La noche estelar de Meghan y Harry: nos colamos en la gala de su (polémico) premio en NY
Vanitatis ha podido estar en la entrega del galardón solidario de la Robert Kennedy Human Rights Foundation, que tenía lugar este martes por la noche en la Gran Manzana
Era, sin duda, la presencia más esperada de la noche en la gala Ripple of Hope de la Robert Kennedy Human Rights Foundation, y Meghan Markle no defraudó. No solo por lo deslumbrante de su look, un diseño de Nicolas Ghesquière para Louis Vuitton, con el que desplegó un aura de glamour e inmaculada belleza que se elevó sobre los millones de haters, sino por cómo cargó las tintas en lo simbólico de su elección. Para los 'meghanmarkelistas', no pasó desapercibido que el color del vestido, blanco, y el cuello barco (aunque esta vez más abierto, con el hombro descubierto) evocaba sin duda alguna su look más icónico: el vestido de novia que le diseñó Givenchy.
Combinado con manga larga, corte arquitectónico con cintura plisada y con el pelo recogido y raya en medio, era como verla, de nuevo, establecer un compromiso… pero con otra familia. Esta vez no eran los Windsor, sino los Kennedy. “Sí, quiero”, parecía decir Meghan, pertenecer a esta otra 'royalty' sin corona en la que no se mira con desconfianza su labor humanitaria y que la recibe con los brazos abiertos. Una familia más tolerante, menos conservadora, que le permite ser sexy y calzarse unos stilettos oscuros que se encargaban de desvirgar tanta oda a la pureza. Eso sí, como buena novia que se precie, también llegó unos minutos tarde para aumentar la emoción, y robó el protagonismo a Harry, que apareció con un look más bien insulso de traje azul y corbata fina.
La pareja no dejó de sonreír, ambos venían cargados de energía positiva y no posaron en solitario, sino siempre al lado de Kerry Kennedy, quien, como informó en exclusiva Vanitatis anteriormente, ha querido darles un espaldarazo, en medio de tanto ruido mediático, otorgando uno de sus premios de 2022 a la Archewell Foundation de Meghan y Harry. Para ello, se limitan a centrarse en las labores de su iniciativa, que no son pocas: refugiados afganos, familias de Estados Unidos en necesidad de baja paternal, organizaciones no gubernamentales en Ucrania, trabajo con la Organización Mundial de la Salud en sus campañas de vacunación…
Otro premiado de esta edición era, por ejemplo, el presidente de Ucrania, Volodímir Zelenski, y los duques de Sussex se suben a una vitrina de laureados anteriormente que incluye a Barack Obama, Bono, Joe Biden y Hillary Clinton. Por la alfombra que ellos se encargaron de clausurar apoteósicamente también pasaron el maestro de ceremonias de la gala, Alec Baldwin, junto con su esposa Hilaria, que lució un explosivo vestido de cóctel rojo con toque flamenco y pelo recogido. Y no faltó toda la nueva hornada de los Kennedy: Joe Kennedy III, Michaela, Cara y Mariah Kennedy Cuomo. Sonrientes y glamurosos, ajenos a la maldición que otrora persiguió al clan.
Ante tanta sonrisa, Meghan y Harry se olvidaron, eso sí, de hablar con la prensa y dejaron todo para su discurso de agradecimiento dentro de la gala. No hubo, tampoco, sombra de preocupación por el incidente de Carlos III de Inglaterra horas antes, al que lanzaron huevos en Luton. Los duques de Sussex siguen, así, jugando a los malabares con la máquina de titulares en estudiadas apariciones en determinados medios y la defensa enardecida de su intimidad que se convierte en mutismo ante la prensa regular.
De hecho, este acto en el que lucieron como deidades incólumes y silentes estaba en realidad flanqueado por el lanzamiento apenas unos días antes del tráiler de su nueva serie documental para Netflix -en el que se definen como poseedores de la única verdad respecto a la Casa Real británica- y el estreno el día 8 de diciembre, que seguro que trae mucho más revuelo.
Pero entre ambas tendencias, la gala de este martes también tendió un puente. En ella, se recordaron las palabras pronunciadas por Robert F. Kennedy en 1966 en Sudáfrica en pleno apartheid: “Cada vez que un hombre defiende un ideal, actúa para mejorar la vida de los demás o lucha contra la injusticia, genera una pequeña onda de esperanza. Sumando diferentes centros de energía, esas ondas pueden atreverse a generar una corriente que barra el más poderoso de los muros de opresión y resistencia”. Y muchos pensaron en esa onda expansiva que la salida de Meghan y Harry, para bien y para mal, ha generado en una de las instituciones más amuralladas de Europa: la Casa Real británica.
A pesar de la alianza Kennedy-Sussex, en esta escisión o casi cisma producido en el seno de la realeza británica, Estados Unidos parece no casarse con nadie (o casarse con todas) pues no solo Meghan y Harry son recibidos con vítores a esta orilla del Atlántico. La llegada de la pareja ha sido agendada casi solapándose con la visita a Boston de los príncipes de Gales, Guillermo y Kate Middleton, también con tintes humanitarios. En su caso, fueron los Earthshot Prize, centrados en cuestiones medioambientales. Además, en la otra gran ciudad de la Costa Este de los Estados Unidos, Sophie de Wessex, condesa y esposa del príncipe Eduardo, estuvo trabajando contra la violencia de género al lado de Hillary Clinton o Natalia Karbowska.
Era, sin duda, la presencia más esperada de la noche en la gala Ripple of Hope de la Robert Kennedy Human Rights Foundation, y Meghan Markle no defraudó. No solo por lo deslumbrante de su look, un diseño de Nicolas Ghesquière para Louis Vuitton, con el que desplegó un aura de glamour e inmaculada belleza que se elevó sobre los millones de haters, sino por cómo cargó las tintas en lo simbólico de su elección. Para los 'meghanmarkelistas', no pasó desapercibido que el color del vestido, blanco, y el cuello barco (aunque esta vez más abierto, con el hombro descubierto) evocaba sin duda alguna su look más icónico: el vestido de novia que le diseñó Givenchy.
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