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120 años de la coronación del rey adolescente Alfonso XIII: su reinado personalista y controvertido
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120 años de la coronación del rey adolescente Alfonso XIII: su reinado personalista y controvertido

Alegre, impulsivo, seguro de poseer un encanto irresistible, y aún poco conocedor de las frustraciones de la vida, con sus 16 años que cumplía ese mismo día el rey adolescente se sentía todo un patriota

Foto: El rey Alfonso XIII en 1931. (Getty/Hulton Archive)
El rey Alfonso XIII en 1931. (Getty/Hulton Archive)

Tal día como hoy, 17 de mayo, hace 120 años, Madrid se vestía de gala para la brillante celebración de la proclamación del joven Alfonso XIII como rey de España. Nunca hubo en España ceremonia alguna de coronación, sino proclamación de los reyes, pero en aquellos años tempranos del siglo XX y últimos de la Belle Époque, y a imitación de los fastos de otras cortes más brillantes como las de Londres, San Petersburgo y Viena, desde la Corona y desde el Gobierno españoles se consideró necesario dar un particular realce a tan significativo acontecimiento por el que el joven Alfonso XIII, rey desde el mismo momento de su nacimiento en 1886, pasaba a asumir sobre sí las complejas y pesadas servidumbres del trono de las que por entonces tenía escasa conciencia.

Alegre, impulsivo, seguro de poseer un encanto irresistible, y aún poco conocedor de las frustraciones de la vida, con sus 16 años que cumplía ese mismo día el rey adolescente se sentía todo un patriota que por entonces reseñaba de forma premonitoria en su diario personal: “En este año me encargaré de las riendas del Estado, acto de suma trascendencia tal y como están las cosas, porque de mí depende si ha de quedar en España la Monarquía Borbónica o la República. […] Yo espero ser un Rey que se llene de gloria regenerando la Patria, cuyo nombre pase a la historia como recuerdo imperecedero de un reinado; pero también puedo ser un Rey que no gobierne, que sea gobernado por sus ministros y, por fin, puesto en la frontera. Yo espero reinar en España como Rey justo. Espero al mismo tiempo poder regenerar a la Patria y hacerla, si no poderosa, al menos buscada, o sea que la busquen como aliada”.

placeholder El Rey Alfonso XIII jura la Constitución de 1876 en el Congreso de los Diputados el 17 de mayo de 1902. (Manuel Fernández Carpio)
El Rey Alfonso XIII jura la Constitución de 1876 en el Congreso de los Diputados el 17 de mayo de 1902. (Manuel Fernández Carpio)

Su madre, la prudente María Cristina, había luchado contra viento y marea para conseguir llevar a un puerto seguro el frágil navío de la regencia que había asumido tras la trágica muerte de su esposo Alfonso XII en 1885 y, pensando en este hijo joven e impetuoso que siempre fue la gran razón de su vida, escribía a su confidente el papa León XIII: “Ahora, que una vez más vuestra santa bendición recaiga sobre él y sobre mí. Sobre él, para que su reinado sea próspero, dichoso y justo; sobre mí, para la mayor paz de mi alma al abandonar el poder que Dios me ha dado y que los hombres me han reconocido”. Sostenida en su fe inquebrantable, la hasta entonces regente entregaba el futuro a los designios de la divinidad mientras desde la mayordomía de palacio todo se preparaba con gran esmero pues, por primera vez, llegaban a España representaciones extraordinarias y príncipes extranjeros para enfatizar la relevancia de un acto de tan gran trascendencia para el país.

Las nutridas y altas representaciones foráneas se dieron cita en Irún en la mañana del 16 de mayo, para así converger hacia la capital en un tren especial atravesando la meseta castellana. Según el príncipe Nicolás de Grecia, “una multitud elegante” compuesta por él mismo, el gran duque Vladímir de Rusia, el príncipe heredero Christian de Dinamarca, el príncipe Arturo de Gran Bretaña (duque de Connaught), el príncipe Alberto de Prusia, el príncipe italiano Tomás de Saboya (duque de Génova), el príncipe heredero Luis de Mónaco, el infante Alfonso de Portugal (duque de Oporto), el príncipe Eugenio de Suecia, el archiduque Carlos Esteban de Austria (tío del rey), el gran canciller francés de la Legión de Honor y el exótico príncipe Maha Vajiravudh de Siam.

La gran recepción diseñada para las comitivas a su llegada a palacio fue, en palabras del príncipe griego, propia de una escena del 'Tannhäuser' de Wagner a causa tanto de las vastas dimensiones del palacio de Oriente como del despliegue del complejo ceremonial borgoñón de la corte española aunque, a decir del duque de Wellington, “allí se percibía una completa ausencia de la tremenda timidez que con frecuencia acompaña las funciones de corte en otros lugares”. Luego, esa misma tarde, el rey recibió las órdenes dinásticas de la Jarretera (Gran Bretaña), los Serafines (Suecia), San Carlos (Mónaco) y los Aqdas (Persia). Al día siguiente, todos marcharon en brillante cortejo y en carrozas hasta el palacio de la Cortes, donde el rey, que llegó a las dos y media en uniforme de gala de capitán general con el collar del Toisón de Oro al cuello, juró la Constitución ante las dos cámaras legislativas procediendo después los presentes hasta la iglesia de San Francisco el Grande para el oficio del Tedeum.

Un día más tarde hubo capilla pública en palacio, que vio sus galerías y corredores atestados de grandes de España y de personas del común, se colocó la primera piedra del monumento a Alfonso XII en el parque del Retiro y, a las nueve de la noche, hubo una representación operística del 'Don Giovanni' de Mozart en el Teatro Real que el nuevo rey encontró “insoportable”. El lunes 19 aún hubo una gran y larga revista militar en el paseo del Prado, seguida de una recepción nocturna en palacio durante la cual, y según los diarios del rey, “la gente se lanzó sobre la mesa como Heliogábalos. Hubo tres o cuatro borrachos”. El día 20 hubo batalla de flores con asistencia de 30.000 personas en el Retiro; y el día 21 se celebró la inevitable corrida de toros, la primera a la que asistía Alfonso, que impresionó a Nicolás de Grecia por su soberbio colorido y le llevó a reflexionar que “los seres humanos son unos salvajes y la civilización solo nos ha curado parcialmente de nuestra crueldad instintiva hacia los animales”.

placeholder Alfonso XIII junto a su madre.
Alfonso XIII junto a su madre.

Los días trascurrieron jubilosos, se tomaron fotografías que muestran a un Alfonso feliz junto a los príncipes europeos, y en particular los más jóvenes como el príncipe griego, el siamés o Luis de Mónaco, y todo salió como esperado a pesar del rumor que corrió de un posible atentado contra su persona el mismo día de la jura. Los ilustres invitados abandonaron Madrid el día 22 y el príncipe heleno, a quien Alfonso ya llamaba Nicky, recuerda en sus memorias: “El rey es muy conocido por su valor y su espíritu varonil. Cuando al final de todas las ceremonias oficiales permanecí en palacio como su huésped, y le pude conocer íntimamente, generé un gran afecto por este joven monarca que, aunque sólo un niño y rebosante de buen humor y de sana alegría, desde el primer momento se hizo cargo de su obligación con tanta seriedad”.

Se iniciaba un reinado personalista y fuertemente controvertido, pero de gran relevancia para la España del siglo XX. Tres décadas de luces y de sombras, de atraso y de modernidad, de florecimiento cultural y de erradas veleidades colonialistas y autoritarias. Un tiempo considerado como una edad de plata de la cultura española, pero sobre el escenario de fondo de la corrupción política, el atávico caciquismo español y la influencia de una nobleza rentista, poco culta y aduladora que mantuvo al rey en la fantasía de que sus ideas y sus anhelos eran un claro reflejo de los de su pueblo. Un reinado poliédrico pero históricamente considerado como un gran acto fallido aunque, desde distintas miradas, actualmente está siendo objeto de un necesario revisionismo en positivo. Una época sin duda más alegre y luminosa que los largos años de oscurantismo que llegarían con el final de la Guerra Civil.

Tal día como hoy, 17 de mayo, hace 120 años, Madrid se vestía de gala para la brillante celebración de la proclamación del joven Alfonso XIII como rey de España. Nunca hubo en España ceremonia alguna de coronación, sino proclamación de los reyes, pero en aquellos años tempranos del siglo XX y últimos de la Belle Époque, y a imitación de los fastos de otras cortes más brillantes como las de Londres, San Petersburgo y Viena, desde la Corona y desde el Gobierno españoles se consideró necesario dar un particular realce a tan significativo acontecimiento por el que el joven Alfonso XIII, rey desde el mismo momento de su nacimiento en 1886, pasaba a asumir sobre sí las complejas y pesadas servidumbres del trono de las que por entonces tenía escasa conciencia.

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