La coronación de Carlos III, sus cambios y por qué la princesa Leonor debe asistir a la ceremonia
A sus casi 18 años, ya es tiempo de que podamos ver, por primera vez, a la princesa de Asturias sumergirse en la gran sopa regia a la que pertenece por origen y por destino
Nadie puede sustraerse a la poderosa magia de las coronaciones británicas, atractiva mezcla de fantasía épica y de elementos medievales cuasi bizantinos con su barroca liturgia llena de ricos simbolismos que recogen tradiciones muy antiguas. De ahí que hace unos pocos días, y en el Santo Sepulcro de Jerusalén, el patriarca ortodoxo de la ciudad, Su Beatitud Theophilos III, y el arzobispo anglicano local procedieron a consagrar el aceite con el que Carlos III será ungido el día de su coronación. Un aceite preparado a partir de aceitunas recogidas en el Monte de los Olivos y, en particular, en los monasterios de la Ascensión y de Santa María Magdalena, en el último de los cuales está enterrada la abuela paterna del nuevo rey. Y una muestra del esmero con el que se llevan llevando a cabo hasta los mínimos preparativos de la ceremonia.
No obstante, con el paso de los siglos las coronaciones británicas también fueron incorporando pequeños cambios para ajustarse al devenir de los tiempos, lo cual explica que ante el ya cercano 6 de mayo surjan muchas preguntas en torno a las modificaciones que el nuevo rey quiere llevar a cabo. Elementos nuevos de los que vamos teniendo noticia poco a poco, como es el caso de la clara voluntad real de que la ceremonia sea ecuménica y multiconfesional para poder dar cabida en ella a las diferentes fes y confesiones de todos sus súbditos, tanto británicos como de la Commenwealth, a pesar de ser él el jefe supremo de la Iglesia de Inglaterra.
Asimismo, sabemos que en está ocasión no se ha encargado una nueva corona para la reina consorte, como siempre sucedió en el pasado (excepto en el caso de la esposa de Jorge II en el siglo XVIII), sino que Camila ha preferido reutilizar la que la bisabuela de Carlos, la reina Mary, encargó al prestigioso joyero Garrard’s para su propia coronación en 1911 y que volvió a lucir en la de su hijo Jorge VI en 1937. La bella pieza ya ha sido retirada de la torre de Londres para proceder a realizar en ella pequeñas modificaciones que, en homenaje a la difunta reina Isabel, serán la inserción de los grandes diamantes de la corona denominados Culligan III, IV y V. Pero aún no sabemos si en esta ocasión, y como dicta la tradición, los pares de la nobleza británica revestirán sus bellos mantos de terciopelo carmesí orlados de armiño y las coronitas que los acompañan (los coronets), o si los miembros de la familia real británica extendida lucirán piezas importantes del rico joyero de la casa de Inglaterra.
Sin embargo, una de las grandes incógnitas que despierta un gran interés es el criterio que en esta ocasión se ha utilizado para invitar a los miembros de la realeza europea. Durante siglos la tradición ha dictado que ningún monarca en ejercicio, con excepción de los pequeños soberanos de territorios de la Commonwealth como el rey de Tonga, debería estar presente en la coronación de un rey británico, porque la ceremonia sacra se entiende como un intercambio íntimo entre el monarca y su pueblo en presencia de Dios. Además, evitar la presencia de otros reyes en ejercicio evitaba el inconveniente de que, por cuestiones de protocolo, el nuevo soberano tuviese que ceder el paso a otros de sus primos coronados con más años en el trono que él. Una norma no escrita que se ha mantenido durante siglos y que, de aplicarse en esta ocasión, indicaría que la princesa de Asturias tendría que ser quien, en buena ley, representase a la Casa Real de España.
Los Borbones españoles comenzaron a enviar representaciones familiares al Reino Unido con ocasión de la coronación de Eduardo VII, en 1902, a la que Alfonso XIII envió a su cuñado el infante don Carlos, esposo de la por entonces princesa de Asturias, doña María de las Mercedes. Posteriormente, en 1911, el rey se hizo representar por su otro cuñado, el infante Fernando de Baviera, esposo de la infanta María Teresa, en la coronación de Jorge V, primo hermano de la reina Victoria Eugenia. Muy distinto fue el caso en 1937 y 1953, para las coronaciones de Jorge VI e Isabel II, en las que la familia real española no estuvo representada. España ya no era una monarquía y, dado que la coronación es una ceremonia de estado, los condes de Barcelona estuvieron ausentes, si bien en 1947 sí habían sido invitados a la boda de la entonces princesa Isabel con Felipe Mountbatten, a la que acudieron en compañía de la reina Victoria Eugenia. Aquel día, la viuda de Alfonso XIII entregó a su nuera la condesa de Barcelona la tiara de flores de lis de diamantes de la casa de España, diciéndole: “María, recuerda que hoy tu oficias aquí de reina de España”.
Sería por tanto esperable que el 6 de mayo doña Leonor se reuniese en Londres con el resto de príncipes herederos de Europa o, en su defecto, con miembros segundones de las distintas casas enviados al efecto. Pero días atrás, y quizá sin reparar en ello, el príncipe Alberto de Mónaco afirmó en unas declaraciones a la prensa que él y su esposa Charlène ya han confirmado su asistencia, agregando: “Estoy seguro de que Su Majestad añadirá sus propios toques personales a la ceremonia”. Algo que rompe con la vieja tradición y que parece indicar, de forma clara, que Carlos III quiere contar con la presencia de sus regios pares en tiempos en los que lo que queda de la vieja realeza europea cierra filas en torno a sí misma. De ahí que la posibilidad de que acudan soberanos reinantes está abierta, dejando la elección de la representación a cada casa, pues ya se sabe que Japón enviará a los príncipes herederos Akishino y Kiko.
Los tiempos cambian y esta novedosa apertura ya pudo verse con ocasión de la entronización los reyes Guillermo Alejandro y Máxima de Holanda y, posteriormente, también en la ceremonia sintoísta de coronación del emperador Naruhito del Japón. Por tanto, y dada la excelente sintonía de nuestros don Felipe y doña Letizia con los nuevos soberanos ingleses, lo más plausible es que la representación española sea la más alta y la ostenten ellos dos (quizá acompañados por los Reyes eméritos), si bien sería muy deseable que, en este caso y cambiando lo que hasta ahora viene siendo la política de Casa Real, quisieran llevar consigo a doña Leonor. Hasta ahora, y por razones desconocidas, nuestros Reyes han preferido mantener a sus hijas al margen de los grandes eventos de los royals europeos, con quienes les unen fuertes e históricos lazos de parentesco. Pero a sus casi 18 años, que cumple el próximo 31 de octubre, ya es tiempo de que podamos ver, por primera vez, a la princesa de Asturias sumergirse en la gran sopa regia a la que pertenece por origen y por destino.
Nadie puede sustraerse a la poderosa magia de las coronaciones británicas, atractiva mezcla de fantasía épica y de elementos medievales cuasi bizantinos con su barroca liturgia llena de ricos simbolismos que recogen tradiciones muy antiguas. De ahí que hace unos pocos días, y en el Santo Sepulcro de Jerusalén, el patriarca ortodoxo de la ciudad, Su Beatitud Theophilos III, y el arzobispo anglicano local procedieron a consagrar el aceite con el que Carlos III será ungido el día de su coronación. Un aceite preparado a partir de aceitunas recogidas en el Monte de los Olivos y, en particular, en los monasterios de la Ascensión y de Santa María Magdalena, en el último de los cuales está enterrada la abuela paterna del nuevo rey. Y una muestra del esmero con el que se llevan llevando a cabo hasta los mínimos preparativos de la ceremonia.
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