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La multimillonaria familia Sackler protagoniza la crisis de los opiáceos en EEUU
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La multimillonaria familia Sackler protagoniza la crisis de los opiáceos en EEUU

Con una fortuna mayor que la de los Rockefeller, es uno de los linajes más poderosos de Estados Unidos. Ahora, más de 500 ciudades de aquel país les han demandado

Foto: Theresa Sackler con la arquitecta Zaha Hadid, en la Serpentine Sackler Gallery. (Getty)
Theresa Sackler con la arquitecta Zaha Hadid, en la Serpentine Sackler Gallery. (Getty)

En los años 80, cuando Ronald Reagan lanzó su cruzada contra las drogas, si bien el consumo no bajó y los narcotraficantes tampoco vieron sus redes muy desmanteladas, las cárceles se llenaron de pobres diablos afroamericanos que coqueteaban con el polvo blanco a nivel usuario y que, debido a sus condenas, perdían su derecho a votar y, además, trabajaban gratis para el Estado. Una limpieza étnica encubierta que quedó retratada en el documental nominado al Óscar '13th', de Ava DuVernay. Pues bien, en el año 2019, la crisis de los opiáceos tiene un chivo expiatorio bien distinto. Dado que ha matado a 200.000 americanos en Estados Unidos en las últimas dos décadas y la mayoría de ellos son blancos, qué mejor que la multimillonaria saga judía de los Sackler para el escarnio.

Nueva York se convirtió el jueves 28 de marzo en la última ciudad en sumarse a la ristra de más de 500 municipios y comunidades que han decidido poner un buen pleito a ocho miembros de esta familia, que llegó a Estados Unidos antes de la Primera Guerra Mundial y que, dueña de la empresa farmacéutica Purdue Pharma, dio el pelotazo económico con el OxyContin a finales del siglo XX.

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Desde que este analgésico entró en el mercado en 1996 -auspiciado por todos los permisos gubernamentales para hacerlo- se convirtió en un gran éxito que eliminó el dolor de muchos pacientes… pero que acabó enganchando a la mayoría de ellos, por no hablar de estar en la punta de la lengua de muchos médicos que lo sobrerrecetaron. Bajo el prisma de la situación actual, los Sackler parecen una suerte de cartel de Sinaloa de guante blanco, pero lo cierto es que de los réditos de su envenenado negocio se han distribuido filantrópicamente por el Metropolitan –con su dinero hicieron gran parte del ala egipcia- o el Guggenheim de Nueva York, así como en la prestigiosa Universidad de Columbia, en el Louvre de París o la Tate de Londres.

placeholder Elizabeth Sackler, en una charla en Nueva York. (Getty)
Elizabeth Sackler, en una charla en Nueva York. (Getty)

Estamos hablando de una de las 20 familias más ricas de Estados Unidos, con una fortuna de 14.000 millones de dólares según Forbes. No deja de tener sentido que, dado que ahora los que caen como moscas por los opiáceos no son los muertos de hambre de los 80, sino la clase media-alta caucásica, rueden cabezas tan lustrosas, a las que acusan de hacer publicidad engañosa de sus productos y ocultar los resultados empíricos que demostraban su poder adictivo, además de la tradicional exención de impuestos en paraísos fiscales.

La tercera generación

Los acusados son ya Sackler de tercera o cuarta generación. De los hijos del patriarca fundador de la saga en Estados Unidos, Isaac Sackler, los dos menores –Mortimer y Raymond- fueron los que levantaron el negocio, establecido en Connecticut. El mayor, Arthur, se encargó de la mercadotecnia y murió antes de que saliera el medicamento en cuestión, aunque sus conocimientos sirvieron para potenciar el éxito de los otros dos. Esta generación, ya extinta, dejó huérfanos a seis de los ocho acusados: Ilene, Kathe y Mortiner (hijos de Mortimer) y a Richard, David y Jonathan (hijos de Raymond). Se suman también al banquillo las viudas: la de Raymond, Beverly Sackler (que tiene 92 años) y la de Mortimer, Theresa Sackler, que es dama del imperio británico.

El comunicado oficial de la familia no se ha hecho esperar y considera que esta coordinada cadena de denuncias “es un fallido intento de poner las culpas donde no tienen que estar dentro de esta compleja crisis de salud pública. Negamos firmemente estas acusaciones, que son inconsistentes respecto a los hechos demostrables y nos defenderemos vigorosamente ante ellas”.

placeholder El OxyContin, el medicamento de la discordia.
El OxyContin, el medicamento de la discordia.

Algo de razón no les falta, pues hay ganas de poner nombre y apellidos a una crisis que deja en entredicho tanto el control de calidad de los medicamentos (no deja de ser una medicación legal que ha pasado todos los controles de calidad), los procesos judiciales (su propia empresa se declaró culpable de acusaciones similares en 2007 pero la entidad y no sus dueños cargó con las responsabilidades) y, por supuesto, el sistema sanitario estadounidense y sus prescripciones de bazar.

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Quizá por eso, lo más irónico de este caso es que, si bien en los recientes escándalos de gente pudiente hemos asistido a la caída en picado por unos empleadores que los dejaban en la estacada, ahora la moral obliga a las instituciones de prestigio a cerrar el grifo de las golosas donaciones de esta familia ahora caída oficialmente en desgracia pero cuyo modus operandi era vox populi durante muchos años.

En los años 80, cuando Ronald Reagan lanzó su cruzada contra las drogas, si bien el consumo no bajó y los narcotraficantes tampoco vieron sus redes muy desmanteladas, las cárceles se llenaron de pobres diablos afroamericanos que coqueteaban con el polvo blanco a nivel usuario y que, debido a sus condenas, perdían su derecho a votar y, además, trabajaban gratis para el Estado. Una limpieza étnica encubierta que quedó retratada en el documental nominado al Óscar '13th', de Ava DuVernay. Pues bien, en el año 2019, la crisis de los opiáceos tiene un chivo expiatorio bien distinto. Dado que ha matado a 200.000 americanos en Estados Unidos en las últimas dos décadas y la mayoría de ellos son blancos, qué mejor que la multimillonaria saga judía de los Sackler para el escarnio.