, se situaron los hijos y nietos de los duques de Kent y Gloucester y de los príncipes de Kent, primos hermanos de la reina. Y en las primeras filas de ese sector, el duque de York, los condes de Wessex y sus hijos y los hijos y nietos de las princesas Ana y Margarita.
En el primer sector de honor de la nave se situaba la reina, el príncipe Carlos y la duquesa de Cornualles, los duques Cambridge, de Kent, de Gloucester, los príncipes de Kent, las princesas Eugenia y Beatriz de York con sus esposos y algunos de sus descendientes. En frente de ese sector, la familia inmediata del duque de Edimburgo: los príncipes de Baden, Hohenlohe-Langenburg, Hesse y los Mountbatten.
La colocación totalmente inadecuada y poco cortés de siete jefes de Estado y sus acompañantes en la séptima fila se acompañó de la entrada y salida desordenada de los mismos. Bajaron del autocar que les transportaba de manera desordenada y así entraron en la abadía. La salida fue todavía peor: saliendo tras los miembros principales de la familia real británica, como es preceptivo, tuvieron que esperar en la puerta del templo a que salieran todos los miembros de la familia real británica extensa, cuyos transportes estaban situados antes que los correspondientes a lo invitados extranjeros. Resultaba penoso e insultante ver a la reina Margarita de Dinamarca y la princesa Beatriz de Holanda, de más de 80 años, apoyadas en las puertas de la abadía, para descansar, durante más de 15 minutos.
Todo ello es resultado de varias causas, unas recientes y otras no tanto. El Brexit se ha apropiado de buena parte de los habitantes de las islas y el nacionalismo con el que va acompañado ha reducido todavía más la apertura mental y cosmopolitismo de muchos de ellos. La familia real, en mi opinión, ha mostrado todo lo contrario en los últimos años y sus viajes y declaraciones así lo prueban, pero cosa distinta es la Administración del Estado, el establishment, plagado de 'brexiters'.
Por otra parte, la actitud pública de la familia real británica respecto a sus familiares extranjeros ha sido cada vez más distante desde la II Guerra Mundial. Otra cosa es a nivel privado, donde las relaciones son más que cordiales. La reina Isabel no ha asistido a ningún enlace o funeral reales fuera de su reino, desde que subió al trono, a excepción del del admirado rey Balduino de Bélgica. Acostumbra a enviar a sus hijos y primos o acudía el mismo duque de Edimburgo. Recordemos la asistencia del príncipe de Gales o del príncipe Eduardo a los enlaces de los actuales Reyes de España y de las infantas Elena y Cristina y a los funerales de los condes de Barcelona. Causó especial desagrado la ausencia de representante a los funerales de la reina Fabiola de Bélgica.
Respecto a la colocación de invitados el pasado martes y, comparándolo con ocasiones similares, la conclusión es que las cosas han ido a peor. En el enlace de los duques de Cambridge en 2011, los invitados reales extranjeros, como los ahora Reyes de España, estaban situados en el mismo sector de la abadía de esta semana, como era preceptivo, pero sentados sin ningún orden lógico. En ocasiones anteriores, como los funerales de la reina madre Isabel en 2002, las bodas de oro matrimoniales de la reina y el duque de Edimburgo en 1997, el enlace de los príncipes de Gales en 1981 o los funerales de Lord Mountbatten en 1979, con asistencia masiva de la realeza, el respeto a la etiqueta y la cortesía hacia los invitados extranjeros fue ejemplar.
Termino con una consideración: los enlaces reales con asistencia más variada de familias reales de todo el mundo reinantes y no reinantes en los últimos 40 años, y con mayor complejidad protocolaria, resuelta perfectamente han sido los de los Reyes de España y sus hermanas.
Por último, dos anécdotas: tras una entrevista con el duque Felipe de Württemberg y su hermano el duque y religioso benedictino Carlos Alejandro, escribió el biógrafo británico James Pope-Hennesy en 1958: “Disfruté de un panorama de todo un siglo, desde su perspectiva de miembros de la realeza, a través de estos extremadamente cultivados, cristianos e inteligentes príncipes. Era el tipo de conversación de la que tanto disfrutaba la duquesa de Teck. Y de la que, según me contaron, no participa la actual reina madre (madre de Isabel II), que no contesta cartas y telegramas, en esa absurda política estilo 'Kensington-girl', de alejarse de sus familiares alemanes, que es o bien ignorancia o bien pereza”.
En abril de 1963 se celebró el enlace de la princesa Alexandra de Kent con Sir Angus Ogilvy. La princesa, prima hermana de Isabel II, y que todavía hoy sigue cumpliendo actos oficiales, estaba, por parte de su madre, la princesa Marina de Grecia y Dinamarca, emparentada con todas las familias reales de Europa.
El diario sensacionalista 'Daily Mail' criticaba de manera cruda en su crónica del enlace la presencia de numerosísimos príncipes extranjeros, sin considerar que eran familiares directos de la novia: “¿Es la boda de dos jóvenes encantadores y populares o una campaña en favor de los miembros de las familias reales de España, Austria e Italia, rotos y olvidados aunque no enterrados, sin pensión, sin oficio ni beneficio y ya sin púrpura? ¿Es esto una pretensión de futuras pensiones reales? El exrey Humberto de Italia es uno de los invitados de gorra, que comenzó su reinado en 1946 y fue empaquetado fuera del país un mes después. La exreina Victoria Eugenia de España llegó a Londres y recibió un beso de la duquesa de Kent, en su enguantada mano y en ambas mejillas, en el aeropuerto. ¡Diablos! La monarquía española cayó en 1931, cinco años antes del nacimiento de la princesa Alexandra. Y otro que nos hace tomar jarabe para la tos: el archiduque Fernando de Austria. La monarquía austriaca se hundió sin dejar rastro en 1918. Algunos de estos apellidos nos acostumbraban a dar miedo cuando éramos pequeños, durante la última guerra”.
Dativo Salvia Ocaña, historiador, escritor y especialista en casas reales.
* Si no ves correctamente este formulario, haz click aquí
El pasado martes día 29 de marzo, se celebró en la abadía de Westminster de Londres un solemne servicio de acción de gracias por la vida del príncipe Felipe, duque de Edimburgo, esposo de la reina Isabel II, fallecido el año pasado. Al cabo de casi un año de su muerte, su familia extensa, británica y europea, las centenares de asociaciones que presidió, sus amigos y el establishment britanico celebraron la vida y obra de un personaje esencial en la vida británica de los últimos 70 años.