Se instala la guerra fría entre Urdangarin y la infanta Cristina: los escenarios
El matrimonio se encuentra en Barcelona pese a que la hermana de Felipe VI intenta evitar coincidir con su marido a toda costa. Ambos quieren apoyar la carrera de Pablo
La infanta Cristina había planeado sus viajes de Semana Santa con tranquilidad. Necesita aire fresco y pensó que, además de visitar a su padre, podría pasar en Barcelona el resto de días festivos de la semana de primavera de su hija, Irene. Esto es, la Semana Santa y la siguiente, enteras, entre España y Emiratos. Lo que no estaba previsto es que apareciera su todavía marido, Iñaki Urdangarin.
Cristina de Borbón, que a veces aún luce la alianza, respeta el concepto de familia y luchará por el bienestar de sus cuatro hijos pase lo que pase. Aunque tenga que hacer de tripas corazón y sentarse a ver un partido con Urdangarin cerca.
Así fue la semana pasada. La Infanta quiere ser testigo del desarrollo de la carrera de su hijo Pablo y pretende asistir a sus partidos. La idea inicial era que el matrimonio se alternara, un día Iñaki, otro Cristina. Pero no ha sido así y la hermana de Felipe VI se ha visto en la complicada situación de tener que sentarse en las gradas con quien está negociando su divorcio.
De improviso
Más aún. Urdangarin llegó a Barcelona de improviso. En plena Semana Santa, antes de que los Urdangarin de Borbón se fueran a Abu Dabi, apareció en la ciudad. Miguel pasaba unos días con su padre en Vitoria y de allí debía viajar a Barcelona para volar después todos a Emiratos. Y, de pronto, la Infanta recibió una comunicación que la dejó descolocada: Miguel llegaba con su padre, en coche, desde la capital vasca. Y, además, Urdangarin se iba a quedar en la ciudad todo el tiempo que estuvieran sus hijos.
“Han sido unos días muy complicados para ella”, nos dicen desde su entorno, “porque quiere que sus hijos estén bien, pero no quiere ver a su marido ni en pintura”. Y así se han sucedido escenas casi de vodevil, en las que doña Cristina entraba por una puerta y salía por otra para no encontrarse con Urdangarin. El mismo miércoles en el que jugaba Pablo y ambos fueron a verle, entraron en coches distintos, claro, por puertas distintas y calentaron el ambiente, tenso a más no poder, para no cruzarse en ningún momento.
Con mascarilla
Tras el partido hubo una conversación en grupo, en el que ella hablaba tratando de mostrarse serena, pero era difícil. Por eso no se quitó la mascarilla -era la única que la llevaba tanto dentro como fuera- en ningún momento, no quería que se le viera el rictus, no quería que nadie intentara interpretar lo que su rostro mostraba.
Porque la cuestión es, nos dicen, que el exduque de Palma “pasa de todo y le importa un pito que le hagan fotos, que digan o no digan, porque se ha quitado un peso de encima al separarse. Cargaba como una losa ser familia del Rey, y en este momento, con esta actitud, hace lo que le apetece, sin más”. Una actitud que perjudica a su exmujer, quien “sigue muy dolida” y aguanta como puede.
Escenas de vodevil
Podemos poner algunos ejemplos más. Cada día, durante estas dos últimas semanas, la Infanta no ha desayunado en el hotel en el que se alojaba, la que es su casa barcelonesa desde hace ya años, los apartamentos AC Victoria Marriot. Quien degustaba el bufé ha sido Urdangarin, que ha estado con sus hijos a diario, a todas horas, pese a que dormía en casa de su hermana, a las afueras de la ciudad. Así, Urdangarin ha madrugado cada día y algunas mañanas se ha ido incluso a correr con Miguel por la zona de Pedralbes.
Este barrio, en especial en la zona en la que se mueve la familia, es como un pueblo, todos se conocen y todos saben de unos y otros. Y ver a Urdangarin y familia por los aledaños se ha convertido estos días en algo habitual. Una comida en el Jardí de l’Abadessa, una merienda en el Upper, un café en el Central Park, pizza en Crepnova y pasta en La Tagliatella.
Comidas y compras
Han frecuentado todos estos lugares, tal y como nos cuentan quienes los han visto, tal y como hemos comprobado nosotros mismos, que en algunas ocasiones hemos compartido local con la familia. La familia, ojo, menos uno. Porque la Infanta no ha estado en estos encuentros.
Encerrada en su habitación o en su oficina de La Caixa, el máximo capricho al ‘aire libre’ -al menos fuera de despacho y habitación- que se ha dado es ir a unos grandes almacenes a comprar. Y allí, justo el día en el que fue ella, estaba también Urdangarin con uno de los mejores amigos de doña Cristina. “Parecía que no tenía escapatoria”, nos cuentan algunas de las personas que los han estado siguiendo estos días, “hasta los escoltas se llevaban las manos a la cabeza ante esta situación”.
Todos con Pablo
Esta guerra fría entre Urdangarin y la Infanta deberá solucionarse, nos dicen, y parece que entrará en las negociaciones de su futuro divorcio. “Ella quiere demostrarle a su hijo que está ahí, pendiente de su carrera deportiva, que ella también forma parte de su vida, que no es cosa solo de Iñaki, pero si Iñaki aparece en cada partido, se lo pone muy difícil”, nos dicen los mismos amigos.
Hasta ahora se repartían las visitas, era un pacto tácito que había funcionado. Urdangarin ya no tiene trabajo, por lo que dispone de mucho tiempo. Como vemos, quedan muchos flecos por cerrar en un proceso de divorcio que ellos han dicho que será largo y tranquilo, aunque quizás no tan tranquilo como alguna de las partes esperaba.
La infanta Cristina había planeado sus viajes de Semana Santa con tranquilidad. Necesita aire fresco y pensó que, además de visitar a su padre, podría pasar en Barcelona el resto de días festivos de la semana de primavera de su hija, Irene. Esto es, la Semana Santa y la siguiente, enteras, entre España y Emiratos. Lo que no estaba previsto es que apareciera su todavía marido, Iñaki Urdangarin.