Sofía, una infanta educada (afortunadamente) como princesa
Que los vástagos menores tengan las mismas oportunidades de quien está llamado a heredar el legado familiar es en este caso un asunto de Estado
Maggie O’Farrell, de la que me declaro fiel admiradora desde su monumental ‘Hamnet’, cuenta en su intimista ‘Retrato de casada’ que Lucrecia de Médicis tuvo que sustituir a su difunta hermana María en el muy inquietante y desbordante papel de esposa del duque de Ferrara. Nadie había preparado a aquella niña, no ya para asumir aquel destino destellante y alienante a la vez, sino para separarse de todo lo que amaba.
Cinco siglos pueden parecer suficientes para negar cualquier referencia histórica para los asuntos del presente. Sin embargo, a mí se me antoja que la literatura da más lecciones que la propia historia, y que si Lucrecia vivió y murió en medio de un mundo despiadado, bien podría servir para que el presente y el futuro de los reyes de hoy sea más amable y civilizado que el de ayer.
Si ser heredero de la Corona puede suponer ‘per se’ vivir largos años en el limbo de los no nacidos –recuerden al ya inminente Carlos III de Inglaterra–, imagínense lo que representa ser el heredero del heredero. No hay más que ver el desfase de un Harry hipermediático y revirado en el planeta Windsor…
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Se dirá que a estas alturas mucho debería torcerse la cosa para que la princesa Leonor no llegue un día al trono de España. Y así es la realidad. Pero el deber de la Corona, una institución tan antigua como radicalmente contemporánea en las democracias parlamentarias, es prever cualquier eventualidad que garantice su continuidad por encima de su titularidad.
Leonor será Reina de España. La primera después de Isabel II, y no es mucho apostar. Pero, pase lo que pase, lo que está claro es que su hermana Sofía no será como su antecesora, la Luisa Fernanda del siglo XIX, que dedicó su vida a hacerle la vida imposible a la heredera de Fernando VII, su hermana mayor, a través de su ambicioso marido, el duque de Montpensier.
Mucho antes de que elija marido –lo que no dejará de ser un asunto de interés público–, la hermana menor de doña Leonor habrá de asumir la misma preparación de la que en su día sea titular de la jefatura del Estado. Y por eso mismo, porque su educación es lisa y llanamente un asunto de Estado, los Reyes están dando a su hija menor la misma educación que a la mismísima Princesa de Asturias.
Ya no se trata solo de hacer normal en la Casa del Rey lo que en una familia pequeña burguesa es normal –el viejo lema del duque de Suárez–. Esto es, que los vástagos menores tengan las mismas oportunidades de quien está llamado a heredar el legado familiar. De lo que se trata, sobre todo, es de que el Estado tenga cubiertas todas las eventualidades en pro de su expresa función de neutral arbitraje constitucional.
Tiene así todo el sentido que la infanta doña Sofía siga las huellas de la princesa Leonor, ahora en el colegio internacional de Gales, y luego en la formación castrense y universitaria. Y es que, a falta de una heredera, la monarquía parlamentaria española dispone de dos. Muy diferentes de carácter, por cierto, pero ambas formadas por Zarzuela en el mismo deber de Estado.
Maggie O’Farrell, de la que me declaro fiel admiradora desde su monumental ‘Hamnet’, cuenta en su intimista ‘Retrato de casada’ que Lucrecia de Médicis tuvo que sustituir a su difunta hermana María en el muy inquietante y desbordante papel de esposa del duque de Ferrara. Nadie había preparado a aquella niña, no ya para asumir aquel destino destellante y alienante a la vez, sino para separarse de todo lo que amaba.
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