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Audrey Hepburn, 20 años sin la belleza frágil
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Audrey Hepburn, 20 años sin la belleza frágil

Cuentan los que estuvieron en su entierro que los dos maridos que tuvo Audrey Hepburn portaban su féretro. Señal inequívoca de que, el icono de Givenchy y

Cuentan los que estuvieron en su entierro que los dos maridos que tuvo Audrey Hepburn portaban su féretro. Señal inequívoca de que, el icono de Givenchy y del cine de la segunda mitad del siglo XX, además de eso, también era buena persona. De pocas estrellas se puede decir lo mismo. Cuando Hepburn murió en enero de 1993 se llevó consigo numerosas obras de caridad, varias visitas a África como embajadora de Unicef, y una conciencia social que la acompañó desde pequeña.

Su infancia no fue fácil y quizá el fantasma de aquellos días la acompañó de por vida. Nacida en Bélgica, su padre la abandonó a ella y a su familia para dedicarse a labrar sus simpatías nazis. Vivió la Segunda Guerra Mundial en los Países Bajos y, como confesó años después, llegó a pasar hambre. Tras convertirse en bailarina, sus pasos la condujeron a la escena londinense gracias al musical 'Gigi' y, más tarde, a Hollywood.

En la meca del cine eran las mujeres voluptuosas las que triunfaban en aquellos felices años 50. Ella democratizó el 'glamour' poniendo de moda su figura escuálida y frágil, de grandes ojos, en 'Vacaciones en Roma'. Su interpretación de la princesa de la que se enamora el periodista encarnado por Gregory Peck le valió un Oscar. Y así, durante los años 50, llegó un éxito tras otro: de la 'Sabrina' de Billy Wilder a la 'Historia de una monja' de Fred Zinneman.

Su matrimonio con el también actor Mel Ferrer no fue un éxito y acabó en divorcio pero, mientras duró, los convirtió a ambos en la pareja más mediática y a la vez discreta de Hollywood. Mientras, su carrera profesional iba viento en popa. En los 60 entró con buen tino gracias a 'Desayuno con diamantes', ese eterno icono pop gracias al 'Moonriver' de Mancini y al 'merchandising' que ha convertido su imagen junto al escaparate de Tiffany's en todo un emblema. Pedro Almodóvar dijo una vez que el personaje de la novela de Truman Capote era el primer personaje femenino realmente moderno que había visto en el cine. No le faltaba razón a pesar de que el propio Capote prefería, para la adaptación cinematográfica, a Marilyn Monroe. A lo largo de la década prodigiosa del siglo XX, Hepburn creó escuela. Sus peinados y los vestidos de Givenchy que lucía en muchas de sus películas fueron imitados por las jovencitas de todo el mundo.

Y no le faltaron nominaciones al Oscar ni admiración popular. A pesar de no ser ella la que realmente cantaba en 'My fair lady' (George Cukor, 1964) o de que siempre creyó que la Academia debió nominarla por 'Dos en la carretera' (Stanley Donen, 1967) el mismo año que lo hizo por su interpretación de la ciega de 'Sola en la oscuridad'. Ya en la década de los 70, vino el retiro y un crepúsculo lleno de interesantes títulos como 'Robin y Marian'. Hasta Spielberg quiso trabajar con ella en 'Always (1989) una vez que los focos y las cámaras se apartaron para siempre de su vida. Hoy, 20 años después de su fallecimiento a causa de un cáncer que la dejó aún más delgada de lo que siempre fue, es algo más que una marca explotada a diestro y siniestro. No solo es la imagen del glamour sino que también es una prueba de que la belleza, cuanto más frágil, mejor.

Cuentan los que estuvieron en su entierro que los dos maridos que tuvo Audrey Hepburn portaban su féretro. Señal inequívoca de que, el icono de Givenchy y del cine de la segunda mitad del siglo XX, además de eso, también era buena persona. De pocas estrellas se puede decir lo mismo. Cuando Hepburn murió en enero de 1993 se llevó consigo numerosas obras de caridad, varias visitas a África como embajadora de Unicef, y una conciencia social que la acompañó desde pequeña.