La victoria de Meghan y Harry: de duques de Sussex a príncipes de Montecito
Harry y Meghan salieron de palacio porque se sentían oprimidos por las reglas. Pero han conseguido seguir viviendo de palacio y bajo sus propias reglas: sin obligaciones, pero con privilegios
El 18 de enero de 2020, cuando el Megxit se había materializado, el Palacio de Buckingham emitió un comunicado de Isabel II: “Es la esperanza de toda mi familia que el acuerdo de hoy les permita comenzar a construir una nueva vida feliz y en paz”. La decisión de Harry y Meghan de abandonar la familia real creó un auténtico terremoto. Pero la entonces soberana ordenó a sus asesores que convirtieran “la crisis en oportunidad”.
El objetivo era crear un marco que pudiera aplicarse a las futuras generaciones, como es el caso de la princesa Charlotte y el príncipe Louis, la mediana y el menor de los tres hijos que tienen Guillermo y Kate. En las monarquías, al fin y al cabo, todo gira en torno a la línea de sucesión y llega un punto en el que los hermanos menores de los jefes de Estado se convierten en apéndices difíciles de recolocar. A Harry le llaman "el de repuesto". Le indignaba profundamente.
La cuestión es que el acuerdo no ha funcionado. O mejor dicho: funciona (y muy bien) sólo para una de las partes. Harry y Meghan salieron de palacio porque se sentían oprimidos por las reglas. Pero han conseguido seguir viviendo de palacio. Eso sí, bajo sus propias reglas. En definitiva: sin obligaciones, pero con privilegios. Porque los ataques a la institución son constantes, pero la vida en Montecito, una de las zonas más lujosas y exclusivas de Santa Bárbara, es aún más glamurosa cuando eres duque y duquesa de Sussex y fichas como 'director de impacto' de una empresa de coaching presentándote como príncipe.
El trailer de su esperado documental vaticinaba una auténtica bomba de relojería similar a la explosiva entrevista concedida el año pasado a Oprah, donde acusaban directamente de racismo a algunos miembros de la familia real. Pero el contenido en esta ocasión es menos escandaloso. Al menos, de momento, porque hay que esperar a la próxima semana para ver el desenlace.
Los protagonistas vuelven a hablar de racismo. Pero de un modo más general, sin alusiones concretas, centrándose en otros temas como el estricto protocolo y el acoso de la prensa. Las imágenes inéditas que ofrecen de su vida e incluso de sus hijos equivalen al tipo de invasión de la privacidad con la que los paparazzi de la década de 1980 solo podían soñar. Pero en esta ocasión, a los Sussex no les molesta. Se ejecuta, al fin y al cabo, bajo sus reglas, y el contrato de 100 millones de euros que han firmado con Netflix.
En su entrevista con Oprah, el príncipe Harry dijo que al abandonar Londres su padre le había cortado la financiación y había tenido que recurrir a la herencia de los 12 millones de euros que le dejó su madre, Lady Di, para comenzar su nueva vida en la soleada California. Pues bien, a la cifra hay que sumarle ahora -aparte del contrato millonario con Netflix- otro contrato con editoriales valorado en 40 millones de euros para publicar una serie de libros (entre ellos la incendiaria biografía que saldrá en enero) y otros 20 millones de euros por el podcast que tiene Meghan hablando de mujeres y estereotipos.
Desde hace décadas, entre el Palacio de Buckingham y la prensa hay un contrato no escrito que determina cierta colaboración entre ambas partes. En el documental se explica que los británicos pagan a la familia real y, a cambio, estos les suministran gran cantidad de material para garantizar su popularidad, conscientes que de ello depende su supervivencia. "Yo pago, tú posas".
Pero en ocasiones se sobrepasan los límites. En la época de Diana, el acoso quedó más que demostrado y nadie niega que los miembros de la familia real siguen a día de hoy bajo mucha presión mediática. En cualquier caso, muchas de las imágenes con docenas de fotógrafos que aparecen en el documental nada tienen que ver con los Sussex. Entre otros, son fotógrafos cubriendo el estreno de la película de Harry Potter o a Michael Cohen, el exabogado de Donald Trump, en Nueva York, cuando salía de su casa para comenzar a cumplir condena por evasión de impuestos y otros delitos financieros en mayo de 2019.
Meghan asegura que si gente que no los conoce de nada escribe libros sobre ellos, “tiene más sentido” que sean ellos mismos los que cuenten su historia. Pero quizá se le escapa el pequeño detalle de que en medio de la batalla legal que mantienen con algunos tabloides en el Reino Unido, tuviera que disculparse ante el Tribunal Superior por el hecho de que “no recordaba [cuando le preguntaron por ello] los intercambios” que mantuvo con el periodista que escribió 'Finding Freedom', una biografía de los duques supuestamente no autorizada. Harry discutió con el autor lo importante que era que su cooperación se mantuviera en secreto.
En su día, Lady Di también mandó unas citas contando su historia a Andrew Morton para que escribiera un libro basado en su vida, en el que se aseguraba que nunca habían hablado directamente. No es quizá muy coherente por un lado quejarse de la bestia y, por el otro, alimentarla.
En cualquier caso, a Harry y Meghan la jugada les está saliendo bien. Muy bien. Los duques de Sussex se han convertido en víctimas del victimismo mismo. Y la fórmula funciona, al menos en los Estados Unidos, donde no paran de recibir premios. Este mismo martes, el Ripple of Hope por su "trabajo" en la lucha contra el racismo. Kerry Kennedy, presidenta de la Fundación de Derechos Humanos Robert F. Kennedy, describió a la pareja como "increíblemente valiente".
Aunque no todos estaban de acuerdo: "En el nombre de Dios, ¿qué han hecho para merecer esto?”, se preguntaba el profesor David N. Nasaw, autor de la biografía de Joseph Kennedy nominada al premio Pulitzer. “Está en algún lugar entre los sublimemente ridículo y los descaradamente ridículo. Es absurdo", matizó.
En este sentido, Michael Deacon, columnista del muy conservador y monárquico 'The Telegraph', asegura que "en estos días vivimos en una cultura que valora el victimismo. Una cultura que equipara el victimismo con la virtud, la bondad, la superioridad moral. Ya no solo sentimos pena por las víctimas; los admiramos, incluso los veneramos". "En tal contexto, es natural que tantas personas quieran activamente ser víctimas, o más bien, ser vistas como víctimas. Ser visto como una víctima te da estatus social, al menos entre los jóvenes y progresistas", añade.
Las críticas en el Reino Unido hacia los Sussex son masivas. Pero en los Estados Unidos, país donde nació Meghan y vive ahora la pareja, la perspectiva es completamente diferente. El choque cultural es tremendamente interesante y queda reflejado perfectamente en el documental. "¿Cómo explicas a la gente que tienes que hacer una reverencia ante tu propia abuela? Especialmente a un americano. Se hace raro", señala el príncipe, a lo que su mujer responde haciendo una exagerada reverencia ante la cámara imitando a "tiempos medievales".
Como actores de capacidad limitada, los Sussex se han dejado encasillar. De momento, sólo saben hacer el papel de víctima. El de ricos y sin oficio conocido quizá sea más difícil de vender. O quizá no. Ahí están las Kardashian. La cuestión es que, hoy por hoy, tienen lo que siempre soñaron: dinero, fama, influencia. Ya lo decía Meghan cuando tenía sólo 11 años. En el documental, la que fuera actriz, visita su antiguo colegio y la directora le enseña la dedicatoria que le escribió: "Cuando sea rica y famosa, hablaré de ti y todo el mundo te conocerá".
El 18 de enero de 2020, cuando el Megxit se había materializado, el Palacio de Buckingham emitió un comunicado de Isabel II: “Es la esperanza de toda mi familia que el acuerdo de hoy les permita comenzar a construir una nueva vida feliz y en paz”. La decisión de Harry y Meghan de abandonar la familia real creó un auténtico terremoto. Pero la entonces soberana ordenó a sus asesores que convirtieran “la crisis en oportunidad”.
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