El día que Sophie de Edimburgo pudo convertirse en reina... de Estonia
Hace treinta años, el príncipe Eduardo recibió una insólita propuesta por parte de la antigua república soviética que hubiera cambiado de forma radical su futuro
A lo largo de los siglos, los reyes no siempre han terminado llevando las coronas de los países que les vieron nacer. Que se lo digan al archiduque Maximiliano de Habsburgo, que tras llegar al mundo en Viena fue nombrado emperador de México y acabó sus días el 19 de junio de 1867 ante un pelotón de fusilamiento en Querétaro. O más cercanos en el tiempo y el espacio tenemos a Juan Carlos I y la reina Sofía, nacidos en Italia y Grecia, respectivamente. A este club de royals que tuvieron que emigrar para trabajar de lo suyo se pudo unir también alguien que no tenía apenas papeletas para hacerlo en su país: el príncipe Eduardo.
Siempre ha sido muy poco probable que el actual duque de Edimburgo llegara a ocupar el trono británico junto a su esposa Sophie, pero hace casi 30 años recibió una extraña petición para ocupar un alto e insólito cargo en un recién formado país a orillas del mar Báltico.
El cuarto hijo de la difunta reina Isabel II ahora ocupa el puesto decimocuarto en la línea de sucesión por detrás de un puñado de hermanos, sobrinas, sobrinos y sus hijos. Sin embargo, como Sean Connery en la película 'El hombre que pudo reinar', se le ofreció extrañamente la oportunidad de convertirse en rey de un país recién formado en la década de 1990, lo que habría dado la oportunidad posteriormente a Sophie de convertirse en reina.
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Esta rocambolesca historia ocurrió en 1994, tras el colapso de la Unión Soviética, cuando se crearon multitud de nuevos países en la Europa del Este. Uno de ellos era Estonia. En las primeras elecciones del país tras su independencia, un partido político llamado Partido Realista Independiente de Estonia obtuvo ocho escaños en el Parlamento.
El 'Sunday Telegraph' reveló entonces que el líder de aquella formación política había escrito a la familia real británica para preguntar si el príncipe Eduardo se convertiría en su Rey, ya que pensaban que era "perfecto" para el papel. Entonces se publicó también que desde el pequeño país se aseguraba que sus ciudadanos se "sentirían honrados si él aceptaba", ya que el partido le admiraba "enormemente". Tras la inesperada petición, el Palacio de Buckingham respondió por escrito de forma cortés pero firme, asegurando que se trataba de "una idea encantadora, pero poco probable".
Finalmente, y como premio de consolación a falta de una Corona europea, tanto Eduardo como Sophie han recibido nuevos títulos a principios de este año, cumpliendo así una promesa que les hizo la reina Isabel II. En el 59º cumpleaños del príncipe se anunció que su hermano, el rey Carlos III, le otorgaba el título de duque de Edimburgo, lo que convertía a Sophie en duquesa.
Hacía tiempo que se sospechaba que Eduardo ostentaría este prestigioso título tras la promesa hecha por la difunta monarca el día de su boda, en junio de 1999. En aquel momento, la concesión de un condado, el de Wessex, en lugar de un ducado, suscitó dudas. Sin embargo, en el momento de la boda se anunció que Eduardo sucedería a su padre como duque de Edimburgo con la bendición de sus progenitores tras su muerte.
El Palacio dijo entonces: "La reina, el duque de Edimburgo y el príncipe de Gales también han acordado que el príncipe Eduardo reciba el ducado de Edimburgo a su debido tiempo, cuando el título actual que ostenta el príncipe Felipe revierta finalmente a la Corona". El deseo de Felipe de que Eduardo tuviera el título era un reconocimiento al compromiso de décadas de su hijo con el Premio del duque de Edimburgo, el programa para jóvenes que es uno de los mayores legados de Felipe.
A lo largo de los siglos, los reyes no siempre han terminado llevando las coronas de los países que les vieron nacer. Que se lo digan al archiduque Maximiliano de Habsburgo, que tras llegar al mundo en Viena fue nombrado emperador de México y acabó sus días el 19 de junio de 1867 ante un pelotón de fusilamiento en Querétaro. O más cercanos en el tiempo y el espacio tenemos a Juan Carlos I y la reina Sofía, nacidos en Italia y Grecia, respectivamente. A este club de royals que tuvieron que emigrar para trabajar de lo suyo se pudo unir también alguien que no tenía apenas papeletas para hacerlo en su país: el príncipe Eduardo.